Nació en la Tacna cautiva, ocupada por Chile. Y de niño asistió casi a escondidas a un colegio clandestino, donde se impartía algo prohibido: el conocimiento del Perú. La idea de esa ‘patria invisible’ es clave para entender el origen de la obra de Jorge
Basadre Grohmann. Ese Perú que él aprendió a querer desde lejos, en los
libros de la enorme biblioteca de su padre, desde el recuerdo de sus antepasados (dos de sus tíos pelearon y murieron en la batalla de Arica), con “una vaga idea de una historia, con sus fulgores y numerosas caídas”.
Por eso, con los años, cuando abrazó la Historia como disciplina, lo hizo no tanto para entender el pasado, sino para comprender el presente y dilucidar mejor el porvenir. (“Quise eludir el historicismo puramente erudito que entrega canteras, pero no construye edificios”, dijo en su último discurso, poco antes de morir). Se convirtió en el pensador de lo posible y de lo soñado, de lo esperado en una nación que era —y es como él mismo la definió— más una promesa que una realidad. Ahí radica la vigencia de una obra que no se agota en contarnos solo lo que sucedió —como en sus monumentales e integrales volúmenes sobre la Historia de la República—, sino en el riesgo que toma para entrever lo que vendrá.
Ya en ese lejano ensayo juvenil "Perú: problema y posibilidad", escrito en 1931, y reeditado luego con reconsideraciones 47 años después, Basadre, aunque se adhiere a las tesis del mestizaje, sospecha que el futuro no está ahí, sino en ese
Perú múltiple, hoy diríamos intercultural. Entonces supo identificar los enormes lastres de la historia peruana, los cuales enumera con puntualidad: militarismo, clientelismo, autoritarismo, centralismo y corrupción.
En este texto identifica, además, con el sentido metafórico que siempre le impuso a su prosa, los tres grandes enemigos que han impedido la consolidación de la promesa peruana: los Podridos, los Congelados y los Incendiados.
Escribe con enorme vigencia: “Los Podridos han prostituido y prostituyen palabras, conceptos, hechos e instituciones al servicio de sus medros, de sus granjerías, de sus instintos y apasionamientos. Los Congelados se han encerrado dentro de ellos mismos, no miran sino a quienes son sus iguales y a quienes son sus dependientes, considerando que nada más existe. Los Incendiados se queman sin iluminar, se agitan sin construir. Los Podridos han hecho y hacen todo lo posible para que este país sea una charca; los Congelados lo ven como un páramo; y los Incendiados quisieran prender explosivos y verter venenos para que surja una gigantesca fogata. Toda la clave del futuro está allí: que el Perú escape del peligro de no ser sino una charca, de volverse un páramo o de convertirse en una gigantesca fogata. Que el Perú no se pierda por la obra o la inacción de los peruanos”.
El poder de las metáforas
A 35 años de su muerte —sucedida un 29 de junio de 1980—, nos quedan sus inagotables frases y metáforas que han iluminado nuestro entendimiento del pasado. Es difícil ya dividir nuestra historia sin los períodos que él identificó: la época de los caudillos, la falaz prosperidad del guano, la reconstrucción nacional, la república aristocrática, etc., etapas que sopesamos en su conjunto a través de su mirada multidisciplinaria y crítica, algo que brilla más en la actualidad cuando priman los estudios parciales y especializados de la historia. Uno de sus discípulos, el recordado historiador Percy Cayo, siempre evocaba eso: que gracias a Basadre los peruanos podíamos tener una historia integral, una síntesis que va desde la Independencia hasta el siglo XX.
“Quienes únicamente se solazan con el pasado ignoran que el Perú, el verdadero Perú, es todavía un problema. Quienes caen en la amargura, en el pesimismo, en el desencanto, ignoran que el Perú es aún una posibilidad”, escribe Basadre. Por eso, citando a Ernst Bloch, el viejo historiador tacneño dijo que la verdadera génesis está al final y no al principio.
Vida & Obra
(Tacna, 1903) Además de ser el mayor estudioso de nuestra historia republicana, ejerció la crítica literaria y la docencia universitaria. Asimismo, fue dos veces ministro de Educación. Después del incendio de 1943, se convirtió en el tercer fundador de la Biblioteca Nacional (luego de José de San Martín y Ricardo Palma). Su obra máxima es la Historia de la República, que reeditó y amplió muchas veces desde 1939, hasta alcanzar los 17 tomos en 1968. El Comercio publicó una edición de 18 tomos en el 2005.