El Nacional lució repleto con dos hinchadas en el clásico entre Cristal y Alianza Lima. (Foto: GEC)
El Nacional lució repleto con dos hinchadas en el clásico entre Cristal y Alianza Lima. (Foto: GEC)
Marco Quilca León

No sé si el oficio mató mi pasión por el fútbol. Es una pregunta recurrente que me hago. Me acercó y me alejó al mismo tiempo. Llenó mi vida cotidiana de datos, estadísticas, formaciones tácticas; pero sacrifiqué la sensación de cómo se gritan los goles. No lo olvidé, pero se convirtió en recuerdo. Por eso mientras subía los primeros escalones de concreto que conducen a una de las 16 entradas que tiene la tribuna popular del Estadio Nacional, la sensación de nerviosismo calaba tan fuerte como el viento frío de un domingo de invierno en Lima. Pero había que llegar pronto a la tribuna y esperar, con ansias e impaciencia, la fiesta de papelitos, globos y canciones que le dieron color al por el Clausura.

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Aún faltaba para que los equipos salgan a calentar, pero en las tribunas el partido ya se estaba jugando. Si en Norte se repartían globos celestes y papel picado para recibir al equipo, en Sur no faltaban los globos azules y blancos. La fiesta estaba por comenzar. Me acomodo y observo cual niño asombrado toda la logística que se despliega como si esas personas, entre hombres y mujeres, fueran parte de un staff entrenado durante la semana para darle color y ambiente al partido.

“¿Te pegó?”, le pregunta un hombre de unos 30 años a su amiga mientras se acomoda su polera negra unos escalones más abajo de mi sitio. “No, pero tuve que sacarme el polo”, le responde la fémina con una expresión de impotencia en su rostro. El partido se jugó con dos hinchadas, algo que no ocurría en el año, pero una de las restricciones que se impuso fue que “los aficionados del equipo visitante (Alianza Lima) no luzcan elementos distintos de su equipo”. Una prohibición carente de sentido. Sin embargo, aún resulta ilógico creer que la policía obligó a una mujer a sacarse un polo azul y blanco marca “Adidas” solo porque los colores coinciden con la indumentaria blanquiazul.

El hecho de organizar un clásico entre dos rivales como Alianza y Cristal con ambas hinchadas supone también un mayor control policial. Pero no se puede pasar esa delgada línea entre controlar y abusar. El ingreso a las tribunas populares, estigmatizadas como lugar de encuentro de miles de desadaptados, parece la entrada a un penal. O peor aún. Algunos policías sacándoles hasta las zapatillas a los hinchas en la puerta, mientras otros golpean con sus varas con la excusa de calmar a los “revoltosos”. Del otro lado, el fanático muchas veces no ayuda y genera caos innecesario.

De vuelta al estadio. Las tribunas empiezan a llenarse y el frío limeño se desvanece. El calor festivo abraza y da calor. Los futbolistas salen a calentar y los cánticos de los que están ya situados en las tribunas empiezan a escucharse. De aliento a sus jugadores y de provocación para los rivales. Ellos también están jugando su partido.

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El Nacional bordeó los 35 mil hinchas. La barra rimense copó la tribuna Norte y gran parte de Occidente y Oriente. Camisetas celestes decoraban el ambiente. En la tribuna Sur solo unos cuantos tenían camisetas del equipo de sus amores, Alianza Lima. La mayoría tenía polos blancos o azules. Y los globos de los mismos colores que tenían escrito la frase: “¡Arriba Alianza!”.

Los minutos pasaron, los globos se inflaron y las barras hicieron su aparición con bengalas, objetos que no están permitidos en los estadio pero vaya uno a saber cómo es que logran ingresarlos teniendo en cuenta la manera de cómo revisan a cada hincha en la entrada.

La salida de los equipos fue el momento de éxtasis de la tarde. Fue la fiesta de los papelitos picados, canciones, globos por el aire sobrevolando el césped maltrecho del Nacional. En definitiva, la fiesta de la ilusión.

Los globos fueron parte de la fiesta en las tribunas.
Los globos fueron parte de la fiesta en las tribunas.

No sé si el oficio mató mi pasión por el fútbol. Pero me hizo olvidar una de las reglas tribuneras: en la popular, sea la que sea, casi nunca se ve el partido, se alienta. Fueron pocos los que se tomaron la cabeza en las atajadas salvadoras de Franco Saravia. O los que pidieron la roja para Hernán Barcos tras el pisotón a Jhilmar Lora cuando tenía ya una tarjeta amarilla.

Los 15 minutos del entretiempo se usaron para descansar las gargantas y el festival de alimentos se hizo presente. El pan con pollo, el choripan y la bolsa de popcorn se hizo presente. Algunos aprovecharon para sentarse un rato y otros contaban el viacrucis que vivieron para ingresar al estadio.

El partido fue parejo, combativo y friccionado. No se sacaron ventajas, pero no fue un empate aburrido. En las tribunas, dos bandos estaban en una guerra de cánticos para determinar quién apoya más a su equipo. Fue festivo, sí; pero con su lado oscuro. Primero el abuso policial injustificado; segundo, algunos desadaptados peleándose en las gradas y haciendo entrar elementos que no estaban permitidos como las bengalas y las bombas de estruendo que estuvieron a punto de suspender el partido, dándole más motivos a aquellos que buscan que el fútbol se juegue solo con hinchada local o si se puede sin hinchas. A aquellos que nunca sintieron la increíble fiesta que se vive en un estadio o a los que dejaron, por motivos x, a su “hincha interior” en el recuerdo.

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