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Emilio Adolfo Westphalen: a 20 años de la penosa muerte del gran poeta peruano

Emilio Adolfo Westphalen falleció a los 90 años en Lima. Conoció el deleite de la poesía, pero también sufrió la indiferencia de la sociedad peruana. Solo en sus últimos años vivió el reconocimiento del mundo de la cultura. Murió un 17 de agosto de 2001.

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Emilio Adolfo Westphalen, uno de los principales poetas peruanos del siglo XX, en una visita fugaz a la Plaza de Armas de Lima. (Foto: Herman Schwarz / GEC Archivo El Comercio)
Emilio Adolfo Westphalen, uno de los principales poetas peruanos del siglo XX, en una visita fugaz a la Plaza de Armas de Lima. (Foto: Herman Schwarz / GEC Archivo El Comercio)
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Carlos Batalla

Dicen que el publicó pocos libros, pero en realidad escribió los necesarios y más de los que se conocen. Muchos fueron brillantes libros de poemas, otros de sonoros textos en prosa o algunos más de irónicos y finos artículos y ensayos. Con seguridad, de estos pasarán o ya están en la historia de la poesía peruana sus poemarios de vanguardia: “Las ínsulas extrañas” (1933) y “Abolición de la muerte” (1935), con su halo surrealista, simbólico y expresionista, aunque luego vinieran 30 años de “silencio poético” (o más bien de silencio editorial).

Además, Westphalen fue editor de notables revistas literarias como “Las Moradas” (1947-1949); y “Amaru” (1967-1971). Entre 1964 y 1966, condujo “La Revista Peruana de Cultura”; y también editó, muchos años antes, la revista “El Uso de la Palabra” (1939).

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Algo que recuerdan sus amigos son sus dolores de espalda, que lo aquejaban desde joven. Pero para ese Westphalen el dolor físico no era tan importante como la cruzada por la poesía, las artes y la cultura en un mundo tan moderno y diverso. Era un hombre que leía en cinco idiomas y se había ganado la vida en las Naciones Unidas como traductor, por ello, para él, la diversidad era algo normal, común y corriente.

Westphalen fue autor de dos libros fundamentales: "Las ínsulas extrañas" (1933) y "Abolición de la muerte" (1935). (Foto: Herman Schwarz / GEC El Comercio)
Westphalen fue autor de dos libros fundamentales: "Las ínsulas extrañas" (1933) y "Abolición de la muerte" (1935). (Foto: Herman Schwarz / GEC El Comercio)
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Cuentan sus conocidos que mientras manejó automóvil, nunca dejó su ‘Jaguar’ plateado clásico, ese que hizo furor en los años 60. La poesía podía ir en un deportivo con clase. Westphalen vivió en el Perú, y luego en Portugal, Italia y México, en este último por muchos años. Conoció medio mundo, pero nunca dejó de desear volver al Perú, a pesar de que renegaba de sus taras históricas como nación.

Fue amigo de , y de todos esos poetas y artistas de la generación de 1930, la previa a la más popular de los años 50. Pero en esos años de admiración dentro del mundo literario, él prefirió el silencio “porque para hacer poesía, debía vivirse en poesía”, decía.

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Solo con la edición mexicana de su poesía completa, el nombre de Westphalen empezó de nuevo a sonar en el panorama poético latinoamericano. “Otra imagen deleznable” (Ciudad de México, 1980) provocó ese milagro del regreso a la poesía o, con más precisión, a los lectores de poesía que no lo conocían.

Y entonces, el viejo lector o el joven pudo retener en la memoria de nuevo la riqueza del lenguaje poético westphaleano: sus matices dentro de los vanguardistas, y su apego final a una posvanguardia que reavivaba la lectura de los clásicos, la reticencia, el silencio… en una actitud poética más cerca a lo apolíneo, pero también con más escepticismo en los destinos de la poesía y la vida misma, que parecía zozobrar en el Perú en aquellos violentos años 80.

Emilio Adolfo Westphalen fue Premio Nacional de Literatura en 1977. Y antes de regresar de Europa, publicó en Lisboa varios libros: “Arriba bajo el cielo” (1982), “Máximas y mínimas de sabiduría pedestre” (1982) y “Amago de poemas de lampo de nada” (1984). El poeta decidió justamente volver a vivir en el Perú en 1984.

No obstante estar aquí, un poco en un inequívoco autoexilio, sus palabras no dejaron de aparecer en formato-libro: “Porciones de sueños para mitigar avernos” (1986), publicado en Lima; “Ha vuelto la diosa ambarina” (1988), publicado en México; “Cuál es la risa” (1989), en Barcelona; y “Bajo zarpas de la quimera (Poesía 1930-1988)” [1991], una gran recopilación publicada en Madrid, España.

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En los años 90, con “Falso ritual” (1992) inició un camino de mayor distanciamiento poético y existencial, pero al mismo tiempo le dio más importancia a la tarea crítica, una labor intelectual que nunca había dejado de ejercer en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Quizás por eso aceptó publicar todo ese material o parte importante de aquel bajo el título de “Escritos varios sobre arte y poesía” (1997).

En 1991, el poeta de “Abolición de la muerte” había recibido el homenaje de la Universidad de Salamanca; cuatro después, en 1995, obtuvo las Palmas Magisteriales y la Orden del Sol. Vendrían luego el grado de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Ingeniería y el Premio Southern Perú a la Creatividad Humana en 1997.

Westphalen fue un poeta de culto para las generaciones poéticas de los años 60 hasta la actualidad. (Foto: Herman Schwarz / GEC El Comercio).
Westphalen fue un poeta de culto para las generaciones poéticas de los años 60 hasta la actualidad. (Foto: Herman Schwarz / GEC El Comercio).
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De esta forma, en sus últimos años de vida recibiría varios reconocimientos y homenajes como los indicados, a los que se sumó uno en especial: el Premio Miguel Hernández de Alicante, en 1998. Westphalen y su hija Inés, que vino de México, llegaron a Orihuela, la ciudad natal de Hernández, para recibir los cinco millones de pesetas. Lo recibió sentado en su silla de ruedas (su último gran esfuerzo). Finalmente, el 2000, la Decana de América, San Marcos, su alma mater, también lo nombró Doctor Honoris Causa.

Una semana antes de su muerte, el 10 de agosto de 2001, fue trasladado de la sede de la Mason de Santé de Chorrillos a la de Lima, al costado del Palacio de Justicia, para ser internado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) por un cuadro de bronconeumonía. El pronóstico era reservado, grave en realidad.

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Entonces vino lo inevitable. Westphalen murió el viernes 17 de agosto de 2001. Hace 20 años exactamente. El 15 de julio de ese año, el poeta había cumplido 90 años de edad. Una hermosa edad para morir, como dijo alguna vez el poeta Antonio Cisneros.

Sus restos fueron velados en la Casona de San Marcos ese mismo día, su alma máter donde había estudiado entre fines de los años 20 y comienzos de los años 30 del siglo XX. Al día siguiente, por la tarde, luego de una misa de cuerpo presente, fue cremado en un cementerio limeño.

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