A lo largo de los artículos publicados en esta columna durante el 2019 hemos tratado temas como la gestión de las inversiones y el ahorro, la clara definición de los objetivos de riesgo y rentabilidad, el panorama de los mercados financieros y las rentabilidades, la importancia de la educación financiera, entre otros temas afines.
Un tema menos cubierto por analistas se centra en el otro lado de la ecuación: ¿cómo usamos el dinero?, ¿existe algún patrón o ‘benchmark’ para su uso juicioso?
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En general, el ‘mainstream’ apunta a que la respuesta a esta pregunta tiene un componente de subjetividad dado que dependerá de los gustos y planes particulares de cada persona. Esta pregunta viene al lado de otra también válida: ¿para qué deseamos tener más dinero?
En este contexto, hace poco, un amigo cercano me dijo: “El dinero no asegura la felicidad, pero la falta de dinero puede hacerte muy infeliz”. Al respecto, claramente debemos buscar un nivel mínimo para satisfacer nuestras necesidades personales y familiares. ¿Pero hay algo más luego de ello?
Ante tanta interrogante, decidí volver a revisar el capítulo referente a la persona y sus necesidades humanas del libro “Gobierno de personas en la empresa” de Pablo Ferreiro y Manuel Alcázar, texto al que considero un buen ‘benchmark’ para estos temas.
En este capítulo, los autores, basados en las ideas del profesor español Juan Antonio Pérez López, exhiben tres tipos de necesidades humanas: materiales, cognoscitivas y afectivas.
Las necesidades materiales pertenecen al mundo sensible, satisfechas con las cosas externas a nosotros. En este caso, se ubica la compra de cosas materiales usando el dinero: departamento, vestido, comida, etc. Su satisfacción nos produce placer.
Las necesidades cognoscitivas se centran en el “aumento del conocimiento operativo, con nuestro saber controlar la realidad y conseguir lo que queremos”. Actividades como hacer una maestría, conocer varios idiomas, dominar un deporte, entre otras, cubren esta necesidad. Para ello, debemos tener planes de ahorro consistentes con nuestros objetivos.
Las necesidades afectivas están ligadas al “logro de relaciones satisfactorias con otras personas, a la certidumbre de que no somos indiferentes a los demás, de que nos quieren como personas”. Una de las maneras de llegar a cubrir esta necesidad se centra en ser útil para los demás en nuestras labores diarias o en apoyar económicamente a gente próxima con necesidades, por ejemplo. En este contexto, el dinero nos sirve para ayudar al otro y aliviar necesidades.
El gran problema se produce cuando el “tener y acumular” es considerado como única necesidad y esto termina volviéndonos ambiciosos a toda costa. Ya vemos los casos recientes de corrupción en nuestro país en el sector construcción, por ejemplo.
De manera práctica, siguiendo este patrón, el dinero es un medio, no un fin y compartirlo cubre una necesidad humana esencial: la afectiva. Esto nos permite desarrollarnos mejor como personas y experimentar lo que se llama felicidad.
Así como en los mercados, es fácil perderse en el ruido y no tener clara la señal. Felices fiestas y un excelente año 2020.