Freud y Marx: diálogo imaginario
La barba es espesa y el gesto recio. Se sotiene sobre una descomunal roca sobre la que pretende esculpir su nombre. Mientras se acicala el bigote, atisba a lo lejos la silueta de un hombre adusto que camina torpemente, en zigzag, esquivando las centellas prendidas que pasan a su lado. Habla despacito como para no ser oído, solo atino a escuchar: “Es el inconsciente”.
El judío de barba densa lo detiene en seco:
Karl Marx: Detenga el paso, Sigmund, lo que observa no es una figuración de su mente. Con sorpresa le manifiesto que el purgatorio existe, como existe el infierno y no es como creí, el calor infernal de una fábrica manchesteriana o un niño abriendo zanjas en una mina. Almas oscuras las de entonces.
Sigmund Freud: Es extraño escucharlo, para usted todo giraba en torno a la materia y la lucha de clases. El espíritu no era sino el reflejo de una cultura burguesa, afincada apenas como una superestructura. La estructura era la economía. Pero, Marx, el meollo de todo, la fuerza que mueve al mundo no es ese odio inefable entre desiguales sino el inconsciente y el afán perpetuo de una sexualidad que nos domina sin que podamos remediarlo.
KM: El hombre responde a las pautas económicas no al deseo de la carne ni a la vergüenza.
SF: La economía no explica las opciones individuales, no es el odio entre el obrero y el patrón lo que domina el destino de la Historia. Son los instintos y pulsiones que reprimimos por una vergüenza que jamás reconoceremos. Lo que no concibo es la racionalidad forzada de quienes pretendieron sintetizarnos alguna vez. Marcuse, “Eros y civilización”, represión sexual y malestar en la civilización, un intento velado de dejar mal parado al capitalismo liberal. Un desperdicio. Althusser se atrevió a decir que fuimos los hijos bastardos de un siglo. Y Ricoeur tuvo la osadía de incluir a Nietzsche en este juego. Los maestros de la sospecha. Todo tan forzado, unir tan artificiosamente a un materialista radical con un idealista radical, sin puntos de encuentro siquiera.
KM: La suya fue una posición de pequeño burgués ilustrado e individualista. Estamos atados a fuerzas sociales irrefrenables. Es la ley de la Historia.
SF: Usted vio lo que Dickens, una pequeña parte de un todo que le sirvió para fabular. En su caso para trazar las líneas de un pensamiento y una predicción, fallida por cierto. La Historia no le dio, finalmente, la razón. Yo vivo en los divanes, soy la respuesta a muchas interrogantes que los individuos, pobrediablos ellos, se hacen en la puerta del psicoanalista.
KM: Careció de ciencia, Popper lo dijo bien, lo suyo no es más que una conjetura, como lo fue la temeraria experimentación con la cocaína. El tiempo reveló sus efectos adictivos. Las ciencias humanas no existen, lo humano es inabordable en métodos. La sociedad y su economía son otro tema, la ciencia sirve en este caso para el instinto revolucionario. El pansexualismo no es más que la perversión disfrazada de intelectualismo. La perversión de Freud, por cierto.
SF: Seguramente, pero su pulsión es de muerte. Ignoro las razones, pero ya no tengo consultorio para comprenderlo o estudiarlo a usted, Marx. Estamos muertos. Solo sostengo que en base a sus impulsos más intrincados construyó una ideología destructiva, sustentada en la confrontación y el rencor irredimible.
KM: No fueron mis impulsos sino Hegel y su dialéctica. La contradicción es un sino, no estamos librados de ella.
SF: La actualidad, si avizora bien, pensador y profeta, señalan que no hubo tal ensañamiento. Un obrero es bien pagado en una sociedad de libertad, próspera. En un Estado socialista es un esclavo y un esclavo prohibido de disentir y opinar. Usted procreó a Stalin. La filosofía del odio radical y de la muerte como instancia final.
KM: Quizás ambos nos equivocamos, Freud. Porque así como negué la libertad, sujetando al individuo al yugo de fuerzas sociales que lo superan, usted lo enmarrocó a fuerzas internas difíciles de dominar, con lo que la libertad, la capacidad de elegir, las opciones en vía a la propia felicidad no serían más que una ilusión. Pero la libertad existe, desde este plano de ascensos y descensos, de purificación extraterrena “podemos ver” y el hombre es libre y puede autodeterminarse y construirse sin que fuerzas externas o internas a él lo contengan. En todo caso la vida es una batalla intensa, una lucha permanente contra la fuerza de gravedad. Reconozco mi error ¿Y Usted reconoce el suyo?
El viejo de la barba espesa y cana abandona el círculo de los equivocados y de las falsas doctrinas que adormilaron al mundo. Gesticula, bosteza, se arremanga la camisa y atisba el vacío.