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Ese domingo 10 de marzo de 1918, el diario El Comercio publicó un informe que daba cuenta de un fenómeno social y delictivo muy grave que ocurría en la propia Lima. Decía el periódico que, a consecuencia de la Gran Guerra (1914-1918), individuos con antecedentes policiales y penales habían llegado en barco desde el Viejo Continente a América, entre esos países al Perú. La miseria, la violencia y el abuso que conllevó la guerra europea hizo insostenible para mucha gente seguir viviendo en su tierra de origen.
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La inmigración en esos años de guerra fue inevitable: hombres y mujeres de trabajo llevaron al Nuevo Continente, pero con ellos también el lumpen, la delincuencia, el hampa en pleno. El diario decano inició una campaña para que el lector estuviera informado de este hecho y para que las autoridades tomaran cartas en el asunto. Así empezó la historia de las primeras mafias organizadas de ‘maquereaux’ (proxenetas), que invadieron Lima a finales de la década del 10 del siglo XX.
Según detallaba El Comercio, estos grupos delincuenciales, muchos de ellos procedentes de Francia, aunque los había de diferentes países europeos, violentaban todo derecho humano. Las sociedades en Europa habían establecido medidas y normas para impedir el abuso de estos explotadores, pero en América la policía tardó un poco en actuar; solo luego de darse cuenta de lo grave de la situación, actuaron de manera directa expulsando de sus países a estos hampones.
Eran ‘maquereaux’, es decir, proxenetas, abusadores especialmente de mujeres, a las que explotaban por medio de la prostitución. Estas bandas las prostituían y generaban las historias más tormentosas que uno podía imaginar. Ellos desprestigiaban a sus países de origen que, en esos momentos finales de la guerra (recién el 18 de noviembre de 1918 Alemania firmó la paz), trataban de salir delante de sus desgracias colectivas.
En el informe de seguimiento a este grupo mafioso en el continente, el diario decano indicó que, debido a la crisis general en Europa, estos sujetos de malvivir se habían esparcido por toda América, y que incluso antes de la “Gran Guerra” (Primera Segunda Mundial) ya lo venían haciendo. Un claro ejemplo de ello fue la Argentina, la cual tras su auge económica sufrió la invasión de estos grupos y aun entonces, casi a finales de la “Gran Guerra”, lo seguían sufriendo.
“Como Buenos Aires es hoy una capital con una densidad de población superior a muchas europeas, tuvieron los ‘maquereaux’ una acción segura y fértil”, decía El Comercio en su edición del 10 de marzo de 1918. En la Argentina de esa década del 10, la prostitución aumentó y los proxenetas extranjeros convirtieron su tarea explotadora en verdaderas instituciones.
La lucha el gobierno argentino fue muy intensa, en aras de establecer normas y diversas limitaciones a ese ejercicio visto como “inmoral”. Pese a todo, las mafias sortearon las leyes y lograron establecer una convivencia inicial, que también fue combatida por la policía y las autoridades de ese país. Así se pudo reducir al mínimo esa plaga criminal.
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Ante ello, estos grupos pasaron la cordillera y aterrizaron en Chile, país donde los ‘maquereaux’ también trataron de implementar y ampliar las garras de su “negocio”. Sin embargo, cuenta El Comercio de esos años, la sociedad chilena se opuso, en una causa común de la prensa escrita y la policía. Los proxenetas fueron rechazados en alguna medida. En el Perú, para ser más precisos en Lima, se dejó sentir la presencia de estos sujetos dedicados al delito de trata de personas. A la inmoralidad, para la época, se sumaba el trato abusivo e inhumano con el que organizaban a las mujeres que caían en sus redes.
Al parecer, recién hacia fines de esa década (poco antes del ‘oncenio’ de Leguía, 1919-1930), tras intentar sus fechorías en Argentina y Chile, estas mafias ampliaron sus acciones y llegaron al Perú, ubicándose principalmente en la capital limeña. “La plaga con que hoy contamos es terrible”, decía el diario decano, y contabilizaban a estos ‘maquereaux’ en cien; cien individuos formaban en conjunto una de las mafias más peligrosas de esos años.
Y entonces, con ellos, llegaron también por barco, en una regular cantidad, prostitutas extranjeras de todo tipo. Lima era testigo por esos años del aumento de un clandestino mercado: el meretricio, donde un grupo de avezados proxenetas se hacían cada vez más ricos a costa de la explotación de personas mayormente desesperadas por sobrevivir y ganarse la vida.
En las tardes, sobre todo, surgían de las esquinas mujeres que daban largos paseos por las calles limeñas; eran ya para la prensa de entonces unas “pobres mujeres suntuosamente revestidas, dotadas de una belleza artificial, proporcionada por pinturas y lápices, y de una alegría igualmente fingida”.
El Comercio señalaba que estas mujeres, muchas de ellas jóvenes europeas, eran engañadas por el ‘maquereaux’ que las engatusaba, que les prometía riquezas, halagos y confort, algo que no tardarían en darse cuenta que no existía, sino más bien, para ellas, lo que les esperaba mayormente era una vida “en las zonas más vituperables del vicio”, decía el diario decano.
Las mafias de vividores tenían su propia estrategia. Los pasajes en barco eran costeados por el ‘maquereaux’ y una vez en el país, el sujeto empezaba su plan de esclavización en la práctica. Lo que ellas ganaban pasaban a manos del abusador. Y esa mecánica no terminaba en uno o dos años, pasaban muchos más de explotación y vil abuso.
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El abuso se convertía así en una rutina. En la Lima de 1918, la prensa identificó a un grupo de proxenetas franceses, que supieron moverse en algunos círculos sociales para lograr no solo impunidad ante las autoridades sino especialmente buenos clientes. Estos eran conocidos por sus supuestos nombres o apelativos: ‘Raimbaud’, ‘Garnier’, ‘Valet’, ‘Bonnot’, eran los más conocidos ‘maquereaux’ limeños. Pero también se hicieron “famosos” otros proxenetas, todos con acento francés: ‘Pierrot’, ‘Baby, l’asssin’, ‘Dedelle’, ‘Pateaux’, ‘Francois les beaux yeux’, etc.
Los ‘maquereaux’ o proxenetas extranjeros de Lima eran una plaga. Más allá de los conocidos por los medios de prensa, había un centenar de sujetos del mismo perfil, muchos de ellos de buen vestir y con capacidad de gasto, que deambulaban por los principales cafés y restaurantes de moda de esos años, y donde daban frecuentemente buenas propinas. Eran tipos muy amigables, en apariencia; incluso, generaban confianza en el primer contacto con ellos. Así lograban ingresar a ciertos círculos y lidiar con todo tipo de gente, desde aquella de la más alta sociedad hasta la que era netamente popular. Todos les podían ser útiles.
La policía peruana se sentía a veces impotente, no podía echarles mano porque estos sujetos vivían una doble vida: socialmente irreprochable, pero en la intimidad oscura, abusiva y delincuencial. Buscar testimonios o pruebas en esa esfera era muy complicado de obtener.
El diario decano, en esa edición del 10 de marzo de 1918, lo detallaba así: “Las mujeres mismas, que están ligadas a ellos por el temor, son incapaces de confiar una delación a la policía, seguras de que un ‘compañero’ cobraría tal ‘falta’ con creces”. Había una tensión entre sus víctimas, que deseaban delatarlos, pero el miedo las paralizaba. Muchos de estos proxenetas llegaban a ejecutar en el país otros delitos, que iban hasta al homicidio, y otros venían con delitos de otros países.
Las mujeres de ese tiempo tenían una única manera de liberarse de esta lacra criminal: era mediante un pago en efectivo. El diario llegó a averiguar que había un documento, especie de recibo que la mujer recibía a cambio del dinero y que era la única garantía que tenía para salir de ese mundo o al menos alejarse por un tiempo o para siempre, en el mejor de los casos.
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“Recibí de… la cantidad de (10 o 50 libras) por la recuperación de su tranquilidad (firmado: fulano de tal)”. Así eran los recibos que las mujeres recibían de estos extorsionadores. Asimismo, los ‘maquereaux’ podían vender o traspasar a una mujer a otra banda por una determinada cantidad de dinero. La trata de personas ya era un “negocio” que difícilmente desaparecería del país. La prensa en Lima, en general, repudiaba a estos grupos delincuenciales y pedía a las autoridades mayor energía para combatirlos.
CASO DE MUJER QUE QUISO SUICIDARSE AL SER EXPLOTADA POR LOS ‘MAQUEREAUX’
El 11 de marzo de 1918, al día siguiente del informe de El Comercio sobre el abuso de los proxenetas franceses, una mujer, esclava de estos sujetos, intentó suicidarse. Fue en la mañana de ese día, en el Hotel Niza, de la calle de Mantas (cuadra 1 del jirón Callao, Cercado de Lima).
Su nombre era Lilian Brady y era una ex empleada del Banco Mercantil Americano, donde había sido considerada bien por su responsabilidad. Pero ella vivía en su intimidad un verdadero calvario: era explotada por un sospechoso sujeto de nacionalidad chilena, al parecer integrante de una banda de ‘maquereaux’; el tipo había provocado en ella una permanente crisis nerviosa.
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Una solución de permanganato casi acabó con su vida, pero la atención médica oportuna (fue inducida al vómito y luego tomó unos reactivos en la Asistencia Pública) evitó la peor tragedia. Brady era explotada sexualmente por este individuo, y por eso la tenía encerrada en un cuarto de ese hotel del centro de Lima. El tipo convenció al dueño del local para hospedarla indicándole que era “recomendada” del cónsul americano, lo cual aparentemente era mentira.
Fue ubicada en el cuarto número 19, y allí mismo fue donde intentó suicidarse. Luego de recuperarse un poco, la policía la interrogó en vano. No quiso hablar. Al buscar en el cuarto, los agentes policiales hallaron un papel con anotaciones en inglés. Brady solo llegó a decir que quiso quitarse la vida porque no podía seguir viviendo con esa vergüenza desde que “llegó a manos de aquel individuo chileno”.
En la edición del 12 de marzo de 1918, el diario acusó a estos sujetos de ser “elementos perniciosos”, “individuos despreciables” e “inmorales”. Se resaltaba su capacidad de engañar a las personas que sin saber sus antecedentes podían confiar en ellos y darles su amistad. Otro dato clave que ofrecía el diario era que estos tipos usaban como disfraz, “trajes elegantes y modales atractivos”; con esas características deambulaban haciéndose pasar muchas veces como “argentinos, chilenos, españoles o “franceses”.
Era gente avezada, que escapó de la guerra en Europa (1914-1918) y en América cometía delitos, extorsionando y explotando a las personas. Se aprovecharon de las buenas condiciones con que fueron recibidos en los países sudamericanos y hasta de la “hospitalidad que nuestro país les ofreció”.
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Acusó El Comercio también de que en la Cámara de Diputados del Congreso de la República se había detenido una ley que ya había sido aprobada en la Cámara de Senadores, la cual ponía restricciones a los inmigrantes sospechosos. Ya lo habían hecho así en otros países de la región y había dado resultados. La idea era “defender a la sociedad contra la acción delictuosa de cierto género de individuos”, afirmaba el diario.
El tema era entonces también político: ¿por qué la Cámara de Diputados paralizaba una ley que buscaba ser más selectiva y cuidadosa la llegada de los extranjeros? ¿Qué intereses había en esos parlamentarios de comienzos del siglo XX para proteger finalmente a una mafia que se había enquistado ya en el Perú?
Los ‘maquereaux’, los abusadores y tratantes de personas; es decir, los proxenetas de esos años, en pocas palabras, contaban en el Perú con una asolapada complicidad en uno de los poderes del Estado, y esto en plena época de la lucha por la jornada de las ocho horas, que se conseguiría en enero de 1919. Así era el Perú de hace un poco más de cien años.
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