Hemos ingresado a una nueva cuarentena focalizada, con inamovilidad los domingos y mayores restricciones para la salida de niños y niñas. Con ello se quiere evitar el crecimiento acelerado de los contagios del COVID-19 de las últimas semanas, vinculadas aparentemente con las reuniones sociales y visitas familiares en donde se relajan las medidas preventivas de salud.
La respuesta del gobierno trata de controlar de esta manera –para algunos correcta, para otros no– el comportamiento de las personas, porque desconfía que estas sean capaces del autocontrol y el respeto a las normas de distanciamiento social en espacios privados.
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No nos debe sorprender que nos hayan confinado nuevamente. La desconfianza en el otro, en quien no conocemos, es muy grande en nuestro país. De acuerdo con el último Barómetro de la Américas –una encuesta regional desarrollada por Vanderbilt University y el Instituto de Estudios Peruanos en el Perú para medir actitudes hacia la democracia– tenemos el segundo porcentaje más bajo de confianza interpersonal a nivel regional. Según el informe “[...] en 2019, solo 11% describió a la gente de su comunidad como muy confiable y 32% señaló que era algo confiable [...]”, y por tanto un 53% considera que su comunidad es poco o nada confiable.
“Es evidente que los niveles de confianza interpersonal son bastante bajos en comparación con los encontrados en otros países y eso sugiere a una sociedad que se encuentra en desconfianza consigo misma” indica el informe. Si a ello le sumamos, la desesperación de muchas familias por encontrar una cama UCI; las noticias de corrupción sobre la distribución de canastas a familias vulnerables; la sensación de inseguridad en las calles, y las denuncias de estafas en la compra de balones de oxígeno; la creciente desigualdad de ingresos y bienestar producto de la pandemia; no cabe duda que acciones más autoritarias, que pongan orden a las cosas, serán exigidas y aplaudidas, pero deben ser entendidas como temporales ante la emergencia e ir acompañadas de otros mecanismos que apunten hacia la construcción de una ciudadanía responsable y solidaria en democracia.
¿Qué hacer entonces? La apuesta del Ministerio de Educación por promover contenidos de educación ciudadana en la plataforma Aprendo en Casa va en ese sentido, pero resulta contradictorio que los niños y niñas aprendan valores ciudadanos de responsabilidad y respeto, mientras sus padres adultos no comparten dichos valores. Activar capacidades de organización, protección y control social desde el barrio, desde la comunidad, conjuntamente con las instituciones del Estado, han demostrado ser acciones más efectivas y sostenibles. Sólo conociendo al otro, interactuando con el otro, por un bien común, generará el voto de confianza que nos debemos entre las personas.
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