Ascensos y caídas de la poesía
La poesía es intuición y pacto con la luz, amor por las palabras y temor a las tinieblas. No es fácil trazarla en el papel sin que medie la razón de una melodía porque la poesía es también música.
De los tópicos más manidos la fraternidad, el paisaje o quizás el amor, que se eleva y, en ocasiones desciende hasta los infiernos. El peor enemigo del poeta es, sin embargo, el miedo. Cada encuentro con la página es un abrazo con el temor, el temor de no estar a la altura de las expectativas, de no calzar con el poema anterior, de no ser más que un artífice de nada. La poesía entonces deja de ser arte y se convierte en artesanía o capricho.
Descubro que no habita la belleza
en la palabra misma
sino en el hecho mismo de la escritura.
Yo me vierto como una turba
en ella y ella me contiene.
Pero no se trata de nutrir la savia
del árbol de la vida
sino de destruirlo.
La luz debe perecer en la alborada
para no invadir la tarde
con sus cantos
alejarse de los crepúsculos tranquilos
y de las habitaciones puras.
El amor, digo, no es como lo pintan
los poetas de remotos romanceros,
sino una concatenación de relojes y cuchillos
que perfilan la piel como una zanja
como una herida que puebla
la memoria
que nos conecta con la muerte.