¿Qué ha hecho el yoga por mí?
Ha hecho mil cosas más, pero este texto es más o menos especial. Hace unos días, Lorena Salmón, quien está detrás de la página queseasmuyfeliz, un portal hermoso de buenas noticias, testimonios, locales para ir a conversar y mucho más, me pidió que escriba sobre lo que el yoga ha hecho por mí.
Comencé a escribir un texto sobre cómo me siento cuando practico, cuándo empecé a practicar y así, pero luego leí una vez más el inbox que me mandó Lore y noté un detalle especial: me pidió que lo escribiera, pues había visto una foto en mi Facebook en la que confieso que he pasado por varios cambios en menos de tres meses.
Las cosas, entonces, cambiaron. Sentí que era importante escribir la razón de estos cambios tan bruscos, que pueden poner de mal humor (lo estuve), triste (también lo estuve) y creer que está sin norte (me pasó) a cualquiera. Una vez que fui sincera conmigo, salió este texto. Lo copio:
“Adriana, por favor, a mi casa no regreses más”, me escribió. Así (entre otros mensajes y correos) terminó mi última relación. Antes de eso, las cosas iban bien: me pidió matrimonio, nos mudamos juntos, viajamos a Europa, veíamos “El precio de la historia” y nos reíamos todas las mañanas. Pero una tarde, se acabó. “No eres tú, soy yo”. “Te tienes que ir”. Fue un balde de agua fría, pues más temprano, las frases habían sido así: “A qué hora llegas”. “Te extraño”. Es irónico: nunca me han gustado las sorpresas y me encantan las duchas calientes.
No tuve otra; agarré lo que pude y con una mochila fui a casa de mi mamá. Como estaba prohibida de regresar por mis cosas, estas llegaron en un camión dos días después. El mundo me cayó encima.
Ese fin de semana –y los días siguientes-, mis amigas hicieron lo suyo: unas compraron cerveza (mucha), mientras que otra me alimentó y me abrazó cuando lloré tras abrir el refrigerador (típico, ¿?). Otra llevó a su bebé hermosa para sacarme una sonrisa, mientras que otra dobló un poco de mi ropa. Otra respetó mi silencio con mucho amor, otra me preguntó cómo estaba todos los días y otra hasta recogió algunos encargos pendientes por mí. Cada una a su manera, pero todas me dijeron lo mismo: que siga haciendo lo que más quería, YOGA.
El yoga lo conocí hace dos años y desde que tomé mi primera clase sabía que quería compartirlo, por eso me convertí en instructora y me dedico a dictarlo a tiempo completo desde enero de este año, el mes que se me rompió el corazón.
Fue inevitable y un día cancelé todas mis clases. Me desperté tarde, no abrí las cortinas, no me bañé, vi mucha televisión, comí lo que encontré y lloré. Me cuestioné todo –pues un mes antes había renunciado a mi chamba anterior, al sueldo fijo-, me asusté, pero cuando oscureció decidí que así no iban a ser mis días. Hay relaciones que se acaban: hay que aceptarlo, dejar que la tristeza haga su trabajo, pero que los pies sigan andando.
Retomé mis clases y me sentí increíble. Llevé un curso más en Costa Rica y me sentí mejor aún. Recaí un día y luego otro, pero me puse terca y seguí meditando y practicando yoga todos los días. Sudé mis males, dejé que mi mente sea buena conmigo. Extrañé lo que tenía que extrañar y abracé lo que se me puso en frente. El corazón roto es un asco, pero se repone.
Al poco tiempo vendí mi carro para comprarme otro (cosa que no hacía por miedo a perder plata), encontré una casita hermosa para compartir, me mudé y soy feliz en ella. ¡Ah! y escribo más en mi blog, que nació tras la renuncia. El yoga me cambió la vida y que me caiga un rayo por entrar en clichés.
Todavía reniego y no soy la mujer más paciente del mundo, pero ando con calma. Si me hubiese pasado esto que acabo de contar hace un par de años, hubiese sido coronada “la víctima del año”. En menos de tres meses mi vida cambió, y si bien se sintió como un tornado que me samaqueó, también sentí aires nuevos. Y esa actitud no se la debo a nada más que al yoga.
Cuando practico, siento que estiro el cuerpo y con él la mente, así como un chicle. Y cuando siento el sudor en el cuerpo, no siento que pierdo agua, sino que boto toxinas. Cada uno tiene su onda y la mía es el yoga y algo medio mágico sucede cuando le dedico mi tiempo. Los dolores de cabeza desaparecen y el segundero en el reloj también. Todo está bien. Todo siempre estará bien.
“No te tomes las cosas personal”, fue lo primero que aprendí cuando llevé el curso para ser instructora. Y en serio, una vez que lo entiendes, se vive mejor. Nadie te quiere golpear en este mundo por malicioso, lo hacen porque están golpeados. Depende de ti, entonces, si quieres estar roto y romper, o sanarte y curar.
Namasté.