Transgénicos y cisgénicos: ¿cómo los perciben los consumidores?
Existen algunos productos en las tiendas que son fabricados a partir de insumos transgénicos: hojuelas de maíz, snacks, aceites vegetales y extractos a base de soya, entre otros. Los consumimos a diario sin saberlo.
La presencia de transgénicos en el mercado se ha incrementado año tras año, así como también, su rechazo por parte de los consumidores. Ellos los perciben como menos seguros que su contraparte convencional. Existen temores de que podrían causar tumores, alergias y enfermedades crónicas, a pesar que no hay evidencias científicas sólidas que las sustenten. Por ejemplo, los trabajos de Seralini —que son usados como prueba del daño de los transgénicos a la salud humana— no fueron concluyentes [aquí lo abordamos con mayor detalle].
Los análisis de opinión pública de la Unión Europea (el Eurobarómetro) de las últimas dos décadas, han mostrado una evolución negativa de la aceptación hacia los productos transgénicos. En 1991, el 74% de los ciudadanos europeos estaba “de acuerdo” o “totalmente de acuerdo” que la investigación en la ingeniería genética de plantas era valiosa y debía fomentarse. En el 2005, esta aceptación bajó al 27%. Es más, los ciudadanos opinaban que estos eran más riesgosos, no eran moralmente aceptables y que no debían ser fomentados. El más reciente Eurobarómetro sobre biotecnología del 2010 confirmó esta tendencia y, de seguro, este mismo fenómeno es observado en muchos países.
Otro estudio mostró que los consumidores europeos estarían más dispuestos a consumir productos transgénicos siempre y cuando sean más baratos y generen un beneficio ambiental, por ejemplo: frutos libres de pesticidas.
Los consumidores también perciben a los productos transgénicos como “antinaturales“, tal como lo destacó Bjørn Myskja de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología. Por ejemplo, el maíz resistente a insectos (maíz Bt) posee un gen que produce una toxina para cierto tipo de plagas, que procede de una bacteria. Esto se hizo gracias a la ingeniería genética. Tal vez esto nunca se hubiera dado sin la intervención del hombre, aunque se ha visto que las bacterias pueden transferir sus genes a las plantas naturalmente.
El hecho de transferir genes entre distintas especies se ve como algo “antinatural”. Entonces, ¿cuál sería la opinión de los consumidores si los genes transferidos corresponden a organismos de la misma especie o a sus parientes silvestres? Es decir, en vez de ser trans fueran cisgénicos.
Un reciente estudio publicado en PLOS ONE revela que los consumidores de cuatro países europeos (Francia, Bélgica, Holanda y Reino Unido) tienen una mayor disposición a pagar por un arroz cisgénico que por el transgénico. Esto sugiere que es más aceptable para los consumidores incorporar genes de su misma especie.
Desde el punto de vista de la bioseguridad, los transgénicos y los cisgénicos son Organismos Vivos Modificados (OVM), por lo que son evaluados y regulados de la misma manera, pues las construcciones genéticas son introducidas en el genoma del organismo receptor usando las mismas herramientas biotecnológicas. Los potenciales riesgos asociados (cambios en la expresión de los genes, respuesta a las condiciones del entorno, interacción con el ecosistema, etc.) son los mismos.
Entonces, si seguimos esta misma tendencia, los organismos que sean modificados tan sólo editando sus propios genes, es decir, sin introducir ningún gen externo (sea de la misma especie o de otra diferente) ¿tendrá una mayor aceptación por parte de los consumidores? Es probable que sí, pero también dependerá mucho de la forma en que se comunique el funcionamiento y ventajas de estas nuevas tecnologías (CRISPR/Cas9 o RTDS).
A pesar que todas las evidencias científicas (ojo: los vídeos de YouTube no son evidencia científica) apuntan hacia la inocuidad del los transgénicos, gran parte de la culpa por esta mala percepción la tienen los mismos desarrolladores de la tecnología. Me explico.
Si desde un primer momento se hubieran identificado a los productos derivados de transgénicos como tales, a través de un simple etiquetado, las personas estarían hoy acostumbradas a consumirlos sin ningún tipo de reparo. Verían por sus propios ojos que los han venido consumiendo por años sin efectos negativos a su salud. El hecho de bloquear el etiquetado agrava el problema. No sólo genera rechazo por parte de los que de por sí se oponen a la tecnología, sino también de las personas que desconocen el tema.
La impresión que les dará es que las empresas no quieren que se etiqueten los productos transgénicos porque estos son malos (¿por qué más uno ocultaría la información?). Leerán sobre transgénicos en internet para saber más y encontrarán muchas cosas equivocadas, acrecentando su miedo. La mala información se disemina. A esto le sumamos la incapacidad de los científicos para comunicar sus conocimientos en términos sencillos para desmentir muchos de los mitos. Otros científicos —que los hay— con mucha soberbia tratarán de ignorantes o se burlarán de las creencias de estas personas, sin darse cuenta que ellos mismos son la raíz del problema.
En mi opinión, bloquear el etiquetado de los transgénicos perjudica mucho a la biotecnología agrícola. Los productores, más bien, deberían estar orgullosos de usar insumos transgénicos (si tantos beneficios trae), pues estos han pasado por una serie de controles que garantizan su inocuidad. Además, el argumento de que encarecería los precios no tiene sentido. Los productores conocen bien la procedencia de sus insumos. Manejan una buena trazabilidad. Saben que si la torta de soya viene de Argentina o la fécula de maíz viene de Estados Unidos, de seguro es transgénica. No hay necesidad de hacerle costosos análisis para corroborar lo que ya sabes. Simplemente se etiqueta. Más bien, las inútiles campañas a favor y en contra del etiquetado son las que han costado millones de dólares a las empresas.
Si una persona que siempre ha comprado el aceite “A” y las hojuelas “B”, y un día ve que en su empaque dice “Contiene OGM” ¿los dejarán de consumir? Lo más probable es que no. Siempre los ha usado, siguen siendo los mismos productos. Tal vez busque otra alternativa, pero todas las que cuesten lo mismo también serán producidas y etiquetadas como OGM. Si quiere algo libre de OGM, de seguro pagará más por eso. He ahí su poder de elección.
Si queremos que la gente confíe en la ciencia, seamos transparentes. Eduquemos. Divulguemos el avance científico. Quitemos espacio a los que pretenden aprovecharse de la desinformación de la gente.