Martín Adán murió hace 30 años en el hospital Arzobispo Loayza
Su nombre real fue Rafael de la Fuente Benavides, pero el mundo de la cultura y las letras hizo inmortal su seudónimo: Martín Adán. Su poesía vanguardista, de visión barroca y espíritu humanista, marcaron la poesía peruana del siglo XX, junto con el trabajo poético de sus pares en excelencia: José María Eguren y César Vallejo. Martín Adán murió en Lima, el martes 29 de enero de 1985. Sus últimos meses de vida transcurrieron en medio de un estricto autoexilio personal y del olvido del Estado.
Cuando Lima estaba a 48 horas de recibir al papa Juan Pablo II, la noticia de la muerte del poeta Martín Adán cayó como un rayo. En medio de notas del mundo y de las banderas del Vaticano flameando en la capital, la portada de El Comercio daba cuenta del hecho.
“Murió ayer Martín Adán”, decía la breve nota en la edición del 30 de enero de 1985. La pérdida literaria ocurrió a las 10.30 pm., en el hospital Arzobispo Loayza de la avenida Alfonso Ugarte, en el Cercado de Lima. Durante una semana el poeta había permanecido internado en dicho nosocomio. Un paro cardiaco acabó con él. Al día siguiente lo iban a operar.
El fino poeta y de maneras aristocráticas que siempre fue Martín Adán fue velado en el sencillo albergue Canevaro del Rímac, y enterrado en el cementerio El Ángel, el 31 de enero. Todo fue en silencio, sin aspavientos ni grandes discursos.
Entre poemas, paisajes y hospitales
Estudió en el Colegio Alemán de Lima, y Letras y Derecho en la Universidad de San Marcos. ‘La casa de cartón’, su relato breve o cuento largo (en realidad, ejercicios narrativos escritos en el colegio), fue una exquisita muestra de prosa poética, que se publicó primero por fragmentos en 1927 en la revista “Amauta”, dirigida por José Carlos Mariátegui; y al año siguiente, en 1928, como un hermoso libro de la imaginación, la memoria y la estética pura.
Martín Adán, no el enfermo olvidado del hospital Loayza, sino el joven crítico que escribía en las revistas “Amauta” y “El Mercurio Peruano”, llegó a trabajar por algunos años en el área legal del Banco Agrícola del Perú, en tiempos de Luis M. Sánchez Cerro (1931). Por supuesto, no lo soportó por mucho tiempo.
Las continuas crisis existenciales llevaron al poeta a una progresiva depresión. El alcohol lo arrastró a un torbellino de disociación con la realidad, la cual superada a veces por largos periodos hacía resurgir la poesía con una fuerza y belleza arrebatadoras.
Dice la leyenda urbana que Martín Adán escribía en servilletas, cajetillas de cigarros o simples trozos de papel, material mayormente perdido o de indescifrable lectura.
El poeta se hospedó de 1937 a 1941 en el hospital psiquiátrico ‘Víctor Larco Herrera’, invitado por el doctor Honorio Delgado. No era un orate, solo un hombre que buscaba paz. Su alcoholismo se acentuó tanto como su agudeza y sensibilidad poéticas. El libro ‘La rosa de la espinela’ (1939) puede dar fe de ello.
En ese internamiento voluntario concluyó su tesis doctoral en Letras, titulado ‘De lo barroco en el Perú’ (1938), que se publicó 30 años después. Casi durante toda la década del 40, Martín Adán permaneció en los ambientes del ‘Larco Herrera’, donde se sentía como en su casa (o mejor aún), pues los médicos, enfermeras y pacientes le prodigaban afecto y consideración.
“Es el único lugar donde se puede vivir cuerdamente”, ironizaba Martín Adán con la finura y precisión conceptual de siempre. Luego llegarían sus conjuntos poéticos: ‘Travesía de extramares’ (1950), ‘Escrito a ciegas’ (1961), ‘La mano desasida’ (1964), ‘La piedra absoluta’ (1966) y ‘Diario de poeta’ (1975), todos poemarios marcados por un espíritu barroco, pero enriquecido por un lenguaje audaz, moderno y posvanguardista.
En total, llegó a publicar dos libros en prosa y cinco en verso. Su obra poética fue reunida, entre 1980 y 1982, en un solo volumen titulado ‘Poesías completas’.
La realidad de un poeta
Desde 1963, Martín Adán se recluyó en una clínica particular de donde decidió no salir. Allí se mantuvo 20 años, con esporádicas salidas y visitas de amigos. En marzo de 1983 reingresó al hospital ‘Larco Herrera’, pero entonces estuvo allí poco tiempo. En esos parajes, en una especie de espacio personal que le fue cedido, recibía a su mejor amigo: el librero Juan Mejía Baca, con quien conversaba largas horas. Luego, a solas, leía o meditaba.
En 1984 dejó el ‘Larco Herrera’ y lo recibió el albergue Canevaro, en el Rímac. De allí salió en enero de 1985 rumbo a una cama del hospital Loayza para vivir, casi en las tinieblas –sufría de cataratas- su última semana entre nosotros. Aún en esos días, como indican algunos testimonios, Martín Adán no dejó de leer El Comercio con una inmensa lupa como aliado.
Sus restos fueron velados en el albergue Canevaro. Su amigo, Juan Mejía Baca, declaró a los periodistas en una improvisada conferencia en el propio local del velorio. A la pregunta del porqué de ese autoexilio por nosocomios mentales y albergues, respondió: “El motivo por el cual Martín Adán y tanto otros artistas se aíslan totalmente en nuestra sociedad es que, en nuestro país, los gobernantes han manifestado siempre una absoluta indiferencia por la gente que piensa”, afirmó.
Mejía Baca sostuvo además que personas como Rafael de la Fuente han sido “víctimas del desprecio del Estado por la cultura, a través de sus distintos gobiernos”.
Su muerte -tras 10 años de silencio poético- fue una sorpresa para la prensa peruana, pese a que el autor de ‘La casa de cartón’ se hallaba internado hacía días en el hospital. Y es que el poeta se había rehusado por varios años a dar entrevistas o encontrarse con gente extraña a él. En algún momento llegó a decir: “Con mi obra pueden hacer lo que quieran. Con mi vida, ¡no!”.
Martín Adán dejó este mundo a los 76 años de edad.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo El Comercio
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