Vamos pa´ la peña
Han pasado 66 años desde que los peruanos celebramos oficialmente nuestra música criolla. Hoy 31 de octubre los festejos serán en muchos lugares, algunos en las peñas, otros en los tradicionales centros musicales y los más modernos en discotecas. Sin embargo, como dicen nuestros abuelos, todo tiempo pasado fue mejor. Aquí un recorrido por los lugares que fueron los favoritos de antaño.
Cuando el 18 de octubre de 1944 el presidente Manuel Prado decretó el Día de la Canción Criolla, la capital peruana se paralizó, y no era para menos. Aquella noche el primer Centro Musical Carlos A. Saco, albergó a todos los amantes del criollismo para festejar a lo grande sus esfuerzos.
Cuentan que muchas personas ha sido gestoras de esta institución: cantantes, compositores y hasta un trabajador de El Comercio, Juan Manuel Carrera. Todos ellos lucharon por un solo ideal: darle carta de ciudadanía a nuestra música criolla. Lo que vendría más adelante sería pura jarana, y de la buena.
El primer día oficial fue el 31 de octubre. Los cantantes del Centro Musical Felipe Pinglo partieron del Parque Universitario, dice Óscar Avilés en las entrevistas de la época. “Levantamos un gran estrado y hasta allí llegó Manuel Prado, era la primera vez que un presidente de la República acudía a un evento similar”.
Festival de peñas criollas (1977)
Por otro lado, todos los barrios limeños también celebraban, y a una hora señalada iban por las calles hasta llegar al local central. El primero que se estableció ese año fue en la plazuela Buenos Aires, en los Barrios Altos. Allí el festejo se prolongó hasta la madrugada y con justa razón.
Pero desde mucho antes, los criollos de corazón ya celebraban su música a veces un sábado o un domingo; pero muchas otras, semanas completas. Una de las más famosas “encerronas” era la del callejón de El Buque, en Luna Pizarro, donde al son de las guitarras y las mejores voces criollas pasaban sus horas sin parar de cantar, bailar, comer y beber.
Las Limeñitas armando la jarana. Foto cedida por el fotógrafo Carlos “chino” Domínguez al Centro Musical Felipe Pinglo Alva.
Sin embargo, los famosos Centros Sociales y Musicales fueron los verdaderos templos del criollismo; para ese entonces no existían las peñas. Era el lugar perfecto para hablar de esta música, sentir su arte y entender la vida de otra manera.
Para Julio Pizarro, ex presidente del Centro Musical Pinglo, “los centros musicales son instituciones que difunden y defienden la música. Aquí hay elecciones y estatutos que se respetan, lo que no sucede con las peñas comerciales”.
El primero fue Carlos A. Saco fundado en 1935, y que pasó por varios locales, hasta llegar a la calle El Tigre, cedido por la Sociedad de Choferes del Perú. Por ese escenario desfilaron los personajes criollos de antaño como Manuel Garrido, autor de la polca “Delia”, que popularizaron Los Embajadores Criollos; Alejandro Ascoy, el ‘Pato’ Villalobos, el ‘Cojo’ Núñez, ‘Pindongo’ Romero y ‘Pancho’ Estrada. En 1976 culminó su labor.
Centro Musical Pinglo
Luego vendría el Felipe Pinglo Alva fundado el 17 de mayo de 1936, a los cuatro días de la partida del poeta compositor. El primer local funcionó en la casa de Obdulio Menacho, en los Barrios Altos, y actualmente está a pocos metros de la Plaza Mayor.
En sus locales recibió la visita de artistas, deportistas y sobre todo políticos, como el recordado ex alcalde Alberto Andrade, y también Alan García, quien a mediados de los años ‘80 se jaraneaba como nunca; Eduardo ‘Chachi’ Dibós, y ahora Mercedes Cabanillas, Jorge del Castillo, Juan Sheput, Wilmer Bendezú y el periodista César Campos, solo por mencionar algunos.
En la década del 50, en el jirón Ica, en el barrio de Monserrate, nació otro de los pilares del criollismo: el Centro Musical Pedro Bocanegra, el cual tuvo su época dorada, junto al Pinglo, en los años 60.
Fiesta criolla con Alicia Maguiña (1960)
Julio Pizarro recuerda que el Bocanegra podía tener en una sola noche a Chabuca Granda, Alicia Maguiña, Lucha Reyes, Nicomedes Santa Cruz, Pablo Casas, Los Chamas y Los Morochucos. De allí tal vez la cariñosa rivalidad entre el Pinglo y el Bocanegra por conseguir a las mejores voces.
Sin embargo, la competencia recién comenzaba con el surgimiento de las peñas comerciales. Su precursor fue El Parral del Rímac, creada en 1956. Al año siguiente doña Piedad de la Jara abriría El Karamandunka, es así como el criollismo entraba con fuerza a los salones, dándoles otro aire. Luego vendría La palizada, el Sachún y el Plebeyo. Con sus mejores trajes la gente llegaba cada fin de semana a jaranearse en estos locales de moda.
Fernando Hurtado y músicos de la peña Giuffra (1984)
Poco a poco los centros musicales fueron perdiendo seguidores, pero sobre todo sus mejores voces.”Las necesidades apremiaban y había que buscárselas, al ver que los otros locales pagaban más, los cantantes no lo pensaban dos veces y se iban, estaban en su derecho”, cuenta Pizarro, cuatro veces presidente del Centro Musical Pinglo.
De los centros musicales, los más importantes fueron: El Tipuani, donde Pablo Casas, calificado por muchos como el sucesor de Felipe Pinglo, deleitaba con su música a más de uno; el Domingo Giuffra, punto de encuentro de todos los criollos victorianos, el Breña, el Barrios Altos y el Sentir de los Barrios, donde dieron sus primeros pasos Lucha Reyes y Cecilia Bracamonte.
Actualmente, los barrios de la música criolla han cambiado de lugar, para dar paso a otra nueva generación de peñas como la Del carajo y Don Porfirio, que se han convertido en las favoritas de los jóvenes y los criollos de ahora.
Su esfuerzo es válido, invierten y apuestan por seguir impulsando la música criolla, aunque muchas veces esto sacrifique el espíritu íntimo de una verdadera jarana criolla, esa misma que ahora 31 de octubre deben de vivir allá arriba el ‘Zambo’ Cavero, Jesús Vásquez al lado de Chabuca Granda, Lucha Reyes y los demás grandes de esta música.
(María Fernández Arribasplata)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio