Verónica Linares: La Mujer Maravilla
Verónica Linares: La Mujer Maravilla
Redacción EC

A las dos de la tarde me operaron de una tromboflebitis que tenía en la pierna derecha y a las cinco y treinta ya estaba camino al canal para conducir el programa de cable de la noche. Cuando mis compañeros me vieron con la pierna vendada, sin poder caminar y todavía aturdida por la anestesia, se molestaron conmigo y me tildaron de irresponsable. 

Al terminar las entrevistas me obligaron a llamar a mi esposo para que me espere en la puerta del edifico y me ayude a entrar al departamento. Para sacarme del estudio -que queda en un sótano-  fue una odisea. Como no había una silla de ruedas y no querían verme de pie, dos camarógrafos me cargaron con silla y todo hasta el estacionamiento del canal. 

Decían que no debía hacer esfuerzo y otra compañera de la producción me agarraba la pierna para mantenerla en alto. Ahora le escena de esta procesión improvisada me parece muy divertida, pero en ese momento me tapaba la cara con la mano, muerta de vergüenza de lo incómoda que me sentía. Aunque salga en un medio de comunicación masivo no me gusta captar la atención de tanta gente. Soy de las personas que cree poder hacerlo todo y sin ayuda. Una soberbia tonta, que estoy tratando de aminorar luego de aquel día. 

Cuando llamé a mi esposo para que esté atento a mi llegada, pensaba que se trataba de una broma. Sabía que me habían intervenido, pero como no le di tanto detalle se sorprendió al ver que necesitaba ayuda para movilizarme. 

Una vez echada en la cama, le expliqué que los chicos del canal habían exagerado. Que si bien al día siguiente no iría a trabajar, no tenía mayor malestar y que solo me quedaba en casa, porque sería fastidioso estar sentada con una pierna estirada en alto por varias horas, pero nada más. Le pedí que siguiera con sus actividades. Que no dejara de ir a nadar por quedarse conmigo. Que el doctor le había recomendado hacer ejercicios.

La verdad era que la pierna me palpitaba horrible y conforme pasaba la anestesia sentía la herida mojada de sangre. Encima me moría de hambre, porque no había desayunado, almorzado, ni cenado; pero sentía que ya había recibido demasiada ayuda.

Una vez que lo convencí, pedí pollo por servicio de delivery.  Llamé al portero para que subiera a mi departamento con el señor que traía mi comida y me ayude a pagarle porque no podía parame de la cama. 

Cuando se fue el señor del delivery y el portero cerró la puerta, abrí mi pedido  y estaba equivocado. Llamé a quejarme y me ofrecieron mandarme otro. ¿Pero cómo iba a abrir la puerta y recibir mi pollo sin parame de la cama? Igual acepté y se me ocurrió una locura. 

Me lancé al piso y rampé. Qué bueno que mi hijo estaba profundamente dormido y no vio a su madre cometiendo esta locura. Abrí la puerta antes de que llegara mi pedido y me senté en un sillón junto a la entrada. Tampoco iba a recibir mi comida sentada en el piso. Esperé 50 minutos, comí el pollo en tres bocados y volví a mi cama cual reptil.
Ahora me río con vergüenza de lo que hice, pero creo que debo analizar mi comportamiento. ¿Qué pasaba si pedía permiso en el canal para faltar el día de la operación, le decía a mi esposo que me movilizara y que se quede conmigo y me traiga comida? Nada. ¿Por qué diablos no lo hice?

Desde que era adolescente me irrita escuchar que las mujeres siempre andamos pidiendo ayuda para todo, que somos el sexo débil, que siempre nos quejamos y que nos encanta hacernos las víctimas. Por dar la contra, creo que me fui al otro extremo. 
No es bueno tomarse tan a pecho eso de que las mujeres somos independientes y que podemos hacerlo todo. Basta de andar subrayando que somos mejores que los hombres, porque no es verdad. No somos heroínas de un cómic y ellos tampoco. Somos seres humanos de carne y hueso, ni más ni menos. Podemos ser egoístas, flojas, dormilonas, desorganizadas y olvidadizas. Qué estrés tener que ser la Mujer Maravilla para que nos respeten. ¡Me cansé! 

 

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