Ser uno mismo
En el contexto de la marca personal, la sencillez es clave. Es clave para la construcción de la reputación, clave para la generación de confianza y, sobre todo, clave para establecer relaciones auténticas y duraderas con quienes interactuamos en el día a día laboral o en la vida personal.
No está de más recordar que son todas esas personas quienes deciden si aprecian o valoran nuestra compañía o nuestra amistad, si desean hacer negocios con nosotros, tenernos en sus equipos de trabajo, promovernos o contratarnos, de ser el caso. Son ellas también quienes comunican nuestra reputación en el mercado laboral, en las empresas o entre amigos y familia. Pero el rol que nos toca jugar en el mundo del trabajo a veces nos absorbe tanto que olvidamos que todos esos roles –como las posiciones o los trabajos que tenemos – son siempre pasajeros. Duran lo que duran, pero no determinan quiénes somos.
De hecho, no somos la posición o cargo que ocupamos. Esos roles o posiciones son solamente lo que hacemos para ganarnos la vida. El “apellido” organizacional que llevamos es temporal y prestado. Nuestro nombre a secas, nuestra conducta, nuestra ética, en un marco de respeto igual para con todos, así como que los resultados que generamos, son los que definen nuestra marca personal, nuestra reputación y nuestra “posición” entre las personas con quienes interactuamos.
Pero la tentación de “creernos” el rol es grande, sobre todo cuando las posiciones son ejecutivas o tienen cierto nivel de poder. Así, muchas veces nos tomamos tan en serio esos roles que dejamos de ser naturales y auténticos. Dejamos de ser nosotros mismos a veces hasta olvidamos de quiénes somos en verdad y nos convertimos en el pesado del grupo, el que no sabe o no quiere ser “normal” o, peor aun, en el arrogante que se cree más que los demás por la posición que ostenta.
No saber dejar de lado las caretas de los roles que profesionalmente nos toca jugar incomoda a otros, genera desconfianza y evita que las personas se den a conocer como son, ya que, como dice la ley de la reciprocidad de las relaciones humanas, uno obtiene exactamente lo que invierte en cada interacción con las personas que nos rodean.
La arrogancia y actitudes de soberbia o de falta de sencillez también suelen ser leídas como muestras de inseguridad: nos escondemos o protegemos detrás del rol. Y ciertamente nos alejan de la buena fe y de la simpatía de los demás. La arrogancia es conocida como la gran enemiga de la empleabilidad. La soberbia mata al carisma y la falta de sencillez a la calidez, esas cualidades tan fundamentales para establecer relaciones de confianza auténticas y duraderas, generar credibilidad y para ganar y merecer el aprecio y respeto de las personas!
La autenticidad con la que actuamos y nos comunicamos genera esa transparencia fundamental: es más fácil leernos si hay coherencia entre lo que decimos con palabras y lo que nuestro lenguaje corporal y tono comunican. Y esa transparencia genera confianza y favorece la “química” que, junto con nuestro talento, buena actitud, ética, energía y pasión, son los ingredientes más importantes de nuestra reputación y marca personal.
Ser uno mismo es nuestro verdadero poder: el reto es ser consistentemente auténticos y leales con quiénes somos de verdad, sin pretensiones o afectaciones, tengamos la posición que tengamos.