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Aniversario de Lima: hace 100 años los perros callejeros eran una grave amenaza para la ciudad: el testimonio de un agraviado
En el verano de 1923, hace una centuria exactamente, Lima estaba invadida por perros callejeros. La prensa local lucía alarmada no solo por la cantidad de “canes” sino por el peligro de la rabia que ya daba signos de amenaza real en los distintos barrios de la ciudad.
En medio de páginas completas que promocionaban desde jabones y cremas hasta emulsiones y medicamentos contra la anemia, y en las que la profilaxis y la vida sana eran parte del establishment, los medios de prensa de Lima emprendieron una campaña ante la “amenaza” de los perros callejeros. Y es que, al parecer, no era entonces una cuestión de algunas zonas o barrios, el asunto iba más allá de cualquier tipo de frontera: ya para marzo de 1923, el problema era de toda la ciudad.
La información de El Comercio del 31 de marzo de 1923, dio un dato grave para esos tiempos: no solo era que los numerosos perros de la calle habían invadido Lima sino que la agresividad de todos ellos, incluso de los parecían tener dueño, era muy alta y arriesgada. Por eso es que se temía una ola de rabia entre ellos.
Los testimonios indicaban que los perros iban en aumento en esa temporada de verano. La circulación libre de la gente estaba también en peligro, pues había calles, barrios enteros donde era imposible caminar o pasear. Y el mismo tráfico, que había aumentado con la venta y alquiler de autos, fue afectado. En pocas palabras, Lima estaba casi tomada caninamente.
LIMA: ¿CÓMO TRATABAN A LOS PERROS DÉCADAS ANTES EN LA CAPITAL?
Se comentaba en las notas de los diarios limeños que antes, a inicios del siglo XX, en plena ‘República Aristocrática” (segúnJorge Basadreera de 1895 a 1919), iban y venían por las calles unos horrendos carromatos de la perrera de Lima; esos medios de vigilancia eran muy crueles con los canes, porque no les importaba su vida.
Muertos y hasta torturados por los encargados de la perrera, estos trabajadores se llevaban los restos caninos hasta el antiguo “Zoológico de Lima”, aquel que estaba a un costado del Parque de la Exposición de Lima. Allí se convertían en el almuerzo y la cena de tigres y leones. En 1923, nadie quería volver a esos tiempos, pero sí era visto como necesario que se hiciera algo urgentemente por la paz pública.
El Comercio planteó en sus notas realizar un recorrido nocturno para recoger y tener el número exacto de perros callejeros en Lima, una urbe que no tenía la extensión de hoy, y que solo tres años antes -en 1920- empezó a extenderse en dirección sur, por medio de las nuevas avenidas Leguía (hoy Arequipa), Brasil y Venezuela.
La idea era resguardar la salubridad y tranquilidad públicas. El diario decano sintonizaba con esa política, y por ello denunció el desdén o la negligencia de las autoridades municipales de entonces -encabezadas por el arequipeño Pedro José Rada y Gamio-, que habían llegado al municipio limeño en 1922, varios meses después de los festejos por el centenario de la independencia del país, en julio de 1921.
LIMA: EL CUIDADO EJEMPLAR DE LOS PERROS QUE NO IMITÁBAMOS
El Comercio hacía recordar al lector que la población canina en otras “grandes ciudades” estaba debidamente identificada, censada y controlada. La mayoría de los perros tenían en esas urbes una placa colgada al cuello en la que constaban todos los datos sanitarios y de identidad requeridos por la autoridad edil. Indicaban como ejemplo de cuidado canino y animal, en general, la proliferación tanto en Europa como en los EE.UU. de numerosas “sociedades protectoras de animales”. (EC, 31/03/1923)
Pero era demasiado pedir eso a las autoridades limeñas en ese tema. Al parecer, aquello no era la prioridad en una ciudad apunto de expandirse. El mayor problema, como aun hoy, estaba en el Cercado de Lima, un espacio urbano que empezaba a hacinarse desde esa década de1920 con gente limeña combinada con la primera gran ola de migrantes del interior del país.
Como fiel amigo del hombre, los perros abundaron también, pero libres y en jaurías tremebundas que, sin duda, causaban sorpresa e incluso miedo. En los llamados “callejones” del Cercado de Lima y el Rímac, principalmente, “los dichosos animalitos o animalazos conocen el vecindario, pero desgraciado del inquilino nuevo o de la persona que vaya en busca de uno de los moradores”, advertía el cronista del día.
La nota proseguía con su enjundiosa descripción: “El perrito, el perro o el perrazo olfatea receloso y si no conoce al infeliz, ¡zaz! Un ladrido y en seguida, ¡zaz! Un mordisco… En las casas de vecindad ocurre idéntica cosa”. El Comercio dio las señas de ubicación de las zonas “más peligrosas” de la amenaza canina en el Cercado de Lima.
LIMA: LAS CALLES CANINAS MÁS PELIGROSAS Y EL TESTIMONIO DE UN AGRAVIADO
Uno de esos puntos, de los más bravos del centro de Lima, era el cruce o zona de encuentro de tres calles: Guillermo Billinghurst (cruce de Ayacucho -luego Miró Quesada- y Andahuaylas), Rectora (cuadra 7 del Jr. Ayacucho, luego Miró Quesada) y Alma de Gaspar (cuadra 1 del Jr. Andahuaylas). En esos parajes se sucedieron los ataques caninos más feroces a vecinos y transeúntes. (EC, 31/03/1923)
Pero fue en la calle Billinghurst donde sucedieron los peores momentos perrunos, a cargo de una jauría de doce canes de gran tamaño que eran el terror de grandes y chicos. No obstante, no se trataba solo de los animales: los propios dueños o “amigos” de esos perros fueron detectados acicateando a esas fieras de la ciudad para que atacaran a los sorprendidos ciudadanos. “Ellos se entretenían voluptuosamente en azuzarles para que se lancen contra los transeúntes que circulan desprevenidos, tranquilos”, indicaba la crónica del día.
Incluso El Comercio recogió por esos días el grave testimonio de una de las víctimas: “No hace dos días, un caballero, bastante conocido en la sociedad de Lima, se acercó a nuestras oficinas a manifestarnos que al doblar la calle de Billinghurst y la Rectora, un enorme perro se lanzó sobre él cogiéndole de una de las piernas; al defenderse con el bastón, la chiquillería enfurecida azuzó al animal teniendo el asaltado que entablar una verdadera lucha”, decía el diario de La Rifa.
La historia del agredido no acabó allí. Herido con varias mordeduras y araños, el sujeto buscó en una esquina el auxilio de la policía, pero no halló a ningún agente por esos lares. Comprobó con sorpresa, por medio de los datos de los propios vecinos, que nunca había pasado por allí un policía.
Entonces, la impotencia invadió al ciudadano denunciante y solo le quedó el recurso de ir a la prensa, a El Comercio centralmente para expresar su malestar y desanimo ante la violencia callejera, la ausencia de autoridad y la fragilidad a la que estaban expuestos todos los ciudadanos de hace un siglo en Lima.
El diario decano cerraba su crónica centenaria denunciando también el olvido en que vivían algunos perros enfermos en la calle, hambrientos y abandonados, incluso agredidos y golpeados por la gente. Los “perros sarnosos”, como eran descritos, merecían, sin duda, la piedad humana.
Se pedía la acción de la “sociedad protectora de animales”, la única que había, y que esta sea asumida por las “señoras de Lima”, cuya probada sensibilidad con los animales garantizaba la vida a esos pobres caninos, enfermos o violentos, que andaban por las calles de la vieja Lima de 1923, y que hoy, 18 de enero de 2023, cumple 488 años de fundada, y aun con numerosos perros abandonados en sus avenidas, jirones y puentes.
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