“Será un Brexit multiplicado por tres”, dijo Donald Trump días antes de las elecciones que ganó y que lo convierten en el próximo presidente de EE.UU. Trump, el millonario empresario de bienes raíces y estrella de reality shows ganó contra el pronóstico de analistas y encuestas.
Trump será, muy probablemente, un caso de estudio para los expertos en márketing político. No comulgo con sus ofensas, insultos ni con la violencia que empleó en su campaña pero, más allá del discurso, me enfocaré en su estrategia. Trump inició su campaña como ningún político lo habría hecho, hablando de temas tabúes en la sociedad americana.
En política, en términos de comunicación, dejar espacios vacíos es peligroso, pues pueden ser cubiertos por el enemigo con contenidos que perjudiquen a quien no abordó los temas a tiempo. Y así, Trump sin perder un segundo se refirió a aspectos que, a decir de los resultados, preocupaban mucho a la población (mensajes de repudio a lo que no fuera estadounidense, su nacionalismo exacerbado, los efectos de la globalización).
Trump no solo comunicó sino que conectó, logró lo que persigue el márketing político: influir en el electorado y conquistar su voto. Conectó a través de emociones, aprovechó sentimientos contenidos, ocultos o no tan ocultos, de los estadounidenses, perjuicios y temores de una parte de la población. Se trató de un voto más emocional que racional.
Trump no jugó a ser mejor que Clinton sino diferente, nítidamente diferente. No jugó a ser mejor en la misma cancha, jugó desde otra cancha. Su discurso era diferente y su personalidad más, esta ya era conocida e impedía que se vendiera como quien no era, así que Trump exageró a Trump, fue más ‘él’ que nunca. Sus electores no le iban a creer otro papel.
Es Trump el principal responsable de su victoria, respaldó su campaña en él mismo. Lo extraño es que nadie haya podido anticipar y enfrentar el juego de quien había construido en el mundo empresarial y desde hace mucho una marca poderosa; su nombre era su propia marca. Una marca polémica, pero potente, sobre la que levantó su campaña política y que ahora lo ha llevado a la Casa Blanca, con un discurso exaltado de emociones que, más allá de ser falso o verdadero, le compraron. Trump siempre fue un gran vendedor de su marca.