Por Carlos Marroquín
Por más amado u odiado que sea alguien, el interés por conocer su futuro siempre alimentará ese sabroso placer de apreciar un triunfo o una derrota. Y eso es lo que sucede con Roman Reigns dentro de la WWE. Ambivalencia.
Él representa a la oxidada filosofía de Vince McMahon en la que ‘no existe publicidad negativa’. Ello significa que, por más limitado que sea la superestrella (como luchador o personaje), seguir promocionándolo terminará, eventualmente, por dar frutos. Pero lo que el mandamás de la empresa aún no entiende, o tampoco quiere entender, es que el público contemporáneo es mucho más exigente que el de antes.
Empresas independientes como ROH, Lucha Underground o NJPW producen luchadores mucho más atrevidos y humanizados en respuesta a lo que busca un fan en el 2017: personajes que no tengan miedo al error, que se burlen de sus defectos o que lleven una vida en paralelo a su trabajo.
Aun con el panorama tan claro, la WWE quiere vendernos un producto que quizás durante la época de Hulk Hogan (en las que el gancho era más artificial) o durante los días de Stone Cold (muy similares a las fantasías de Marvel), hubiera sido exitoso. Pero en la actualidad, el estilo de pelea de Roman Reigns no tiene los requisitos indispensables para convertirse en el mejor y, sobre todo, convenza.
Su relación con el público está quebrada. Esto se pudo sentir en una de sus últimas intervenciones que realizó con micro en mano, una noche después de retirar a The Undertaker en WrestleMania 33. Las casi 20 mil personas que estuvieron presentes terminaron por sepultarlo con un ruidoso “Roman sucks”.
Y no es solo mi opinión, sino un hecho. La reconocida revista estadounidense, “Sports Illustrated”, indicó que el ex miembro de The Shield era el luchador más odiado por los fanáticos de la empresa. Sin duda, este no tan codiciado reconocimiento sorprendió a más de uno, ya que jamás había sucedido que un ‘gladiador’ con el título de ‘face’ (llamado a ser el héroe de la historia), solo reciba insultos y abucheos tan sinceros. Ni siquiera el empalagoso respaldo que tuvo John Cena en sus mejores épocas generó tanto repudio.
Muchos especulan que la presencia y el reinado de Reigns tienen que ver con el poder que todavía ejerce The Rock, su primo, dentro de la franquicia. Pero todo parece apuntar a que es Kevin Dunn, productor ejecutivo de WWE, quien está detrás de su ascenso. La confianza que los McMahons tienen en Dunn ha permitido que imponga la absurda filosofía de que los mejores luchadores deben ser moles musculosas. Y eso es lo único que este tipo representa.
A pesar de todo lo antes expuesto, Roman Reigns es uno de los que para la olla de la WWE. En una suerte de más te odio, más te quiero, él es el luchador a tiempo completo que más mercancía vende, según los reportes de “Wrestling Observer Newsletter”.
Se rumorea bastante que el evento central de WrestleMania 34 sería Roman Reigns vs. Brock Lesnar por el título Universal. La política de hacerlo ‘invencible’ continuaría, ya que los antecedentes confirman el favoritismo de los altos mandos por sus servicios. Y ¿cuándo veremos la caída de su imperio? Un imperio avalado por ideas antiguas. Un imperio forjado en las premisas que, para el fan de hoy, no son más que rayas al tigre de aquel ideal colectivo que juzga a Vince y a su más grande falencia: el no poder conectar más con lo que la gente exige. ¿Será este el principio de esa debacle? ¿El camino a la sucesión por Triple H? Ya lo había dicho CM Punk, quien tuvo una visión a modo de respuesta en el famoso ‘pipe bomb’ que se mandó en el año 2011: “esta compañía será realmente mejor el día que Vince muera”. ¿Será así?