Usted suele mencionar a las economías escandinavas como ejemplos por seguir. ¿Qué casos citaría de América Latina?
Brasil me parece un caso interesante. No es que sea una sociedad modelo, pero ha logrado un manejo fiscal muy bueno que recauda más impuestos sobre el PBI que EE.UU. En los últimos 30 años ha implementado programas de lucha contra la pobreza muy efectivos, gracias a dicha recaudación, y al mismo tiempo ha mantenido un ambiente amigable para la inversión. Entonces, sin ser el ideal por seguir, Brasil es un ejemplo de una economía emergente de ingresos medios que tiene elementos asociados a los estados de bienestar efectivos del mundo desarrollado.
¿Pero esa tremenda carga fiscal no es acaso un lastre para su crecimiento? Muchos conocen también a Brasil como el paraíso de las trabas burocráticas, donde las clases medias reclaman por mejores servicios.
Es cierto, pero no están en una situación de crisis tampoco y sus tasas de crecimiento han sido bastante buenas. El mundo nunca es perfecto. Salvo que puedas lograr tasas de crecimiento explosivas como en Asia, la gente reclamará. E incluso en esos países asiáticos la población se queja. Cuando hablo con gente de Corea del Sur me dicen que las cosas no están bien desde 1998, pese a que las cifras se ven fantásticas.
¿Y qué opina del caso de Venezuela?
Primero que nada, tendría que decir que Venezuela ha sido un problema durante toda mi vida adulta. Cuando trabajaba en Washington entre 1982 y 1983, la gente estaba realmente furiosa con Venezuela, porque tenían una política francamente irresponsable: se habían endeudado una enormidad sin que siquiera estuviesen fluyendo capitales hacia su economía. Todo el dinero simplemente se iba a cuentas bancarias ‘offshore’. Siempre han sido irresponsables, pero ahora es claro que el chavismo está colapsando. Sin embargo, como decía, no es que ello haya pasado de la nada. El chavismo en sí es la respuesta a políticas previas irresponsables implementadas por el lado opuesto. Creo que Venezuela está condenada políticamente por el petróleo. Es un país donde las cosas nunca se resuelven, que nos hace recordar a menudo esas crisis que pensábamos que Latinoamérica ya había dejado atrás.
¿Está de acuerdo con la hipótesis de que el subdesarrollo en Latinoamérica tiene que ver con las deficiencias institucionales?
Es claro que algo así ha ocurrido, pero si me pongo mi gorro de profesor, decir eso me resulta demasiado sencillo. Es una explicación que siempre se ha utilizado. Hay cierta literatura que dice que esto tiene raíces muy profundas y que hay que retroceder hasta la época de la colonización española y que ello lo explica todo. Quizá esto sea demasiado fatalista. Yo tengo suficiente edad para recordar cuando personas que aparentaban ser muy conocedores escribían diciendo que los valores del confucianismo eran fundamentalmente incompatibles con el capitalismo, y luego ¡zaz!, apareció la China de los últimos 30 años. En conclusión, diría que sí, es verdad que hay que trabajar en las instituciones y sin duda hay que estudiar cómo hacerlo mejor, pero no debe uno asumir que la mano inclemente de la historia te impedirá a toda costa el poder crecer. Hay formas de superar esas barreras.
Ahora que menciona a China, hay mucha preocupación aquí de que se desacelere rápidamente en el corto plazo. ¿Cree que será así?
Es un riesgo muy alto. Es sin duda una de mis mayores preocupaciones en el corto plazo. Globalmente, China parece ser el lugar más probable donde estallará la siguiente crisis. Y para un exportador de commodities como el Perú, es claro que están más expuestos que otros países. México, por ejemplo, podría librarse con más facilidad de los problemas en China, por su cercanía con EE.UU. Para ustedes, en cambio, podría significar un freno a su racha de buena suerte. China es muy atemorizante porque tiene una estructura económica que es insostenible y no parece que estuviera en control de las cosas.
La banca en la sombra es un gran riesgo, ¿no es así?
Sí, los altos niveles de apalancamiento son un riesgo, exacerbados por el hecho de que no sabemos realmente cuáles son las cifras, y uno sospecha que Beijing tampoco sabe cuáles son, porque ellos reciben las cifras de las provincias y no hay cómo saber si estas reflejan realmente lo que está sucediendo o lo que Beijing quiere escuchar. Si estás buscando un lugar donde la aritmética te dice claramente que algo no encaja y que podría haber un ajuste muy duro, el caso de China destaca nítidamente.
Ahora, en cambio, hay mucho optimismo sobre EE.UU. y la posibilidad de que atraviese un renacimiento industrial impulsado por el ‘shale gas’. ¿Comparte ese optimismo?
Hay varias cosas buenas ocurriendo en EE.UU. La situación macro está mejorando lentamente –aunque todavía está lejos de haberse recuperado por completo-, el mercado inmobiliario se está reactivando, ha habido progreso en cuanto al desapalancamiento de los hogares. El tema del ‘shale gas’ es realmente importante. La reindustrialización ocurre pero no solo por factores energéticos sino también logísticos. El sector empresarial se ha dado cuenta de que sí existe algo así como una cadena productiva demasiado larga, que depender de productores que están a 10.000 millas de distancia no necesariamente es una buena cosa y que a veces es mejor pagar 2% más para producir más cerca. Todo esto está generando que la manufactura regrese a EE.UU., pero también –y de forma significativa– a México. La pregunta es cuánto importa esto. Implica que el déficit comercial de EE.UU. bajará y que se fortalecerá la demanda interna, pero no necesariamente significará la creación de mucho empleo. Tendremos más manufactura pero esta será intensiva en capital y los robots jugarán un rol importante. Así que lo más que se puede esperar es que haya una pausa en el declive del empleo manufacturero, no un resurgimiento.
¿Cree que la creciente desigualdad de ingresos en EE.UU. limitará de alguna manera el crecimiento?
No en el corto plazo. Hasta cierto punto podría decirse que la desigualdad nos afecta a nivel macro porque somos una economía cuyos hogares todavía están demasiado endeudados y sus ingresos no están subiendo, mientras que sí suben los ingresos de las familias afluentes que no están endeudadas, lo cual configura un mal escenario macro y es un lastre para el crecimiento. Pero un análisis más amplio sobre la desigualdad lleva a preguntarse si esta hace más probable una crisis como la del 2008. No creo que la siguiente crisis sea inminente, pero sí me preocupa cómo la desigualdad afecta la política. En cierto sentido, podría decirse que la desigualdad nos es útil para el debate económico, porque ayuda a personas como yo a plantear sus argumentos a favor del estímulo keynesiano de manera más convincente. El tema de la desigualdad puede ser usado, entonces, como un marco para discutir una variedad de asuntos económicos que lleven a mejores políticas públicas.
Después del 2008 algunos dijeron –entre ellos, usted mismo– que la economía le había fallado a la sociedad
Es una situación muy extraña, pero la macroeconomía aplicada básica, por ejemplo la que se hace en la Reserva Federal de EE.UU. o en el Fondo Monetario Internacional, en realidad ha funcionado muy bien. No predijo la crisis, pero creo que eso era pedirle demasiado. Sus proyecciones sobre lo que pasaría luego sí han sido bastante certeras. Predicciones como que los déficits fiscales serían consistentes con un escenario de tasas de interés bajas, que habría una expansión muy grande del balance del banco central, que no sería inflacionario, eran cosas que mucha gente en el sector financiero veía como proposiciones ridículas, pero se cumplieron. Así que diría que la macroeconomía ha tenido una muy buena performance, casi triunfante, pese a que los hacedores de políticas y algunos economistas se nieguen a reconocerlo. Este, entonces, no es un problema de la economía como disciplina, sino del sistema político y la sociología de la profesión económica. No es que la teoría no funcione, sino que tenemos gente que permite que la ideología los ciegue ante los hechos. Si uno de los partidos dominantes en EE.UU. [el Partido Republicano] no cree ni siquiera en la Teoría de la Evolución, esto no debería sorprendernos.
Pero esa misma crítica se la dirigen muchos a usted. ¿No cree que está siendo víctima de su propio sesgo ideológico?
Nunca se pueden desvincular completamente las cosas, pero uno tiene que preguntarse cómo es el mundo y separar eso de cómo le gustaría a uno que fuera el mundo. Nunca hay una diferenciación clara entre lo positivo y lo normativo, pero uno tiene que hacer el esfuerzo. Hay que preguntarse siempre: ¿es esta interpretación analítica de la data lo que yo quiero ver o lo que realmente es? Por ejemplo, hubo una suerte de semidebate entre Joseph Stiglitz y yo sobre la desigualdad y la recuperación económica, y yo fui bastante reacio a concluir que la desigualdad es un gran problema para la economía estadounidense en la actualidad, pese que a mis preferencias políticas me llevarían a pensar que sí lo es.