“Amo la selva, pero la amo contra mi sano juicio”. Cerca de cuatro décadas después de pronunciar esta frase recogida en el documental El pesar de los sueños, la voz cavernosa que resuena hoy vía Skype la atribuye al delirio que fue el rodaje de Fitzcarraldo. Werner Herzog ya no percibe una tierra inacabada, aún prehistórica, cuya naturaleza circundante se rige por la armonía del asesinato colectivo. No ve una maldición suspendida sobre este paisaje, que amenaza con caer sobre quienes se asomen a sus profundidades. Un país que Dios —si existe— ha creado en un arrebato de furia.
“Lo que prevalece es que amo la selva”, sentencia Herzog. “Mi alma le pertenece al Perú, es así de simple”. Un llamado que lo exhorta a seguir regresando. Bien sea para saltar por las piedras del río Urubamba en Mi mejor enemigo, donde evoca su turbulenta amistad con el actor Klaus Kinski; para filmar el trance del protagonista de My Son, My Son, What Have Ye Done? en las alturas de Machu Picchu; o para rastrear en el documental Alas de esperanza las huellas del infierno padecido por Juliane Koepcke, única sobreviviente del fatídico vuelo Lansa 508, el cual Herzog estuvo a punto de abordar en los días de la filmación de Aguirre, la ira de Dios.
En esta oportunidad ha decidido explorar un nuevo territorio. Previa escala en Lima para dictar una clase maestra en la Biblioteca Nacional del Perú este 30 de abril, Herzog se sumergirá en el corazón del bosque amazónico de Madre de Dios. Guiará el proceso creativo de los 48 jóvenes cineastas que integran el taller Filmando en Perú con Werner Herzog, a realizarse a inicios de mayo.
Con el objetivo de que cada uno de sus estudiantes se gradúe con un cortometraje bajo el brazo, Herzog los acompañará desde la escritura del guion hasta el fin del montaje. “Elijo los lugares donde hay vida real, como la Amazonía. Allá puedes enfocarte, no hay nada que te distraiga. Será un gran lugar de encuentro, en uno de los escenarios más bellos y prístinos del mundo, para realizar un trabajo arduo. En 11 días todos deben hacer una película y me aseguraré de que así sea”, advierte sobre las reglas del juego.
La conciencia de una lección a ser transferida a las nuevas generaciones fue evolucionando en los últimos 30 años. “Una enorme cantidad de jóvenes se acercan a mí para aprender”, dice Herzog. “Es imposible atender a todos: si publicara un anuncio en busca de un asistente de dirección, tendría a miles de personas persiguiéndome”. Lo vivió hace unos días en el Festival Internacional de Shanghái. Las entradas para su conversatorio, en una sala de 1.600 butacas, se agotaron en apenas —literalmente— tres segundos. “Esta avalancha se ha hecho cada vez más visible, y con los talleres busco ofrecer una respuesta sistemática”.
11 días para producir una película en la selva virgen puede sonar extremo, pero según Herzog no lo es. “Es como debería ser. Se pierde demasiado tiempo en la escuela de cine y aprenden más en este lapso que en cuatro años de carrera”, opina. No es que piense que la escuela mate el espíritu creativo. Todo lo contrario, la considera necesaria cuando hay algo específico que aprender, en esencia para dominar el aspecto técnico del proceso. “Pero cómo hacer una película, cómo crear una visión, cómo transformar un sueño en una película… Eso es algo que no se aprende en la escuela”.
Para alguien que justamente abandonó la escuela de cine, no sin antes robarse una cámara con la que dirigiría sus primeras películas, enseñar debe resultar curioso. No es que lo disfrute. Lo ve, más bien, como un deber. “Tengo la sensación de que he aprendido mucho de mis propios errores y de los obstáculos que he atravesado, de mis victorias y derrotas”, reflexiona. Black Factory Cinema, organizadora de tres talleres dirigidos por Abbas Kiarostami, persiguió con tenacidad a Herzog para encomendarle una misión afín. Sería tras la muerte del maestro iraní que Herzog decidiera tomar la posta para conducir su primer curso en La Habana. Una experiencia que rendiría frutos como Armageddon 2, cortometraje del alumno Corey Hughes, premiado en el Festival de Locarno. ¿Tiene, de esta manera, un ojo puesto en el nuevo talento? “Siempre”, responde.
El propio Herzog cuenta haber tenido mentores. “Tuve gente que me apoyó espiritualmente, como la escritora Lotte Eisner”. Su amistad con la autora de La pantalla diabólica estuvo sellada por la taumaturgia. Cuando Eisner estaba desahuciada en París, Herzog anotó en sus diarios: “Ella no morirá, no lo permitiré”. El peregrinaje a pie desde Múnich para visitar su lecho de muerte, experiencia plasmada en el libro Del caminar sobre hielo, misteriosamente le insufló unos años más de vida a su maestra.
Otra forma de aprendizaje la adquirió de la editora Beate Mainka-Jellinghaus, una de sus primeras colaboradoras habituales, quien siempre se quejaba de lo malas que le parecían las películas del joven Herzog. No le temblaba la mano al arrojar a la basura varios metros de película. El trabajo le parecía terrible, al extremo de una vergüenza que le impedía asistir a los estrenos. “En mis talleres no busco una sesión para sentirse bien”, admite Herzog. “Soy muy cándido en mis comentarios. No escondo nada, siempre busco opinar sobre lo que puede mejorarse. Pero soy extremadamente alentador”.
—Sueños de fiebre—
Werner Herzog llegó a Lima a finales de 1971, poco después de rodar la buñueliana También los enanos empezaron pequeños y Fata Morgana, que registra los espejismos del estrecho de Mesina. Llevaba a cuestas la reputación de cineasta de culto. De equipaje, latas con sus películas y las de colegas como R. W. Fassbinder y Werner Schroeter, para organizar en el colegio Champagnat una retrospectiva del nuevo cine alemán. “No había unidad en mi generación, a diferencia del cinema novo en Brasil o el neorrealismo italiano. Éramos muy diferentes en cuanto al estilo. Diferentes en nuestras temáticas, en nuestras visiones. Pero es una fabricación de los medios esto de crear generaciones. No las busquen, las buenas películas pueden surgir en cualquier lugar y momento”, aconseja Herzog. “Eso sí, teníamos mucho respeto y solidaridad”.
Por entonces había ganado un concurso de la televisión alemana para rodar una película sobre don Lope de Aguirre, el conquistador español que traicionó a la Corona para liderar su propia expedición en busca de El Dorado. Aguirre, la ira de Dios expondría el carácter de Machu Picchu desde la secuencia inaugural, en la cual incas y colonos descienden por la montaña como una fila de hormigas, antes de ser poseídos por los sueños de fiebre latentes en la Amazonía. Sería un éxito en París, donde se exhibió por más de dos años. Truffaut llamaría a Herzog el mejor cineasta vivo. A cambio, Herzog instaló al Perú en la historia del cine.
La vida del barón del caucho Carlos Fermín Fitzcarrald sería germinal para la segunda incursión de Herzog en el país. Un detalle lo embrujaría, como recuerda en el prólogo de Conquista de lo inútil, diario de rodaje de Fitzcarraldo: “Con la desquiciada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y tira del animal caído hasta el extremo de que el cazador abandona todo intento de calmarlo, se apoderó de mí una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña”. Los cuatro años de rodaje que tomó Fitzcarraldo corresponden a una aventura trastornada, irrepetible. Una obra creada al borde del despeñadero, confrontada a un escenario agreste y condenada a la megalomanía de su estrella, Klaus Kinski.
Tanto en Aguirre como en Fitzcarraldo se vivirían situaciones límite que forjaron en su director una resistencia frente a la adversidad, un método de trabajo que hasta hoy lo envuelve en un halo de leyenda. “Luciremos como gánsteres, pero en nuestro interior llevamos la sotana de un monje”, diría en una oportunidad. Distintas anécdotas lo constatan: desde permisos de navegación falsificados, con la rúbrica del presidente Belaunde estampada por el propio Herzog, hasta la vez que fingió ser un veterinario para incautar los monos frailecillos que aparecen en la escena final de Aguirre. “Uno tiene que hacer estas cosas”, alega. “No le hago daño a nadie. El cine no es algo fácil y la burocracia es su enemigo natural. Uno tiene que recurrir a acciones que están en el borde o fuera de la legalidad para engañar a la burocracia”.
En el Perú cultivó amistades férreas que jamás se irán. Menciona a José Koechlin, pionero del ecoturismo y fundador de Inkaterra, cuyos albergues servirán como base de operaciones del taller. “Es un hombre de palabra, un apretón de manos cerró el acuerdo para la producción de Aguirre y Fitzcarraldo. Es el acuerdo más sólido que puede haber”. También habla del camarógrafo Jorge Vignati, compañero de sus rodajes en la selva, la Patagonia, la Nicaragua sandinista y las montañas de Gasherbrum. “Jorge forma parte de mi alma”, asegura Herzog. “Falleció, pero no lo considero muerto. Aún está aquí, de alguna manera”.
También abundan las evocaciones, como su encuentro con Mario Vargas Llosa para discutir la posibilidad de que colaborase en el guion de Fitzcarraldo. El Nobel no se embarcaría en la aventura, estaba investigando la guerra de Canudos para La guerra del fin del mundo. “Hoy es uno de los gigantes de la literatura, pero desde esa época ya lo percibía de esa manera. Fue hace casi 40 años, pero me fascinó conocerlo. Recuerdo pasearme por su biblioteca, podías serpentear por los estantes con libros del piso hasta el techo”, dice. “Hay una cosa que le sigo diciendo a los cineastas jóvenes. Tienen que leer, leer, leer, leer. Si no leen, harán películas, pero a lo mucho estas serán mediocres”.
—Un hombre para la eternidad—
Quien difuminara los límites entre ficción y documental para ir en busca de la verdad extática transita por uno de los períodos más prolíficos de una trayectoria con más de 70 obras. El año pasado estrenó dos películas en un mismo día en Estados Unidos: Queen of the Desert —su primera colaboración con Nicole Kidman—, una exploración de la belleza del islam a través de los viajes de la escritora Gertrude Bell; y Salt and Fire, thriller ecológico rodado en la vastedad del salar de Uyuni. Trabajó en simultáneo el documental Lo and Behold: Reveries of the Connected World, acerca del nacimiento y auge del Internet. Y una producción para Netflix, Into the Inferno, una travesía por volcanes activos que le permitió ingresar a Corea del Norte para filmar el monte Paektu, que según el mito es el cráter del que surge la dinastía Kim. “Estuve en una zona muy sensible, militarizada, pues los refugiados pasan por el monte para cruzar la frontera con China. Pero fui muy respetado allá, aunque suene extraño”, recuerda.
Hoy se halla embarcado en tres proyectos nuevos, entre ellos un documental en torno a Mijaíl Gorbachov. “Hemos filmado juntos en dos oportunidades en Moscú, en octubre y diciembre del año pasado. Quiere verme de nuevo; creo que nos llevamos bien. O digámoslo así, le caigo bien. Sabe que no soy un periodista, no tengo papeles, no tengo un catálogo de preguntas, solo una conversación con él. Pero claro que es una conversación que profundiza sobre los aspectos históricos y geopolíticos del tiempo en el que estuvo en el poder”, detalla Herzog. La actual crisis entre dos potencias no compromete su trabajo. “Siempre hay crisis, pero no creo que sea un conflicto tan profundo como se ve en la superficie o como informa la prensa. Rusia y Estados Unidos han sido más aliados naturales. Histórica, económica y culturalmente. Y esto no puede desaparecer”.
¿Qué representa Gorbachov para los tiempos que corren? Herzog resopla: “Si me das 48 horas para hablar sobre él, quizá me acerque a una respuesta. No solo fue importante para Rusia, lo fue para toda la raza humana. Eliminación de armamento nuclear, de misiles de corto alcance. Eso es algo grande. Quitarle peligro al mundo… eso me parece tan fascinante”.
La dimensión pública de Herzog, que lo retrata como un creador avezado y desafiante de la muerte, parece confirmarse al ver el documental La Soufrière, en la que escala un volcán en erupción que amenaza con desaparecer una isla caribeña, o Lecciones en la oscuridad, donde sobrevuela los pozos ardientes de Kuwait. Y, sin embargo, no la considera exacta. “Mido el riesgo en todo momento. Vivo en este mundo y tengo que surcar todas sus complicaciones. Para tener la capacidad de transformar el mundo en cine hay que tener sabiduría callejera”.
Ha sabido parodiar su propia mitología, encarnando al villano en una franquicia de Tom Cruise, prestando su voz a Los Simpson, o haciendo de sí mismo en el falso documental Incidente en el lago Ness, que lo muestra tras la pista del monstruo escocés. “Hago cosas que me gustan. Todo lo que tenga que ver con el cine, desde dirigir hasta actuar, lo hago con amor. Y lo hago bien, o al menos lo intento”.
Pronto hará una breve aparición en la saga de Marvel Comics, The Avengers. “Aún no la veo, pero presté mi voz y con una nueva tecnología sensible a los movimientos faciales puedo ser un dragón, un león o una criatura artificial”, anticipa Herzog. “Es, de algún modo, el futuro del cine. Me siento fascinado por ver cómo lo hacen y qué está pasando”. Lo dice quien ha filmado en 3D el arte paleolítico en la cueva de Chauvet, y cuyo documental From One Second to the Next, sobre los peligros de chatear manejando, fue estrenado con enorme éxito a través de YouTube. “Siempre me he sentido muy curioso por la realidad virtual, o las inmersiones en 360°. Se están dando cambios muy grandes. La llegada del fuego o la electricidad, o los inicios de la era mecánica se comparan con este momento y quiero conocerlo. Me siento como si tuviera 15 años cuando exploro estas cosas”.
No obstante, la indagación de universos desconocidos es una tarea ardua. Lo coteja el documental Into the Abyss, que retrata sus encuentros con presidiarios sentenciados a muerte. “El editor y yo empezamos a fumar de nuevo mientras montábamos, por la intensidad del material”. ¿Cada película deja un fantasma? “Nunca regreso a mis películas”, determina. “Siempre voy hacia adelante”.
Aquel impulso lo testifica en Tokyo-Ga, documental de Wim Wenders que muestra a Herzog deambulando por el mirador de un rascacielos japonés. Habla de la necesidad de buscar imágenes puras a través del cine, una quimera que lo ha llevado a recorrer todos los continentes del planeta y que lo haría viajar al espacio exterior si la NASA lo invitara. “Creo que ya estoy viejo para una misión espacial, reclutan a gente más joven. Claro que iría, pero solo si me dejasen viajar con una cámara”. ¿Seguirá buscando esa pureza en el Perú? “Por supuesto”, responde. “Si tuviera una historia, estaría allá mañana mismo”.
Master class
Werner Herzog dará una clase magistral en el Auditorio Mario Vargas Llosa, en la Biblioteca Nacional del Perú, el lunes 30 de abril, a las 9:00. El ingreso es libre y por orden de llegada, hasta completar el aforo.