Muhammad Alí no podía ser menos. Nunca lo fue. Apenas bajó del auto, pidió el cuarto del rey. De O’Rei Pelé. Era el 18 de setiembre de 1971 y el más campeón de los pesos pesados llegó al hall del hotel Crillón con su comitiva, el entrenador Angelo Dundee, el ‘sparring’ Al Johnson y el apoderado peruano Álex Valdez. Por esos pasillos ya habían caminado, además de Pelé, dos monstruos del mismo tamaño que Alí: Keith Richards y Mick Jagger, los Stones. Ya se sabía lo que podía pasar, la trifulca, los policías, las chicas pidiendo autógrafos. Alí pidió la habitación en la que había estado alojado algún tiempo atrás el crack brasileño y se fue a descansar. Dos días después, el boxeador norteamericano subía al ring montado en el viejo Estadio Nacional, lo que todos llamábamos la Bombonera, para enfrentarse al peruano Guillermo ‘Willy’ de la Cruz. El sueño de cualquiera estaba por cumplirse.
Fue de noche. En Lima ya casi se celebraba la primavera. La pelea estuvo pactada en 5 rounds pero parecieron 100. Pelear con Alí era interminable pues él mismo decía estar fabricado con una sustancia imposible de comprar: la fe. "Los campeones no se hacen en gimnasios, están hechos de algo inmaterial que tienen muy dentro de ellos”, contaba. Muhammad Alí había llegado al aeropuerto de Lima con tres títulos mundiales en la maleta. Su mirada, su porte, ya eran suficientes para temblar.
Pero el hombre de Surquillo no. Aceptó el combate y, según cuentan quienes estuvieron presentes esa noche en La Bombonera, aguantó todas las manos de Alí. Y ya se sabe, los puños del campeón tenían la potencia de dos trenes. Ninguno se guardó nada. Muhammad Ali, de pantalón blanco con ribetes negros y zapatillas blancas, su clásica vestimenta, recibió los aplausos que merece una pieza de museo en exhibición. Acaso el momento de clímax para el peruano Willy De la Cruz fue cuando Alí cayó a la lona en el primer asalto. Era una broma. Para tumbarlo se necesitaba un ejército.
El histórico árbitro peruano José Salardi paró todo en el quinto round. Se abrazaron. Y aunque hubo promesas de llevarlo a Estados Unidos, a Willy De la Cruz solo le quedó en el recuerdo la postal de su encuentro con Alí. Pelear con un campeón de esa estatura no tiene precio.