Automóviles y medio ambiente. Son dos cosas tan importantes para Alemania que ya forman parte de su carácter nacional.
Así que los alemanes están profundamente impactados tras descubrir que uno de sus principales fabricante de autos, Volkswagen, ha estado manipulando durante años las pruebas para las emisiones contaminantes de sus autos diésel en Estados Unidos.
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Es como si los británicos súbitamente se enteraran de que la reina Isabel estuvo involucrada en amañar las carreras de caballos de Ascot.
Un periódico alemán lo llamó "el acto de estupidez más costoso en la historia de la industria automotriz".
Estúpido porque manipular los datos de contaminación para mejorar las ventas sólo puede ser visto como una bofetada en la cara de los clientes que pagaron un suplemento por lo que pensaban sería un automóvil menos contaminante.
Y costoso porque en cuestión de horas el valor de Volkswagen en la bolsa perdió US$15.600 millones durante la apertura el lunes en la mañana.
Desde que la compañía aceptó la responsabilidad, sus acciones se desplomaron más de 30% en dos días. Además la empresa podría enfrentar multas de US$20.000 millones de las autoridades estadounidenses y lo más probable es que la marca sufrirá un enorme daño en las ventas en el futuro.
CONFIANZA TRAICIONADA
Parece particularmente indignante que Volkswagen sea culpable de falsificar sus credenciales ecológicas cuando la compañía se ha jactado de ser ecológicamente consciente y ha promocionado sus vehículos como "diésel limpio". El mensaje era: poderosos y, al mismo tiempo, mejores para el medio ambiente.
Pero los conductores de casi medio millón de automóviles en Estados Unidos acaban de descubrir que los vehículos que han estado manejando son mucho peores para el medio ambiente de lo que pensaban.
Las pruebas manipuladas cubrieron el hecho de que estos autos emiten hasta 40 veces más el límite legal de contaminantes.
Y Volkswagen reconoció que podrían estar afectados hasta 11 millones de autos en todo el mundo. Pero además, se teme que el escándalo pueda tener ramificaciones incluso más extensas.
En Alemania un automóvil es más que sólo una caja de metal sobre cuatro llantas, como lo sabe cualquiera que haya estado alguna vez en Wolfsburgo, la ciudad donde se originó la Volkswagen.
De hecho, con casi la mitad de la población trabajando para la empresa, la ciudad es Volkswagen: con fábricas enormes adornadas como castillos y enormes banderas y signos de VW a donde quiera que mires.
CONTAMINANDO AL "HECHO EN ALEMANIA"
Esto se debe a que Alemania está orgullosa de sus autos: símbolos de fiabilidad, pericia técnica y máxima ingeniería.
También son símbolos de su fortaleza económica. Gracias a la VW, Wolfsburgo tiene el salario per cápita más alto de Alemania. Y en el país como un todo, los automóviles son una de las exportaciones más importantes de Alemania.
Según un cálculo, uno de cada siete empleos en Alemania está de alguna forma vinculado a la industria automotriz. Se supone que "Hecho en Alemania" es una marca de calidad y confianza que vale el dinero que se paga por ella.
Si esa imagen se convierte en una de manipulación y engaño, en poco tiempo comenzará a sentirse el impacto en la economía alemana. Y se teme que otras industrias alemanas también se vean contaminadas por el escándalo.
Gran parte del actual éxito económico de Alemania está basado en su pericia de ingeniería, su tecnología especializada y la costosa maquinaria pesada que vende para poner en marcha las fábricas de China.
Los compradores están dispuestos a pagar más por un nivel de calidad en la cual confían.
El problema es que incluso cuando algo como ganar la Copa Mundial puede mejorar la reputación de muchos tipos de marcas alemanas internacionalmente, mentir sobre las credenciales ecológicas de un auto podría muy bien tener el efecto opuesto.