Tenía que ser el Chavo
El 10 de octubre de 2003 empezó oficialmente mi carrera periodística. En la Contra del diario El Comercio apareció publicado este pequeño texto sobre los personajes de El Chavo del Ocho, los dimes y diretes de los actores que los interpretan, y la forma en la que han construído un universo autónomo en nuestro imaginario. Publicar el texto fue mostro porque todo mundo me felicitó menos Toño Angulo que me dijo que el final era como un pedo de vieja… ahora estoy de acuerdo. De todos modos a uno le hinchan el ego estas cosas, sobre todo las primeras veces. A raíz de eso, todos pensaron que sabía mucho del personaje de Chespirito y hasta me invitaron a un programa de televisión a hablar sobre el tema y, de paso, a hacer el ridículo delante de medio Lima. Felizmente videito manda y, hasta donde sé, el videito se ha perdido. También creo que fue a partir de eso que pensaron que algo sabía de televisión.
Ahora que Chespirito está en Lima, me parece oportuno desempolvar el juguete viejo y volverlo a publicar aquí, que hasta cierto punto es el lugar que naturalmente le corresponde. Es cierto que está un poquito desactualizado, pero no he querido cambiarlo (ni siquiera la flatulencia final) porque me sigue gustando mucho. Y dice así:
Hace unos días se supo que el grupo Disney quiere adoptar al Chapulín Colorado. Pero el Chavo del 8 sigue siendo el huérfano más famoso de Latinoamérica. Lo que sigue es la trama final de sus protagonistas.
I. La Vecindad
Qué bonita vecindad era la vecindad del Chavo. Se hizo hace tantos años ya y aunque no valga medio centavo, la seguimos queriendo mucho porque es linda de verdad. Esa vecindad de tripley con fuente de teknopor en el segundo patio, esa que sedujo a miles y albergó a las familias disfuncionales más entrañables de la televisión latinoamericana. Cuanta violencia, decían los maestros jalándose los pelos, en tiempos en que no había ni Pokemón ni Dragon Ball. Vuelvo a la primaria: ¿A ustedes les parece gracioso que al pobre Don Ramón le caiga siempre un golpe inmerecido?, reprocha la profesora Vilma del tercero B del colegio Monte María. Sí, nos parece gracioso. Para ser honestos, nos reímos a carcajadas. Y también nos gustan los cocachos con ruido de campana, el ronroneo interminable de Quico cuando llora, y el pi-pi-pi-pi-pí del Chavo. Los niños son crueles dicen. Pero la realidad también.
¿Qué es lo que hacía que semanalmente 350 millones de corazones de niño –chicos y grandes-, se conectaran al televisor a la misma hora y en el mismo canal para seguir las empresas y desventuras del clásico de gorrita? ¿Qué motivaba que todos esos corazones se emocionaran al escuchar The Elephant Never Forgets, de Jean-Jacques Perrey, que servía de entrada a la serie, sin conocerlo a él y sin importarles en lo mas mínimo que se había inspirado en la Marcha Turca de Beethoven?
Se ha ahondado mucho en las razones del éxito del Chavo del 8, pero a ciencia cierta nunca sabremos qué es lo que lo hace tan divertido. Algunos esbozan argumentos sobre la precariedad técnica del show y el desamparo de los personajes, otros dicen que la gracia era el chiste predecible. La mayoría apunta a la facilidad con que los niños se identifican con los personajes: cuenta Chespiríto, o Shakespeare chiquito como lo bautizó un director de cine, que durante una estadía en Colombia con todo el elenco, cuando visitaban sitios turísticos, un niño ambulante que vendía golosinas subió desde un paradero al bus en el que viajaban, y luego de detenerse por los asientos ofreciendo sus dulces, llegó al lugar que ocupaba el Chavo. Toma, le dijo entregándole todo el dinero de sus bolsillos mientras lo miraba perplejo, para que te compres tu torta de jamón. Al señor Gómez Bolaños no le quedó otra que recibir el dinero para no quebrarle la ilusión. En el fondo, el chavo era ese niño. Los niños son crueles y la realidad también, escribí antes. Me corrijo: la realidad y el chavo son crueles pero tiernos a la vez.
Y es que este show de la miseria, la pena y la risa tenia la inteligencia de banalizar asuntos tan graves como el desempleo perpetuo de Don Ramón, la histeria irremediable de la bruja del 71, y la muerte que aparece desde el planteamiento de los personajes. Por ejemplo, Quico, también conocido como cachetes de marrana flaca y cachetes de toronja de a peso, sigue llevando un traje como el de su padre, que cuando vivía era marino y que ahora descansa en pez. A la pobre vieja chancluda de Doña Florinda no le queda otra entonces que decirle al huerfano de su hijo vamos, tesoro y dejar la alta sociedad que los cobijaba para irse a vivir para siempre al catorce de la vecindad con la chusma. Daba la impresión de que hubieran pasado a ser los parientes pobres de algún aristócrata mejicano. Desde entonces la doña no dejaría de arreglarse el pelo con ruleros, preparándose, supongo, para un encuentro con el maestro Longaniza, encuentro que -¡ta!, ¡ta!, ¡ta!, ¡ta!, ¡tá!-, nunca llega a pesar del humilde obsequio y de las tacitas de café.
Don Ramón es un desempleado mil oficios. Dice que ha sido mecánico, fotógrafo, cantante, guitarrista y torero, pero en el capítulo en el que se lleva a casa el sombrero del patrón no se menciona qué trabajo realizaba. En la página del chavo (www.chavodel8.com) refieren que enviudó cuando su esposa optó por darle la vida a su hija en vez de [conservar] la suya. Inclusive, en uno de los episodios se ve en una pared de su casa una foto en la que presuntamente aparece al lado de su fallecida esposa. Pero nada de esto apena a la chimuela Chilindrina, que usa lentes sin vidrios y toma el nombre de un pan charro con azúcar espolvoreada que parece tener pecas. Apodada la coladera, la salpicada o tarántula con gafas, es la más inteligente del grupo pero usa sus cualidades para engañar al Chavo, a Quico, y especialmente al platudo de Ñoño. La usurera se justifica: lo que tenían de brutos lo tenían de brutos.
De los familiares del Chavo no sabemos nada. Sabemos que tiene ocho años, que vive en el ocho aunque nunca nadie haya visto esa casa, que la casa está en el primer piso y que, como nos informa la web, según Doña Florinda duerme en un petate, y no en el barril como se piensa. Luego la página agrega dice que tiene padres pero que no se los han presentado. Ahora bien, cuando se le pregunta su verdadero nombre o con quién vive alguien interrumpe la conversación. Algo similar ocurrió en el chat que el diario mejicano La Reforma concertó con Roberto Goméz Bolaños cuando se lo preguntaron a él: le dieron ganas de irse al baño.
Así que de saque la vecindad estaba plagada de fantasmas, pues la muerte era fundamento y raíz de algunos de los personajes que conocemos. Pero también asunto de todos los días porque era parte de los juegos de los niños y sustancia de sus temores: son clásicos los capítulos de la llorona, de los espíritus chocarreros y de la lagartija que mató el Chavo con su resortera y con la que se la pasan juegando lo que dura el show. Menos conocido pero tal vez más oscuro y gracioso es ese en el que el gato de Quico muere atropellado por la bicicleta de Don Ramón que, sin querer queriendo, el Chavo manejaba. Por supuesto, golpe a don Ramón y chusma-chusma con un Quico que necesita ritanil.
Y hasta aquí todo está bien en la bonita vecindad, porque Jaimito el cartero de Tangamandapio podía seguir dando sus rondas caminando al lado de su bicicleta para evitar la fatiga, el señor Barriga podía pasar a cobrar aunque no se le pague –¡pum! y ¡tenía que ser el chavo!-, y Don Ramón podía escurrirse de los lances amorosos de la solterona Doña Clotilde, que siempre estaba de buen humor a menos que los niños le dijesen que era la bruja del 71. Y como bruja que era infundía miedo. Miedo gracioso, en broma a veces. Hasta que llegó la pelona.
A los mejicanos les gusta pintarla flaca hasta los huesos, con su sonrisa amplia y descarada, en plan de juerga, cegando las almas que se lleva para siempre a otra vecindad que no es de este mundo.
II. La Realidad
La pelona cegó primero la vida de Don Ramón Valdéz, que en realidad era a la vez actor y personaje dentro y fuera del set. Se vestía con camiseta y jean en su vida cotidiana y en la de ficción, y dice la página del Chavo, que Rubén Aguirre hace una comparación al decir que a Ramón Valdéz costaba hacerlo trabajar, siempre había atrazos en las grabaciones ya que Don Ramón no llegaba a la hora que habían fijado. Más adelante añaden que Chespirito solamente le decía sé tu mismo Y lo fue hasta que en el año 79 se separó de él. Trató de escaparse de la muerte como se escapaba de los cobros de Don Zenón Barriga y Pesado –compermisito dijo Mochito- pero el 9 de agosto de 1988 falleció de un cáncer pulmonar a la edad de 65 años. Antes Carlos Villagrán le había dicho nos vemos allá arriba en el cielo. Ramón le respondió no te hagas el loco, allá abajo en el infierno.
La madrileña Angelines Fernández Abad había sido pionera del cine mejicano y había trabajado con Arturo de Córdova y Cantinflas, en El Esqueleto de la Señora Morales y El Padrecito, respectivamente. Durante veintitres años personificó a la bruja de mentira más querida del mundo hispano, gracias a que su amigo Ramón la recomendó a Roberto Gómez para hacer su contraparte en la serie de la vecindad. Cuando Ramón Valdez murió, quedó de pie dos horas junto al ataúd diciendo mi rorro, mi rorro. Se habían querido mucho y eran grandes amigos. Cuando ella se deprimía, lo llamaba para que la fuera a ver. Pronto la pelona les haría el favor de reunirlos: víctima del tabaco, la bruja del 71 fallecería por extraña coincidencia a la edad de 71 años el 25 de marzo del 94.
El 3 de febrero del mismo año había muerto ya de un paro cardiáco, debido a complicaciones diabéticas, Raul ‘Chato’ Padilla o Jaimito el cartero para los que seguiamos al chavo. Habiendo evitado la fatiga toda su vida, ahora no había fatiga posible porque descansaba en paz. Y esta vez no hubo un bueno como la bola de manteca del señor Barriga que le pague el regreso a la vida como le pagó al Chavo el viaje a Acapulco. Y no tuvo que ser el Chavo sino problemas cardiácos los que obligaron a Edgar Vivar a dejar de trabajar con Chespirito. Enfrentó un problema glandular severo que lo infló más aún que a la pelota cuadrada que Quico se pasó esperando toda su vida, hasta que redujo su peso en 50 kilos en un periodo de un año, producto de un severo tratamiento médico. La pelona, resignada, lanzó un suspiro de disconformidad y siguió de largo.
El último en irse ha sido Godinez, que era el más volado de todos en el salón del kilómetro de cañería o ferrocarril parado, dos de los tantos apodos del profesor Jirafales. Se sentaba al fondo del salón en el último asiento y siempre respondía yo no fui a la sola mención de su nombre o a cualquier cosa, sin tener ni la menor idea de qué se le estaba preguntando. Horacio Gómez era hermano de Roberto y participaba animado en los preparativos que Televisa realizaba para homenajear a Chespirito a comienzos del 2000 cuando, ¡chanfle!, un infarto lo fulminó a la edad de 69 años el 21 de noviembre del 99.
No obstante, a Chespirito no lo ha inmovilizado nunca la garrotera porque sigue tan activo como siempre y eso que supera las siete décadas. Dibujante, escritor, publicista, actor, compositor y director, es responsable de la obra de teatro más exitosa de la historia de Mejico, 11 y 12, con más de 2800 funciones desde que se estrenó en 1992. Ha dirigido, producido, escrito y actuado en cinco películas y ahora trabaja en un filme de animación. Es que Chespirito mide un metro sesenta pero quiere ser grande como Dios. ¿O es que Chespirito es Dios?
Felizmente casado con Florinda Meza, a algunos les pareció capricho de viejo que le entablace un juicio a María Antonieta de las Nieves, quien todo lo que tuvo lo perdió en la bolsa y a quien solo le queda su personaje. Años atrás hubo una querella similar con Carlos Villagrán por el uso de Quico. Chespirito alegó que había un documento que se había firmado en los ochenta en el que los actores cedían la propiedad de los personajes para evitar que una compañía peruana lucrase con muñecos no autorizados. Dice que lo único que quiere es que reconozcan su mérito y respeten sus derechos de creador. Es que Chespirito es Dios pero también el diablo. Pero ese es tema de otra historia. Y mientras esa se va escribiendo, la pelona va completando su ronda por el barrio. Sus dientes crujen mientras murmura: ¡qué bonita vecindad! y sonríe fría.
*Estimados lectores: Desde enero del 2009, el blog “Tv en serie” lo desarrolla Romina Massa. Este post escrito por el anterior blogger, Javier Masías, seguirá en línea pero sin opción de dejar comentarios.