Hacia 1859 Francisco Laso pintó un cuadro de apariencia costumbrista que casi pasó desapercibido en la Lima de entonces. Lo tituló “Las tres razas o La igualdad ante la ley”. En el lienzo, tres adolescentes —un blanco, una mulata y un indígena— juegan a las cartas. En esa aparente igualdad del juego, Laso marca diferencias: por las ropas se sabe que cada personaje pertenece a una clase social distinta, pero eso se infiere también por las actitudes y miradas de los personajes que definen situaciones de dominio y sumisión. Este cuadro ha ido cobrando significado con los años. Según la investigadora Natalia Majluf, la pintura “cuestiona precisamente ese abismo entre las declaraciones republicanas de igualdad y la realidad de una sociedad estamental y dividida”.
Laso también fue político y escritor. “En ensayos, como La paleta y los colores, publicado en La Revista de Lima —explica Majluf— propuso un elogio de la diversidad que casi no tiene precedentes. Sus cuadros hacen la contraparte visual de este discurso, pero van más allá. Construyen una nueva retórica en torno a la representación racial que pasa por los mecanismos complejos de la idealización. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en ese proceso se construye también lo racial como forma visible, lo que termina por afirmar el racialismo. No cabe duda de las buenas intenciones de Laso, pero su obra nos permite preguntarnos sobre la forma en que se constituyen las sociedades. Hay complejas determinaciones sociales, económicas y discursivas de las que un individuo no puede fácilmente extraerse”.
En buena cuenta el racismo recorrerá y definirá del arte posterior (del siglo XX y del nuevo XXI), incluso —como expresa Majluf— cuando lo “racial” no es objeto de la representación. “Es fácil identificarlo en los diversos indigenismos que enarbolaron una afirmación positiva de la idea de raza, pero que estuvieron determinados por el racialismo y, muchas veces, también por el abierto racismo. Pero también es posible encontrarlo en las estructuras desiguales del campo artístico, en los discursos supuestamente neutros del modernismo y en la marginación de formas estéticas regionales”, opina la también historiadora.
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En el 2000, la artista Claudia Coca presentó su proyecto Mejorando la raza, un proceso de autodescubrimiento para desmontar la idea del mestizaje. Es decir, de cómo bajo el discurso oficial de la diversidad subyacen elementos que se esconden, como quien calla un pecado. Una de las obras se llamaba “La mancha” (2000) y aludía, justamente, a esas marcas cutáneas azuladas o grisáceas que aparecen en la espalda, cerca de la cadera, en los recién nacidos de ascendencia asiática, de la que provienen, supuestamente, los antiguos americanos y que, por décadas, han sido vistas como estigmas de “inferioridad racial”.
Dos décadas después de aquel trabajo, la artista dice: “en ese momento, empecé a investigar cuáles eran las raíces de los problemas sociales y políticos en el país, y todo me fue llevando al racismo como algo que nos impedía avanzar como sociedad. Desde que uno nace en un país como este, estamos aprendiendo a defendernos, y para poder hacerlo, ofendemos; pues todo el tiempo nos estamos midiendo, y esto no solo tiene que ver con el color o la apariencia, sino también con la educación y el dinero”.
Coca cree que estamos en una etapa de transición: existen rezagos del racismo, pero este es cada vez más condenado. Y los agentes del cambio son los niños y jóvenes de esta época de redes sociales. “Hace poco, le contábamos a mi hijo Julián, de nueve años —dice Claudia—, que existía una parodia muy graciosa que se llamaba ‘La Banda del Choclito’. La buscamos por internet y se la enseñamos. Simplemente, no le dio risa. Estaba indignado porque lo único que hacían era humillar a los miembros de la banda”.
En la actualidad, ella trabaja un conjunto de obras vinculadas a la figura de Colón, a partir de la lectura de sus diarios y de cómo este es representado en sitios públicos: un civilizador que tiene a sus pies o costado a mujeres indígenas desnudas, tal como aparece en los monumentos de Lima, Cartagena, Colón y Santo Domingo. “El continente americano tiene una amplia colección de representaciones coloniales; lo paradójico es que convivimos con ellas sin cuestionar su origen y discurso”, apunta Coca. Por eso, en sus nuevos cuadros, las indias de Colón cobran protagonismo a la luz de esta época de persistencias raciales, pero también de promisorias transformaciones.
Entrevistas
Natalia Majuf
Sobre el racismo, quería preguntarte por el cuadro de Francisco Laso que conoces bien, “Las tres razas o la igualdad ante la ley” que expresa la visión del siglo XIX y las contradicciones sociales de este tiempo, ¿de qué manera este cuadro es una crítica a esa sociedad estamental desde la posición liberal de Laso?
Laso cuestionó abiertamente, en sus textos y a través de sus imágenes, los prejuicios que atravesaban la sociedad peruana. En ensayos como “La paleta y los colores”, publicado en La Revista de Lima, propuso un elogio de la diversidad que casi no tiene precedentes. Sus cuadros hacen la contraparte visual de este discurso, pero van más allá. Construyen una nueva retórica en torno a la representación racial que pasa por los mecanismos complejos de la idealización. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en ese proceso se construye también lo racial como forma visible, lo que termina por afirmar el racialismo. No cabe duda de las buenas intenciones de Laso, pero su obra nos permite preguntarnos sobre la forma en que se constituyen las sociedades. Hay complejas determinaciones sociales, económicas y discursivas de las que un individuo no puede fácilmente extraerse.
¿Qué obras o artistas del siglo XX reflejan mejor las tensiones del racismo en la sociedad peruana?
El racismo recorre y define toda la historia del arte peruano del siglo XX (y del XXI), incluso cuando no aparece de forma evidente, incluso cuando lo “racial” no es el objeto de la representación. Es fácil identificarlo en los diversos indigenismos que enarbolaron una afirmación positiva de la idea de raza pero que estuvieron determinados por el racialismo y, muchas veces, también por el abierto racismo. Pero también es posible encontrarlo en las estructuras desiguales del campo artístico, en los discursos supuestamente neutros del modernismo, en la marginación de formas estéticas regionales…
Hoy que la ciencia ha cancelado el término raza, ¿consideras el arte o la autorrepresentación en algunos artistas pueden ser útiles para desenmascar el racismo?
Es cierto que la ciencia ha puesto en cuestión la vieja idea del determinismo racial, pero el racismo sigue operando todavía. El liberalismo buscó negar las diferencias a través de un discurso supuestamente abstracto en torno a la ciudadanía, que en realidad no fue tan neutro y que permitió la continuación de serias desigualdades. Las Tres Razas de Laso cuestiona precisamente ese abismo entre las declaraciones republicanas de igualdad y la realidad de una sociedad estamental y dividida. Desde la filosofía y la teoría crítica se viene insistiendo en la recuperación de la idea de raza a partir de premisas críticas. En ese sentido, la autorrepresentación en clave racial es parte de una vindicación de la diferencia que puede ser muy importante, pero que también supone peligros, pues finalmente procede por los insidiosos caminos de la racialización. Hay que estar atentos para buscar nuevas estrategias que nos permitan desarmar las muchas y muy diversas estructuras que sostienen el racismo.
Claudia Coca
¿En qué consiste tu trabajo alrededor de Cristóbal Colón?
Desde el año pasado, estoy trabajando con las esculturas de Cristóbal Colón. Tengo varios proyectos, he trabajado con las cartas y los diarios de Colón. En los textos de Colón se puede ver cómo su encuentro con América, en un principio lo maravilló. Llama a los nuevos territorios el paraíso terrenal y dice que está habitado por los indígenas más hermosos que él ha visto sobre la tierra, pero este discurso va cambiando con el tiempo, cuando se da cuenta que es una tierra que puede colonizar. Entonces, cambia el discurso, y habla del caníbal del salvaje, de la tierra hostil. Estoy trabajando eso, como él va articulando un discurso sobre el Nuevo Mundo desde una cuestión de poder. Eso está clarísimo en sus diarios. Lo que hago es transcribir frases con letra caligrafiada, algo que ya expuse el año pasado con las corónicas de Guaman Poma. También he hecho un video y he tomado fotografías de la escultura de Colón en el Paseo Colón y de la india, que ha sido bastante vista en las últimas semanas. Lo que he hecho es extraer no solo a la india de Lima, sino las de Cartagena, Santo Domingo y Colón, en Panamá. Estoy trabajando con las imágenes de estas cuatro indias que están, de alguna forma, sumisas, bajo la tutela de Colón.