Cultura, machismo, feminicidio, política y religión
En medio de la excitación popular por la participación de la selección de fútbol del Perú en la copa del mundo de Rusia, el reciente fallecimiento de Eyvi Agreda, una joven peruana de 22 años, ha causado indignación social. Mientras le gritaba “si no vas a ser mía, no vas a ser de nadie”, el 24 de abril pasado, un depravado sujeto le roció gasolina y le prendió fuego, mientras viajaba en un vehículo de transporte público. Con mas del 60% de su cuerpo con quemaduras de tercer grado, Eyvi tuvo que ser sometida a diez operaciones, las cuales se infectaron tan severamente, que desarrolló septicemia y al final shock séptico, el que causó la muerte.
Sin duda que el feminicidio es un problema de salud pública en muchas sociedades en el mundo, incluyendo la peruana, calculándose que cerca de 70,000 mujeres son asesinadas por su pareja cada año, lo cual constituye el 17% de los homicidios intencionales. Un estudio de Anna Alvazzi del Frate de la organización Small Armies Survey revela que el país que ocupa el primer lugar en feminicidios en el mundo es El Salvador con 12 mujeres de cada 100,000, asesinadas por su pareja. En América Latina, el segundo lugar lo ocupa Honduras y luego están Guatemala, Venezuela, Colombia, Brasil, México, Estados Unidos, Argentina y Perú (una mujer asesinada de cada 100,000).
Sociólogos y trabajadores sociales (quienes evalúan estos casos como problema social) coinciden en que la principal causa de violencia doméstica y feminicidio es el machismo en una sociedad. El machismo, ha sido definido por la psicóloga Julia Perilla como el conjunto de expectativas que tienen los hombres que viven en una cultura, en la que ellos ejercen poder, dominancia, control y superioridad sobre las mujeres. En esa definición, la palabra clave es cultura, la que se entiende como el conjunto de creencias, comportamientos, y otras características que son comunes a los miembros de un determinado grupo o sociedad. A través de la cultura, las personas y los grupos se definen a sí mismos, se ajustan a los valores comunes compartidos por la sociedad y de esa manera, contribuyen a la sociedad.
En ese contexto, es justo preguntarse -tomando la definición de machismo de la Dra. Perilla- ¿cuáles son las expectativas que tienen los hombres criados en una sociedad machista? ¿en qué clase de cultura viven esos hombres machistas? ¿cuáles son las características de una sociedad machista? ¿cuáles son los factores sociales que hacen posible que se produzca y se perpetúe el machismo? ¿cuál es el rol de los líderes de una sociedad en la génesis del machismo? y ¿cuál el rol de los medios de comunicación? ¿cómo, cuándo y bajo la influencia de quién -o quiénes- se impregnó en el cerebro del asesino de Eyvi Agreda esa idea de “si no vas a ser mía, no vas a ser de nadie”? ¿cuántos hombres piensan lo mismo, es decir que una mujer es o puede ser su propiedad? Muchas preguntas, pocas respuestas.
Siendo el machismo una construcción social, es decir la consecuencia de la interacción de los individuos en una cierta cultura social, es indudable que la influencia de la familia en la génesis y perpetuación del machismo es crucial. Si un bebe crece en un hogar en el que los padres -que heredaron esos comportamientos de sus propios padres- limitan los roles de sus hijos al estereotipo de lo que puede o no puede hacer un niño o una niña, ya están propiciando el machismo. Al inconscientemente favorecer ciertos patrones de comportamiento en sus hijos e hijas, ya están estableciendo diferencias, las que, en una sociedad machista, tienden a perpetuar la dominancia de los varones en desmedro de las mujeres.
Obviamente, ese modo de crianza en el hogar no debe interpretarse como una falencia de los padres. Como lo dice la Dra. Perillo en su definición de machismo, al criar a sus hijos en un ambiente de machismo, los padres están simplemente conformándose a las expectativas que tiene los varones en la cultura machista del país. No lo hacen a propósito, “las cosas son así”, del mismo modo que durante décadas, en Arabia Saudita se aceptaba que las mujeres no debían manejar vehículos (recién podrán hacerlo por primera vez en su historia el próximo 24 de junio).
Es por eso, que una sociedad que desea realmente cambiar el paradigma del machismo debe propiciar una educación con un claro enfoque de igualdad entre niños y niñas. De otro modo, si los niños vienen ya de la casa con una visión machista de la realidad, y el sistema escolar no esta preparado para corregirlo, tendremos jóvenes que crecerán con claros comportamientos machistas que creerán que una mujer debe ser siempre sumisa y puede ser de su propiedad.
Pero aquí hay un problema, un sector de la sociedad -incluyendo a muchos políticos- ha desarrollado fobia a la palabra género. Al escucharla, se crispan, se defienden e inmediatamente demuestran un marcado estrés. Una educación con un claro enfoque de igualdad entre niños y niñas es en realidad una educación con enfoque de género, pero el uso de esa palabra elimina toda posibilidad de acuerdo entre los políticos.
Es posible que la oposición política al vocablo género provenga del hecho de que una discusión con enfoque de igualdad entre hombres y mujeres, llevará indefectiblemente a una discusión sobre sexualidad humana, la que incluirá conceptos biológicos modernos que demuestran que los seres humanos no son -como lo afirma el dogma de ciertos grupos religiosos- binariamente concebidos como hombres y mujeres. Ese conocimiento moderno de la sexualidad es denominado por ciertos sectores, como ideología de genero.
Un ejemplo mas de la eterna confrontación entre ciencia y religión.