Nací en Lima, estoy casado, tengo un hijo y cumpliré en noviembre 36 años, la mayoría de los cuales los he pasado en canchas de fútbol, entre la tribuna y el palco de prensa y las aulas de ISIL, donde soy profesor. Durante una década he sido responsable de cubrir todo lo que ocurre en Universitario de Deportes para El Comercio y he encontrado en Lolo Fernández una figura histórica de la que quedaban preguntas sin resolver. Para saldar esa deuda he escrito “Padre nuestro”, mi primer libro.
A Miguel Villegas lo conocí hace una década en una cancha en Cajamarca. La última vez que lo vi en un campo de juego, era un periodista curtido que seguía a la selección por todo el mundo. Mientras tanto, cocinaba en silencio un libro que hoy ve la luz.
Villegas dice que con “Padre nuestro” ha logrado saldar una deuda periodística con él mismo y con amigos como Carlos Barrientos o José Alfredo Madueño, con quienes discutía la dimensión exacta del ídolo de la ‘U’, pero también del ser humano, del profesional que jugó hasta los 40 años, del padre de familia, del empleado humilde de la Aduana del Callao.
—¿Por qué escribir sobre deportes en un país donde no ganamos nada?
Porque las historias que se deben contar no son solo sobre victorias. Y justamente tenemos una deuda que nos distancia con la literatura deportiva: vas a una librería en Argentina, pasas por el aeropuerto de Santiago, vas a un centro comercial de Brasil o España y encuentras libros sobre deportes que pueden llenarte la maleta. Aquí no es tan así. Yo siempre creía que además de saldar este pendiente personal, los periodistas deportivos con más de diez años ejerciendo tenemos esa deuda, de no haber aportado literatura deportiva. Los libros de Jaime Pulgar Vidal son esfuerzos ideales pero son una isla, como los de Daniel Peredo, Pedro Canelo, o antes Aldo Panfichi, Jorge Eslava, Balo Sánchez León y algún otro que se me pueda estar pasando.
—¿Cuáles serían esos personajes de los cuáles escribir?
De los cinco grandes capítulos del deporte peruano no hay ningún libro escrito: nada de Cubillas, de Pizarro, que es goleador histórico en Alemania, de la Copa América del 75. Ni siquiera de la Libertadores del 97, que es un hito en Cristal, uno de los clubes más organizados del país. ¡Ni de Seúl 88! Pese a que todos nos decimos hinchas del vóley, nadie se ha preocupado por reconstruir qué pasó. Tenemos que hacerlo los periodistas.
—¿Cómo escribir en el país de los “casi”?
Escribir solo desde el éxito es muy fácil. ¿Tú crees que el hincha de Alianza no está esperando que alguien le cuenta la verdad reporteada sobre el doloroso episodio del Fokker?
—¿Por qué Lolo? ¿Por qué no elegir un personaje más cercano en el tiempo que haga más fácil identificarnos?
Creo que tiene que ver con ese imán que es él para gente que es hincha y que no es hincha de la ‘U’. Es inevitable que desde el escepticismo o desde la fe ciega sepas de Lolo. Y me sigue pareciendo que él representa esa etapa romántica en la que no
jugaba solo por dinero. Él se levantaba a las 5 a.m., se iba a trabajar porque tenía que pagar las cuentas y recién a las 3 p.m. se iba a entrenar. Los que entendemos el fútbol como una manera de enfrentarse a la vida, podemos ver en él la síntesis de una
época que nunca volverá pero que hay que saber: cuando los cracks no eran robots.
—Es también un asunto religioso: tu libro debe hacer que la gente crea algo que no se sabe si existió...
Me pasa a mí, que no lo vi jugar, y a mi papá, que solo vio su etapa luego del fútbol, cuando era una figura pública que recibía homenajes. Para creer –incluso en la religión– necesitas hechos reales. “Padre nuestro” los ha buscado para contarlos.
—¿Cómo creer en algo de lo que no hay pruebas? Casi no hay videos.
No hay un partido de 90 minutos de Lolo Fernández. Yo he visto minutos de uno de los partidos de Perú en Berlín 36 y del último partido de Lolo en el clásico con Alianza, pero no completas el rompecabezas. La única forma de despejar esas tinieblas
es darle voz a la gente que tuvo algún contacto con él para entender que su figura excede su dimensión de futbolista.
—Habrá quien diga que hay mucho mito.
El libro busca una respuesta sobre el famoso episodio del cheque. Hay algunas pistas que no conocíamos. Y, sobre todo, la versión chilena. Pero tienes que leerlo. Los periodistas no construimos ídolos, es falso. Lo hace la gente. Nosotros contamos su historia.
—¿Cuál era la verdadera dimensión de Lolo, entonces?
Lolo era una figura admirada por un país que reconocía su profesionalismo, que miraba con respeto a los deportistas que elegían ser ejemplo. Debe ser el único futbolista que a pocos días de su retiro es citado por el presidente para rendirle homenaje. Odría era un militar de maneras toscas, pero ves la foto y parece un niño. Lolo despertaba esas cosas. Por eso fue crack, luego goleador, después mito.
—Y también con los humildes.
Claro. En el equipo de los universitarios, Lolo representaba al provinciano que viene a Lima a crecer. Es un modelo de lucha, un signo de esos tiempos. Nunca dio una declaración agresiva, nunca un problema extradeportivo, nunca una queja. El discurso del amor a su camiseta, del respeto a ella y a sus rivales, como nunca más se volvió a ver en el país.
Gracias @IsilDeportivo @isil_pe Muchas gracias pic.twitter.com/IzrjwrMjGK
— Miguel Villegas (@prakzis) septiembre 3, 2015