La separación que existe entre la música afroperuana y la criolla es el resultado de un proceso complejo. Ambas se pensaron como lo mismo durante buena parte del siglo XX. Desde una perspectiva histórica, la música criolla fue el resultado de un proceso de apropiación y de mestizaje entre géneros musicales europeos, afro e indígenas; sin embargo, como gran parte de la población popular en Lima era de origen afro, se puede suponer que ese componente musical fue fundamental en el surgimiento del criollismo.
No obstante, al promediar el siglo pasado, por factores políticos e ideológicos antes que musicales, algunos géneros se asociaron más claramente con ese acervo afro. Dos figuras son fundamentales en ese proceso. La primera, el historiador José Durand. Sin la creación del espectáculo de Pancho Fierro que dirigió, buena parte de ese folclore hubiese quedado recluido a unos pocos espacios privados. La segunda figura es Nicomedes Santa Cruz, quien convirtió el folclore afroperuano en un discurso político poderoso, dirigido a construir una nueva identidad afroperuana empoderada en tradiciones discursivas que permitieran recrear una negritud como la que se había consolidado en algunos países , aquello que Gilroy llamó el “Atlántico negro”.
Desde ese momento, algunos géneros como el festejo (que en los cuarenta había sido grabado por mestizos o blancos), el landó, la décima con socavón e incluso la propia marinera limeña se denominaron géneros afroperuanos; y el vals, la polca, etc. permanecieron como criollos. Curiosamente en la etapa inicial de esa separación los músicos que acompañaron a ambas tradiciones fueron los mismos. Solo después del triunfo de Perú Negro como grupo afro fue que algunos músicos se especializaron en una de estas dos vertientes. Sin embargo, hasta hoy estos dos universos musicales conservan un conjunto fluido de vasos comunicantes y un innegable aire de familia.