Hasta que..., la columna de David Rivera
Hasta que..., la columna de David Rivera

Los dos primeros meses de campaña no han sido útiles para avanzar en la discusión de la verdadera agenda económica pendiente. Es prácticamente imposible discutir entre casi 20 candidatos a la vez sobre cosas tan concretas. Esta semana se hizo un intento en la Universidad del Pacífico, pero la ausencia de los dos principales contendores según las encuestas hizo imposible que se conocieran sus propuestas. 

Los dos  grandes temas que sí o sí deberían estar en la agenda económica pendiente son: (a) cómo reorganizamos el para que ayude al crecimiento económico en lugar de impedirlo; (b) cómo hacemos para que en 20 años seamos un país con empleo mayoritariamente formal.

Partamos por reconocer, sin importar en qué orilla ideológica esté uno, que el Estado tiene la capacidad de frenar el crecimiento de nuestra economía. Desde el lado más liberal uno quisiera tener un Estado mínimo que haga poco pero que lo haga bien.

En los noventa conquistamos que el Estado no nos cargara innecesariamente con la mochila de la inflación y el déficit fiscal. Pero en esta década también nos dimos cuenta de que nuestras autoridades monetaria y fiscal no son capaces –aún teniendo municiones– de derrotar una desaceleración de nuestra economía.

Por el contrario, hemos armado las piezas de nuestro Estado descentralizado de  manera tal que, cuando más necesitamos que el impulso fiscal ayude a los costosos esfuerzos desde el lado del Banco Central, se termina reduciendo la inversión pública.

En esto también tiene un gran margen de responsabilidad nuestro esquema de vigilancia. Las acciones de supervisión y la contraloría han sido sistemáticamente burladas por quienes han querido hacerlo. Si no arreglamos este tema, nos estamos conformando con que los sucesivos ciclos económicos sean como bofetadas sobre un muñeco impasible. Inaceptable.

Una manera de desviar la atención de este primer aspecto es sugerir que el problema más urgente para el crecimiento está en nuestra falta de diversificación. Es cierto que el Estado no solo puede asumir un rol que no genere trabas a la diversificación, sino que, en efecto, puede ayudar. Pero sus tareas de simplificación administrativa son catalizadores mucho más potentes del crecimiento diversificado. 

En segundo lugar, no podemos pretender ser una economía que aspire a ser parte del mundo desarrollado cuando siete de cada diez peruanos trabajan bajo un régimen informal. Me parece increíble que algunos candidatos prefieran no ver tremendo elefante. Pero una lección de estas últimas décadas es que crecer no es suficiente para reducir la informalidad.

No solo necesitamos que las empresas informales prefieran convertirse para ser parte de una cadena de valor formal. Es mucho más importante que las empresas que hoy están en la formalidad puedan crecer y ser generadoras de nuevos empleos formales. Para este grupo de empresas debería ser más fácil sacar a sus trabajadores de la informalidad. 

Un buen debate sobre estas dos tareas ayudaría a que todos entendamos las verdaderas prioridades nacionales y cómo los candidatos están llamados a no esquivar los temas que involucran pisar muchos callos. No estamos votando para Miss Perú o Miss Simpatía, estamos escogiendo un presidente que sepa cómo resolver los problemas del Perú.

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