Buenos Aires, 29 de febrero de 1968
—Siete —dijo el payaso.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio: la esperanza había desaparecido para todos, salvo para aquel niño de ocho años quien ese día —por fin— celebraba su segundo cumpleaños oficial en un show infantil. Las bolillas de la rifa estaban quietas, marcaban cero y siete, su blancura contrastaba con el suelo sucio.
—Siete —repitió el payaso—. ¿Quién?
Pero nadie se levantaba a recibir el premio. El padre, a quien le habían entregado los números seis y siete a la entrada del espectáculo, no podía encontrar el boleto ganador. Rebuscó en todos sus bolsillos, por insistencia del chico, pero solo apareció uno, el seis.
—Yo —murmuró Daniel—. A mí me dieron el siete.
—¿Y tu numerito, pibe? —dijo el payaso.
—Mi papá lo perdió —respondió avergonzado pero con aplomo.
Desde la altura de su adultez, incrementada unos diez centímetros por la peluca colorida y rizada que llevaba en la cabeza, el payaso le lanzó al niño una mirada de escepticismo y desgano.
—Andá a sentarte, pibe —le ordenó.
Daniel se sintió estafado. Había ganado legítimamente, prueba de ello era que nadie más había levantado la mano cuando anunciaron el siete. Pero el payaso lanzó un nuevo sorteo e, inmediatamente después, otro niño corrió al escenario para recoger el premio que no le correspondía: una cámara fotográfica Kodak modelo Fiesta.
Al llegar a casa, entre sollozos de indignación, Daniel le contó todo a su madre. Al día siguiente, aún triste, regresó de la escuela. En su casa, la madre lo esperaba con una sorpresa: una cámara fotográfica Kodak modelo Fiesta . Era su cumpleaños, después de todo.
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Jorge Luis Borges. Buenos Aires, 1978. El primer retrato de escritor que captó Daniel Mordzinski.
Según las estadísticas, las posibilidades de nacer en año bisiesto son aproximadamente de 1 en 1.500. Actualmente hay en el mundo alrededor de 4,1 millones de personas nacidas un 29 de febrero. De esos 4,1 millones de leapers que habitan entre nosotros, Daniel Mordzinski (Buenos Aires, 1960) es el que conoce a la mayor cantidad de escritores. Así, aunque téncicamente tiene solo 14 años, ha invertido casi 40 de su vida en armar su “Atlas humano”, una colección compuesta por miles de retratos de autores contemporáneos. Los más reconocidos, los más influyentes, los más huraños, los más divos, los más talentosos y, sobre todo, los que más lo cautivaron con sus obras han pasado por su lente.
Andrés Neuman piloteando un avión colombiano llamado Millenium II; Jean-Claude Izzo atacado por un par de stormtroopers al borde del río; Fernando Iwasaki, descalzo y sentado en la posición del loto; Salman Rushdie comiendo un racimo de uvas en una bañera de mármol vacía; Wendy Guerra desnudísima, con una manzana roja en la mano derecha; Fogwill recostado en el suelo sobre su estómago, un cigarrillo entre los labios, y una cámara en las manos; Juan Gelman riendo mientras toca un bandoneón; Washington Cucurto en un diminuto traje de baño rojo, desparramado en la orilla de una playa en San Juan de Puerto Rico; y la lista es interminable. Habría que añadir autores peruanos como Blanca Varela, Antonio Cisneros, Alfredo Bryce, Gabriela Wiener o Alonso Cueto; además de otros inmensos como Ricardo Piglia, Javier Cercas, Ernesto Sabato, Susan Sontag o Patrick Deville; a los premios Nobel Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Orhan Pamuk, Patrick Modiano, J. M. G. Le Clézio y Wole Soyinka. Y, claro está, a aquel par con los que inauguró su álbum de la literatura universal.
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Daniel Mordzinski y Julio Cortázar, en la inauguración de su muestra en París.
El principio es conocido. Era 1978, tenía 18 años y aún no había decidido si quería ser fotógrafo, director de cine o escritor. Pero aquella tarde, en una pensión del barrio de San Telmo, los tres caminos confluyeron y desembocaron en Borges. Mordzinski —quien para entonces todavía no vestía invariablemente de negro— había tomado su primer empleo como asistente de dirección en el documental “Borges para millones” (1978), de Ricardo Wullicher. Al verlo sintió un aura de irrealidad y miedo, un miedo mucho mayor al que sentiría años después en Tel Aviv, cuando trabajó como corresponsal de guerra. Sin embargo, respiró profundo, tomó la vieja Nikkormat de su padre, y avanzó. “Recuerdo perfectamente cómo me acerqué para pedirle autorización para hacerle unas fotos. Me tomó del brazo, preguntó mi nombre y otra serie de cosas. Estaba intimidado; tenía 18 años y estaba retratando al escritor más importante de la Argentina. Pero me di cuenta de lo humilde que era y de cómo me hacía sentir que el inteligente era yo”, recordó Mordzinski hace poco en una charla en la Universidad del Norte, en Colombia. Aquel fue el rito iniciático, pero lo que sucedería un año más tarde terminaría de definir su destino.
Reproducción completa del documental "Borges para millones"
“Julio Cortázar ocupa en mi vida y en mi corazón un lugar muy importante. Llegué a París siguiendo sus pasos, y su manera juguetona de escribir inspiró mis fotografías. Cada cual tiene su propio Cortázar desde que lo leyó y lo quiso. El mío son sus libros, sus personajes y también su manera de vivir”, nos cuenta el fotógrafo desde Madrid. Amenazado por la brutalidad de la dictadura de Videla, y atraído por el mito de la arcadia parisina, Mordzinski decidió volar 11.000 kilómetros al noreste, hacia la capital de los artistas. A poco de llegar, lo invitaron a hacer una exposición con sus fotos —la primera de más de 150 que vendrían—, y decidió, como lanzando una botella al mar, invitar al cronopio más alto de todos. “Hola, Julio. Me llamo Daniel, no soy nadie, nunca hice nada, pero mañana inauguro mi primera exposición de fotografías, y sería el pibe más feliz del mundo si pudieras acompañarme”. Con el corazón aun golpeando a mil, colgó el teléfono y rogó porque el contestador automático le transmitiera aquel mensaje. Evidentemente, en la inauguración de la muestra no dudó ni un segundo en sacarse una foto con él. Ninguno sonríe, pero es por los nervios. “Mi gran fortuna son los amigos que tengo. Sin ellos no hubiera llegado a nada. Que muchos sean escritores es una bella causalidad”, continúa Mordzinski. Luego siguieron 37 años más de lecturas, conversaciones, fotos, viajes y recuerdos.
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Hernán Migoya, retratado por Mordzinski, durante la primera edición del Hay Festival Arequipa.
Como fotógrafo, Mordzinski es perfeccionista, rápido y espontáneo. Como modelo, también. Y aunque jamás se niega a ser fotografiado, detesta posar junto a su cámara haciendo el trillado ademán de disparar el botón. En Internet se puede encontrar solo una foto de ese tipo. Después de eso, nunca más aceptó. “Un retrato con cámara en mano es como una foto de escritor con libros. No va conmigo”, nos responde cuando conversamos sobre la imagen que ilustraría esta nota. Y es que lo único que Mordzinski odia más que a los payasos es el lugar común, la foto fácil y simplista que reduce a los personajes que retrata a figuras sin alma compuestas por una serie de píxeles. “Como retratista, pienso que lo primero y lo más importante siempre es la persona. No fotografío a un autor porque gane un premio o venda más. Tampoco soy juez o crítico literario. Mis fotos son fruto de mis lecturas, de la casualidad y de mis viajes”, sigue Mordzinski. En su trabajo no hay método, no hay recetas y, sobre todo, no hay traiciones. Confía simplemente en su intuición y en la complicidad que lo hermana con los escritores: la pasión por la literatura. “Las ‘fotinskis’ son travesuras visuales, rápidas, seguras y respetuosas. Para que haya una, tiene que haber intimidad —emocional, ¡y no necesariamente física!—. La frontera es el respeto y no pasar nunca la línea invisible del ridículo”, agrega.
“He asistido a numerosas sesiones fotográficas con este maestro de la táctica suasoria. Nunca lo he visto forzar a nadie a quitarse la camisa o subirse en un banquito. Después de hablar con él, sus modelos hacen por cuenta propia y repentino entusiasmo lo que en principio les parecía raro”, dice Juan Villoro en el prólogo de “Cronopios. Retratos de escritores argentinos” (2015), el penúltimo libro de Mordzinski. Y ahí está Villoro, frente a un fondo negro, susurrando un mensaje inaudible por un altoparlante; y de nuevo, con la misma tela negra en la espalda, esta vez rezándole a un balón de fútbol suspendido en el aire. “En el futuro, los psicólogos de la conducta podrán analizar si la resistencia de los escritores era muy baja o la capacidad de seducción de Daniel muy alta. Por ahora podemos decir que no hay fotos de J. D. Salinger porque no conoció a Mordzinski”, sigue el autor mexicano.
—El rescate de la memoria—
Gustavo Rodríguez, retratado por Daniel Mordzinski, durante la primera edición del Hay Festival Arequipa.
Muchos años después, en la habitación de una casa de reposo bonaerense, Daniel Mordzinski había de recordar aquella remota tarde en que su padre lo llevó a ver un show infantil.
—Hola, Daniel —dijo el padre en un inesperado destello de lucidez.
“Hacía muchos años que no me reconocía. No sé si fue por la Kodak Fiesta [que le puso entre las manos], pero realmente me conmovió mucho”, recuerda el fotógrafo.
Como todos, Daniel le teme al olvido, a aquellos “espacios negros de la memoria”, donde todo, incluso lo más querido, se desvanece. Por eso, desde hace algún tiempo se dedica además a escribir —con humildad y paciencia, pues sabe que lo suyo son las imágenes—. El proyecto se llama Espejos de plata, y contendrá sus memorias íntimas, a la vez que “una intrahistoria de las últimas décadas de la literatura hispanoamericana, contada a través de historias protagonizadas por escritores” —como nos adelantó el año pasado—. Para ello, ha viajado varias veces a Buenos Aires, y en las próximas semanas, luego de participar en el Hay Festival Arequipa, volverá a “allí donde todo empezó”, para continuar cazando recuerdos, para luchar contra el olvido.
Oswaldo Reynoso, retratado por Mordzinski, durante la primera edición del Hay Festival Arequipa.
“El arte es el mejor mecanismo para recuperar aquello que ya no está, que no se puede ver”, nos dice. Esta idea estructura “Espacios de la memoria”, una de las secciones más importantes de su nueva exposición antológica —“Objetivo Mordzinski, un viaje al corazón de la literatura hispanoamericana”, hasta la fecha, su muestra más ambiciosa que reúne más de 300 retratos, en su mayoría nuevos o inéditos; irá del 15 de diciembre al 1 de febrero, en Buenos Aires—, donde presentará una instalación que evocará por primera vez el lamentable episodio de la destrucción de su archivo fotográfico ocurrido hace tres años en París. “Es un enorme baúl de los recuerdos que incluye mi primera cámara, recortes de prensa amarillentos por el paso del tiempo y muchos objetos de mi vida personal y profesional. Además, incluyo también, por primera vez, fotografías recuperadas —entre los más de 50 mil negativos y originales perdidos— gracias a la iniciativa de quien fuera ministro de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, Hernán Lombardi”, nos cuenta Mordzinski.
Y si bien el año pasado nos confesó que la fotografía ya no le alcanza para expresar todo lo que desea. Nos dice también que aquella sensación es pasajera y que seguirá empeñado en traducir lo que siente en imágenes. De modo que no hay de qué preocuparse, Mordzinski seguirá preservando la fauna literaria mundial. Por lo pronto, quien quiera verlo en acción puede darse un salto por Arequipa. Reconocerlo es fácil: es el adolescente de barba rojiza con la cámara en la mano.
“Llevo 30 años trabajando en festivales literarios, y puedo asegurar que el Hay de Arequipa tiene alma, un espíritu mágico y excepcional. En pocos días comienza una nueva edición, y estoy convencido de que seremos testigos de uno de los mejores encuentros literarios del mundo. Una cita imperdible”, se despide Mordzinski.
Como parte de las actividades del Hay Joven, en la ciudad de Arequipa, el jueves 8 de diciembre, Mordzinski compartirá con el público sus experiencias en los más de 40 años que lleva fotografiando a los más reconocidos escritores del mundo. El único requisito para participar es ser estudiante de educación superior. Inscríbase aquí.
Hora: de 10:00 a 11:00
Lugar: auditorio de la Universidad San Pablo (Quinta Vivanco s/n, Campiña Paisajista)