MARTHA MEIER M. Q. @meiermq
La vida del genial Henri de Toulouse-Lautrec estuvo signada por el talento, el dolor físico y el alcohol. Proveniente de una familia noble y de buena posición económica, decidió internarse en un mundo de bohemia nocturna, de alcohol y prostitutas, pese a que fue educado para ser conde.
Su buen amigo Maurice Joyant escribió sobre el genio, pero para los expertos este oculta episodios vinculados con los últimos tramos de la existencia del pintor y su relación con el alcohol, adicción que quizá hizo menos dolorosa su vida y más profunda su mirada del mundo.
Según Joyant: “La vida de Toulouse-Lautrec es una de las más simples, sin episodios sensacionales. Se desarrolla de forma lógica, dolorosa desde el principio hasta el final, con sobresaltos con los que olvida y disfraza las amarguras”. Era, se cuenta, jovial, buen amigo y con una sorprendente capacidad de entender la psicología de los otros. Si alguna amargura tuvo por sus deformidades físicas, las ocultó bastante bien y bromeaba diciendo que esperaba conocer a una mujer más fea que él.
El pintor sufría de una extrañísima enfermedad genética: picnodisostosis. Esta se caracteriza por causar estatura baja y huesos frágiles (sufrió constantes roturas), diciéndolo crudamente era casi un enano, cuyos huesos se quebraban al menor golpe.
Nacido en una familia de aristócratas de buen porte, y disposición para los retos de las actividades al aire libre, jamás encajó entre ellos. Pero su picnodisostosis era resultado, justamente de su linaje. Sus padres fueron primos hermanos y varios de sus antepasados también. El mal del pintor fue resultado de generaciones y generaciones de endogamia.
Nada de esto, sin embargo, le impidió convertirse en uno de los mayores pintores de la historia del arte, cuya influencia llega hasta nuestros días. Ya a los 11 años inició su formación plástica en el taller de un buen amigo de su padre, el pintor sordomudo René Princeteau (1843-1914), quien lo guió por las técnicas clásicas durante seis años; luego, pasaría a ser formado por otros maestros de importancia. Pero Henri de Toulouse-Lautrec decidió romper con todo y liberó su propio estilo. Aislado en el barrio de Montmartre vivió una vida intensa, donde la bebida y las prostitutas acompañaban su creación. Allí nació el mito y el pintor bajito se transformó en un gigante del arte, atrevido, vanguardista e inmortal.
Dejó este mundo con apenas 36 años y a él le debemos el origen de los afiches. Creó el primer cartel del Moulin Rouge, luego el del Le Chat Noir y demostró cómo una pieza publicitaria y comercial puede ser también un objeto de arte. Muerto en setiembre de 1901, esta edición de “El Dominical” dedica buena parte de sus páginas a recorrer algunos aspectos de su vida y obra.