Con la invención de la imprenta, el libro se convirtió en el principal elemento para la transmisión de conocimiento y cultura. Y, a lo largo de los siglos, ha sido intervenido de diversas formas por quienes nos hemos apropiado de él, y lo hemos vuelto parte importante de nuestras vidas. Una de estas formas es el exlibris: un sello o etiqueta que un coleccionista o dueño de un volumen pone en la portada o contratapa del mismo para marcar su propiedad. Un exlibris también puede establecer la pertenencia de un libro a una determinada colección o biblioteca particular.
Con el tiempo, estos sellos se convirtieron en pequeñas obras de arte y evidenciaron no solo la vanidad, el gusto, el poder o la importancia de los bibliófilos y coleccionistas, sino también el espíritu de toda una época. Por ejemplo, en tiempos virreinales primaban exlibris con heráldicas y escudos que denotaban los múltiples títulos nobiliarios del propietario del volumen; mientras que, con la Ilustración, se impusieron etiquetas mucho más sobrias, apenas adornadas con orlas y discretas figuras que dejaban atrás el barroco.
Toda esta evolución la cuenta el historiador Gerardo Trillo en “Exlibris”, un pequeño volumen editado por la Biblioteca Nacional del Perú (BNP) que, a manera de álbum, reproduce una selección de 61 etiquetas de los siglos XVIII, XIX y XX, pertenecientes a nobles, militares, viajeros, próceres, artistas e intelectuales, quienes marcaron sus colecciones de libros con este tipo de distintivos. “En el Perú, se registran exlibris desde el siglo XVIII y aunque en otros países existen muchas investigaciones sobre el tema, aquí no había trabajos al respecto, por eso decidimos realizar este estudio preliminar que es pionero en el país”, cuenta Trillo.
El exlibris más antiguo consignado en el volumen corresponde al noble español Antonio José de Abreu (1683-1756), quien desempeñó diversos cargos para la corona española y en algún momento del siglo XVIII contrató al grabador Pablo Minguet para elaborar las etiquetas que distinguirían a los libros de su colección: un escudo sostenido por dos fieros leones, adornado con alas y armaduras.
Sin embargo, es difícil saber si Abreu inició la práctica del exlibris en nuestro país. “Tengamos en cuenta –precisa Trillo– que el repositorio que tenemos en la biblioteca es totalmente moderno, producto de las donaciones y compras hechas recién hace 70 años, pues lo anterior se quemó o fue saqueado. Pero, como contrapeso, podemos decir que las donaciones hechas después del incendio (1943) fueron de coleccionistas particulares que tenían libros muy preciados o rarezas, y tienen anotaciones, sellos, marcas, que los convierten en ejemplares muy valiosos”.
Además…
Entre libros
El nombre ‘exlibris’ procede de la locución latina que significa “de entre los libros”. El volumen “Exlibris” ha sido editado por la Biblioteca Nacional del Perú, para su colección Imagen y Memoria. La selección y estudio preliminar corresponde a Gerardo Trillo, historiador y director de la Dirección de Protección de Colecciones de la BNP.
El presidente y el libertador
Precisamente, una de las principales compras realizadas por la biblioteca a fines de la década de 1940 fue la colección del presidente argentino Agustín Pedro Justo (1876-1943), un bibliófilo que gustaba adquirir las novedades más exquisitas de Europa y en su momento tenía la biblioteca americanista más importante del mundo. Toda esa colección pasó a la BNP y, gracias a ello, se pudo reunir una buena cantidad de libros de personajes ilustres, con exlibris “de gran belleza y simbolismo”, como dice Trillo. Distintivos hechos con nuevas técnicas como el fotograbado por medios químicos y la impresión a colores.
Asimismo, la colección de exlibris de la BNP aumentó tras las devoluciones en el 2007 y el 2017, respectivamente, de materiales bibliográficos saqueados durante la Guerra del Pacífico. De esta manera, se recuperaron alrededor de 60 volúmenes de José de San Martín que se caracterizan, justamente, por tener el exlibris del Libertador: un rectángulo orlado en cuyo centro aparece el nombre del general argentino.
Entre esos libros devueltos por Chile, Trillo pudo identificar también dos ejemplares de la biblioteca de Hipólito Unanue. “Sabíamos que Unanue había donado libros para la creación de la biblioteca –cuenta el investigador–, pero no conocíamos de la existencia de esos volúmenes hasta que pudimos identificarlos entre los libros devueltos debido al exlibris que el médico y prócer colocó en ellos”. Ese exlibris, reproducido en este volumen, está formado por un sobrio rectángulo de flores en cuyo centro se lee: “Biblioteca del Dr. Unanue”.
De Bingham a María Wiesse
En el siglo XX, el exlibris siguió gozando de gran popularidad. Una cuarta parte de la colección reunida en el volumen corresponden a este periodo y destacan los pertenecientes a los poetas José Hernández (1910-1962) y Alberto Ureta (1885-1966), al educador Carlos Cueto Fernandini (1913-1968), al diplomático Alberto Ulloa (1892-1975) y al historiador Raúl Porras Barrenechea (1897-1960), en cuyo exlibris aparece el boceto de la casona y el escudo de la Universidad de San Marcos.
De este grupo, Trillo destaca dos exlibris, el de Hiram Bingham (1875-1956) y el de la escritora y colaboradora de Amauta, María Wiesse (1894-1964). El explorador estadounidense, que hizo conocer internacionalmente la existencia de Machu Picchu, perfiló en su exlibris la silueta del mapa de Sudamérica, en la que solo destacan los ríos del continente. “Al no evidenciar las fronteras de los países, sino solo los ríos, Bingham nos está presentando sus intereses, pues los ríos son los caminos que guían a todo explorador”, afirma Trillo.
En cuanto al exlibris de María Wiesse, su importancia radica en que es el único de toda la colección perteneciente a una mujer, algo que también evidencia una época dominada por lo masculino. “No es un exlibris en el sentido clásico —afirma Trillo— sino está impreso, por indicaciones de Wiesse, como parte del libro editado. El grabado fue hecho por José Sabogal y lo hemos puesto para interrogarnos por qué no hay más exlibris de mujeres en las colecciones de la biblioteca, tal vez con esta publicación, algún investigador se anima y muestra otros de escritoras o coleccionistas”.
Como advierte Trillo, a diferencia de países como México o Brasil, el estudio del exlibris como historia material del libro en nuestro país todavía está en sus inicios. Por eso, este pequeño volumen es solo una muestra de un arte que sigue vigente y que esconde, en el fondo, el amor por los libros en tiempos en que parece imponerse la inmaterialidad de los formatos digitales.
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