Masacre prehistórica
…Cuando la mujer embarazada de siete meses tomó conciencia de lo que ocurría, se puso a llorar. Alrededor suyo solo había muerte. Los cadáveres estaban regados en la orilla del lago. Otros cuatro, aún con vida, estaban amarrados de las muñecas y los tobillos al igual que ella. De pronto, un fuerte golpe en la nuca convirtió todo en oscuridad.
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Diez mil años después, un cazador de fósiles llamado Pedro Ebeya, encontró unos fragmentos de huesos en una región llamada Nataruk, al sudoeste del lago Turkana, en Kenia. Comunicó su hallazgo a la Dra. Marta Mirazón Lahr, investigadora de la Universidad de Cambridge y experta en biología evolutiva humana, quien recibió la noticia con poco entusiasmo porque antes ya había hallado una serie de esqueletos de finales del pleistoceno en esa zona.
Al llegar a lugar, Mirazón Lahr vio gran cantidad de restos humanos formando pequeños grupos dentro de un área de 100 por 200 metros. “Entre ellos vi un fragmento de cráneo todavía enterrado, estaba boca abajo y tenía lesiones profundas y múltiples en la cabeza”, comenta la investigadora para un artículo en El País de España. Al final de la campaña, recuperaron los restos de 27 personas: seis niños, una adolescente de 12 a 14 años y 20 adultos, incluyendo 12 esqueletos enteros en la posición en que habían muerto.
Lo chocante del hallazgo fue la violencia con la que habían sido asesinadas estas personas. “Las lesiones sufridas por los pobladores de Nataruk (hombres y mujeres, embarazadas o no, jóvenes y niños) impresionan por su crueldad”, comenta Mirazon Lahr. Ningún cuerpo fue enterrado. Todos estaban en la posición en la que habían caído muertos cerca de la orilla del lago que ahí existía. Quedaron sumergidas bajo el agua, lodo y grava. Esto permitió conservar la escena del crimen por 10 milenios.
En esa época, nuestros antepasados vivían en sociedades nómadas cuya principal actividad de subsistencia era la caza y la recolección. Aún no se inventaba la agricultura que posteriormente permitió que estos grupos humanos se establecieran en lugares definidos.
No se sabe a ciencia cierta las causas de la matanza; pero, para los investigadores es claro que el ataque fue premeditado. Diez de los doce esqueletos hallados muestran lesiones traumáticas letales, uno de ellos correspondía a una mujer gestante. Al menos seis tienen heridas de flecha en el cuello y cabeza, cinco cráneos muestran lesiones causadas por golpes con mazos o garrotes, dos esqueletos presentan las rodillas fracturadas dado que la pierna y la pantorrilla forman un ángulo imposible [ver imagen inferior], otros dos presentan múltiples fracturas en las manos y a uno se le encontró con las costillas rotas.
En la escena del crimen se halló una hoja de obsidiana —una roca usada antiguamente para fabricar armas punzocortantes— incrustada en un cráneo masculino y otros fragmentos de rocas en la caja torácica y pelvis de dos esqueletos. Esto sugiere que los asesinos llevaban armas que podrían considerarse de guerra, pues no se parecían en nada a las usadas para cazar, tales como: garrotes de distintos tamaños, cuchillos y armas de larga distancia como lanzas y flechas. Además, esta hipótesis se ve reforzada porque no hay yacimientos de obsidiana cerca de la zona de ataque. Los asesinos venían de otras regiones.
Para Mirazón Lahr, esta podría ser la evidencia más antigua, científicamente documentada, de un conflicto violento entre dos grupos nómadas de cazadores-recolectores en nuestro planeta y ofrece información sobre las condiciones socio-económicas que marcaron la aparición de las guerras.
No obstante, las guerras a menudo se vinculan con sociedades relativamente avanzadas, entre grupos humanos sedentarios que controlan un territorio específico donde poseen granjas y alimento almacenado, protegiéndolas de los invasores hostiles que solo buscan apoderarse de los recursos de otros. Pero vemos que esto no es así.
“[Esto] demuestra que las condiciones para que exista el conflicto no dependen del sedentarismo, y que en momentos de gran abundancia y alta densidad poblacional valía la pena pelear por los recursos que un grupo de cazadores tenía y otro no, fueran estos agua fresca, carne o pescado seco, acceso al mejor sitio de caza, o inclusive mujeres y niños”, comenta Mirazón Lahr.
Para concluir, la investigadora recalca que la evolución es un proceso de competición y supervivencia, y nuestra especie no es diferente en este aspecto.
Referencia:
Mirazón Lahr et al. Nature 529, 394–398. doi: 10.1038/nature16477 (2016)
Fuente | Smithsonian & Discover.