Este River Plate-Boca Juniors parece sacado del libro “Arqueros, ilusionistas y goleadores” de Osvaldo Soriano, no solo por la falta de finalización –como el cuento “El penal más largo del mundo”–, sino también por el sinnúmero de hechos inverosímiles que están rodeando esta final fallida de Copa Libertadores, tan alejada de aquella frase marketera con la que nos las vendieron en la previa: “la final del mundo”.
Según la Conmebol, el partido de vuelta se jugará fuera de Argentina, el próximo 8 o 9 de diciembre, aunque todo dependerá de lo que decidan las instancias del ente sudamericano encargadas de dar justicia fuera de los campos. Pero a esta altura, la final ya “no tiene el mismo sabor”, tal como lo dijo Rodolfo D’Onofrio durante su charla con la prensa, en la que cambió el traje por la camiseta y dio lamentables declaraciones. Como un hincha más, el titular ‘millonario’ retó al presidente de Boca y estuvo muy cerca de llamarlo cobarde.
El sábado fue vergonzosa la desesperación de la Conmebol por jugar el superclásico. No le bastó con que el mundo tenía sintonizada la antesala desde temprano, sino que la organización presidida por Alejandro Domínguez también quiso hacer el ridículo vía Twitter, sin importarle la salud de los jugadores de Boca. Fue una oportunidad inmejorable perdida por la Conmebol, que en medio de una Libertadores llena de suspicacias por los arbitrajes, teniendo a River involucrado en la mayoría de reclamos, se dejó llevar por intereses secundarios, en comparación a lo que le sucedía al plantel xeneize, forzando a que se jugara el partido, en lugar de suspenderlo desde un primer momento.
Era imposible que se disputara el cotejo, no solo por lo que pasó en la llegada del bus de Boca, sino por el caos que se vivía en el Monumental. “No puedo jugar en una cancha sabiendo que puedo morir. ¿Quién nos saca si ganamos? La gente estaba loca”, dijo Pablo Pérez, uno de los futbolistas de Boca afectados. Y razón no le faltaba. Nadie pensó en ello. Ni siquiera durante las transmisiones de los programas argentinos que llevaban el minuto a minuto de los hechos.
Por estos días, la palabra vergüenza es la más utilizada para hablar sobre los actos en la antesala del River Plate -Boca Juniors. Y, aunque pasó en Buenos Aires, bien podríamos vernos en aquel espejo.
Mientras veía los destrozos y cómo aprovechaban para robar autos y hacer desmanes, se me vino a la cabeza la imagen de las personas que intentaban sacar provecho durante los huaicos que azotaron nuestra costa el año pasado o cuando robaron a los pasajeros fallecidos en el bus que cayó en la Curva del Diablo de Pasamayo en enero. Bien dicen que el fútbol es el reflejo de la sociedad.