Hace más de 20 años, Amartya Sen, premio Nobel de Economía, elaboró el argumento de que los gobiernos democráticos no padecían hambrunas. “No ha habido en la historia del mundo una hambruna en una democracia funcional –ya sea rica o pobre–. Las hambrunas han ocurrido en territorios coloniales gobernados por gobernantes en otras geografías, en estados controlados por un solo partido o en dictaduras militares”.
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La relación empírica entre régimen de gobierno y hambrunas sigue vigente dos décadas después. Y la misma lógica que une el sistema político con las hambrunas se puede aplicar para entender el surgimiento de la pandemia del COVID-19.
Según Sen, la respuesta del Gobierno al sufrimiento de la población depende de la presión que se ejerza sobre él, y eso a su vez depende del ejercicio de los derechos políticos de la ciudadanía. Una hambruna no es tan difícil de prevenir si la respuesta es rápida. Lo mismo puede decirse del coronavirus.
Pero eso no ocurrió en China.
El “Washington Post”, el “New York Times” y “Caixin Global” (uno de los pocos –y más prestigiosos– medios chinos independientes) han reportado cómo el gobierno provincial de Wuhan –el epicentro de la enfermedad– ignoró y silenció los primeros reportes que alertaban sobre un contagio masivo, mintió sobre la enfermedad y la gravedad de la situación, y evitó el flujo de información verdadera. Cuando en la última semana de diciembre los primeros médicos empezaron a alertar sobre centenares de pacientes con síntomas similares al SARS y una velocidad de contagio muy alta, el gobierno de Wuhan emitió un comunicado confirmando solo 27 casos de neumonía y negando contagio humano a humano.
Un grupo de doctores que habían estado al frente de la atención a los infectados comenzó a alertar por grupos de chat sobre los síntomas del virus y medidas de protección. La policía los sancionó por difundir “información falsa” y los obligó a firmar un documento retractándose. El Gobierno no inició ninguna medida de control poblacional y permitió que miles de personas salieran de la región para celebrar el Año Nuevo Lunar, esparciendo la enfermedad a otras zonas de China.
En una democracia efectiva (elecciones competitivas y libres, separación de poderes, prensa independiente, etc.), la información habría fluido de inmediato y la presión política sobre las autoridades habría escalado más rápido que el propio virus. No es difícil imaginarse a los opositores saliendo de inmediato a criticar al Gobierno por no estar haciendo nada, a los medios investigando cómo se están tratando los casos, a los médicos declarando en entrevistas, etc. Ningún gobierno democrático habría podido tapar el surgimiento de la epidemia como lo hizo el Gobierno Chino, y la respuesta evidente habría sido poner en cuarentena inmediatamente a todos los sospechosos de contagio y cerrar contacto con la zona, evitando una pandemia global y un costo humano enorme.
La democracia tiene muchísimos problemas y en un país como el Perú la frustración con la inoperancia del Estado es gigante. Pero la respuesta nunca es tirarla por la borda como sistema de gobierno, sino mejorarla.