Como buen hijo de un funerario, Nobby Stiles dejaba a sus rivales listos para el cajón. Lo hizo en el Manchester United y en la selección inglesa campeona del mundo en el 66. Todo sin la más mínima de las contemplaciones.
Al que fuera el hombre más odiado del mundo durante la década del 60 lo rodean mitos y leyendas. Dicen que una vez, en Italia, se sacó su dentadura postiza delante de los tiffosi para amedrentarlos. Que aquel hueco en su sonrisa era siniestro. Que esta leyenda le valió su apodo. Total, que la existencia de Stiles es un mito tan grande como Nosferatu.
Quienes lo han visto, en persona o en videos, dicen que no parecía deportista. Medía 1.68 en una época en que el fútbol inglés tenía cracks que parecían caballeros con armadura. Era el hijo calvo, miope y desdentado de Collyhurst, un pueblo obrero al norte de Manchester lleno de inmigrantes irlandeses donde se hizo hincha del Manchester United, que lo acogió para que sea la escolta de Bobby Charlton. A su lado llegó a Inglaterra 66.
Lo suyo no era la marca en zona, la anticipación o alguna de esas otras exquisiteces de las que ahora goza un fútbol digno de atletas: lo suyo era una batalla contra un hombre en cada partido. Cuenta la leyenda que en ese mundial, el técnico Alf Ramsey lo tomaba del brazo antes de cada encuentro y le susurraba sus instrucciones sobre el objetivo de turno: "Hazlo sufrir". Entonces el vampiro de Manchester se quitaba los dientes postizos para iniciar la guerra que continuaba durante 90 infernales minutos.
Stiles jugó cada partido del Mundial haciendo de la violencia y del engaño una marca registrada: distraía a los volantes haciéndoles creer que se le habían caído los lentes de contacto, en la semifinal se convirtió en el cazador que frenó a Eusebio a punta de patearle los tobillos hasta hacerlo llorar. Y seguro también mordía. Fue el último Mundial en el que no hubo tarjetas. Luego de verlo jugar, y de sacar un cálculo de los jugadores que abandonaron lesionados del campo, a alguien se le ocurrió lo de las amonestaciones. Él también cambió al fútbol.
De Stiles queda una escena en video que muestra quién era en realidad el vampiro inglés: con la misma vehemencia con la que iba al balón, Stiles secuestró la copa Jules Rimet luego de vencer a Alemania en la final. Se la arrebató a sus compañeros en pleno festejo e inició un baile patético que por momentos lo hizo ver tierno.
En el fondo Nobby era aquel buen tipo al que sus compañeros le hacían bromas pesadas en el vestuario y que solo atinaba a sonreir. Muchos años después, vendería la medalla que ganó en el Mundial para tener dinero que heredarle a sus hijos.