Amor, tenemos que hablar
Viernes por la noche luego de una semana cansada. Llegamos a casa deseosos de relajarnos, de no pensar en el trabajo ni en nada que nos obligue a usar demasiadas neuronas. Listos a disfrutar del fin de semana, sin previo aviso, escuchamos la temida frase: “Amor, tenemos que hablar”Uy no, ¿qué pasó?… o peor aun, ¿qué hice? El corazón se acelera y rápidamente repasamos nuestras últimas acciones y, por si acaso, también lo que no hemos hecho. En segundos, la sensación de dicha desaparece y esperamos alertas el impacto de una conversación potencialmente peligrosa que definitivamente hubiéramos preferido evitar.
Para la mayoría de nosotros, el “tenemos que hablar” nos hace temer una situación incómoda e incierta. Ocurra en casa o en el trabajo, nos sitúa en un espacio de supuesta confrontación con alguien muy dispuesto a dejarse oír, querámoslo o no.
Sea que se viene una reprimenda o un comentario no muy feliz por algo que no salió como se esperaba, a muchos no nos gusta escuchar (ni decir) cualquier cosa que ponga en riesgo una relación, impacte nuestra autoestima o nos haga “perder cara” frente a otros.
Ese temor nos hace dejar de decir muchas cosas que luego se acumulan hasta salir explotando o, peor aun, callar cosas que aportan tantísimo a la calidad de vida de los que nos rodean y que alimentan las relaciones y el alma, como son las palabras de reconocimiento, aprecio y cariño.
Patterson, Grenny, McMillan y Switzler, autores del libro “Conversaciones cruciales”, llaman así a esas situaciones y las definen como aquellos momentos que tienen la potencialidad de cambiar las expectativas, resultados y planes de nuestras vidas. Quizá por eso son tan temidas.
Muchos, además, sienten que no dominan las técnicas básicas (como el control de emociones) que ayudan a evitar que esas conversaciones se salgan de curso deviniendo en conflictos de los cuales no saben cómo salir airosos.
Por eso, y por ejemplo, nosotros recomendamos a las sociedades nacientes firmar un “acuerdo de socios” antes de empezar su aventura empresarial para pactar de antemano sobre los tantísimos temas que a la larga siempre llegan y generan conflictos entre los socios.
Aun así, la mayoría de las nuevas sociedades evita encarar y conversar sobre las diferencias que incluso intuyen. Y es triste ver luego cómo eso afecta sus negocios o hace fracasar sus empresas por las diferencias en expectativas o valores que los socios no acordaron cómo resolver positivamente cuando todo era aún ilusión y buena onda.
Del mismo modo, esas “conversaciones cruciales” en el trabajo son claves para retener al talento valioso y a todos aquellos que no queremos perder. En diálogos frecuentes, honestos y sin apuros, debemos buscar conocer y comprender mejor sus sueños, retos, expectativas y preocupaciones. ¡Y hacerlo con genuino interés crea el vínculo, alimenta la relación y constituye la base del salario emocional!
Nada aún sustituye el diálogo cara a cara con las personas importantes en nuestra vida personal o profesional. “Coger al toro por las astas” al transar sobre los términos de cada relación aclara lo que estamos dispuestos a dar y lo que no es negociable para cada uno. Y es que hablar de “nosotros” positiva y directamente en un contexto de respeto es lo que permite que esas relaciones se desarrollen y florezcan, para bien de todos. ¡Suerte!