El poder de la batalla
Vino a visitarme un cliente y amigo al que no veía hace tiempo. Me sorprendió verlo más aplomado, centrado y seguro de sí mismoMi trabajo involucra ‘leer’ personas y ese nuevo brillo en sus ojos era señal de algún cambio significativo del que no pude evitar preguntarle. Un grave accidente de su hijo, así como las vicisitudes y angustias que pasó su familia por ese hecho, lo explicaban.
Me confirmó que a raíz de esta vivencia se sentía más afirmado en sus valores personales y que había puesto en un nuevo orden su plan de vida y prioridades de carrera y familia. Incluso su jefe se había sorprendido positivamente por el cambio de su actitud general y una nueva relación de mayor respeto y solidaridad se había creado entre ellos. Su lado humano, hoy más evidente, lo había conectado también mejor a su equipo.
Al final de nuestra conversación, concluimos que la presión y las muchas decisiones de vida o muerte que debió tomar durante esa crisis lo dejaron ‘marcado’, pero marcado para bien.
La evolución que vi en él la veo también en personas que pasan por la dura prueba de perder el trabajo. La gran mayoría cambia para bien y en relativamente poco tiempo, sobreponiéndose al amargo “¿por qué a mí?”. Y es que esa prueba, considerada la tercera más grave que pasa un adulto (después de la muerte de un familiar cercano o una enfermedad muy seria) define su carácter y muchas veces cambia el curso de su vida.
Felizmente, un alto porcentaje sale bien librado y con un mejor nivel de empleabilidad, si tienen la suerte de recibir las pautas apropiadas. Incluso nuestras estadísticas confirman que el 93% de las familias sale fortalecido de la experiencia.
A veces necesitamos que nos recuerden nuestras prioridades fundamentales y son esos momentos los que redefinen nuestra normalidad en un instante, los que mejor lo logran. Nos ayudan a madurar y a volvernos más fuertes y a veces más sabios, reconociendo la fuerza interior que tenemos para salir airosos de esas difíciles experiencias.
Nadie las desea, pero esas batallas que nos toca pelear nos enseñan a sobreponernos, nos fortalecen y nos muestran lo mejor de nuestras familias y de nosotros mismos.
Nos ayudan a volver a establecer prioridades y a darles un nuevo sentido y valor a nuestras vidas y carreras. ¡Y nos preparan muy bien para la siguiente batalla!