Por: Juan Luis Nugent
Aguas calientes
Se le llama “ola de calor” a cualquier elevación considerable de la temperatura que se prolongue por cinco días consecutivos o más. En tiempos de cambio climático, estamos ya acostumbrados a oír de estos fenómenos en ciudades y zonas rurales, pero poco se sabe de ellos en el mar y sus graves implicancias. Al menos hasta ahora.
Un estudio publicado en Nature Climate Change halló que esta ocurrencia es cada vez más frecuente, prolongada y severa, en zonas costeras de Estados Unidos, España o Australia. Bosques de algas, arrecifes de coral y praderas de mar son los principales afectados por las olas de calor marinas (MHW, por sus siglas en inglés). Estas han alcanzado un récord histórico de hasta 100 al año en la última década.
Del mismo modo que ocurre con los bosques y selvas, la destrucción de estos entornos supone también un peligro para las especies que dependen directa o indirectamente de los mismos. Microorganismos, peces, reptiles, mamíferos y aves se ven afectados con la devastación de la vegetación marina en las líneas costeras. Los autores del estudio advierten que, de no reducirse las emisiones de gases y tomarse medidas drásticas para proteger estos ecosistemas, la recurrencia de las mismas irá en ascenso, con impactos concretos en la vida de millones de personas.
A propósito de este tema, National Geographic cita un artículo de Science que halló que el cambio climático está causando la desaparición de poblaciones de peces necesarias para el consumo humano, lo que pone en riesgo la seguridad alimentaria y las economías dependientes de las actividades marítimas.
Sobrepesca, contaminación y depredación de áreas protegidas también contribuyen a esta escalada de temperatura y riesgos. Ahora, si se trata de ver el vaso medio lleno, la peculiaridad de todo el daño que la desidia política, la ambición y la ignorancia ocasionan en los océanos es que, en un alto porcentaje, es reversible. Pero no nos sobra tiempo.
Ser y parecer
Una serie de investigaciones en torno al uso de redes sociales encontró correlaciones entre el hábito de subir y comentar fotos en estas plataformas con desórdenes alimenticios y percepciones distorsionadas de la imagen corporal. “Las personas comparan su apariencia con la de gente que ve en Instagram y, por lo general, se perciben como inferiores”, explica Jasmine Fardouly, de la Universidad de Macquarie, en Sidney, consultada por la BBC. Incluso un selfie, que puede ser un ejercicio de reafirmación, es una fuente de angustia, ansiedad y estrés para muchas personas. Cómo nos vemos, qué comemos, cómo vestimos, dónde vivimos, de qué forma invertimos nuestro tiempo libre son cuestionamientos frustrantes al ver fotos y contenidos de celebridades, influencers y amigos. Tal vez ser más selectivos con la gente y el contenido que seguimos puede ser un primer paso para romper con el círculo vicioso de exigencias autoimpuestas totalmente prescindibles.
La pantera roza
A poco de cumplirse tres años de la muerte de Harambe, el tristemente célebre gorila de un zoológico estadounidense que fue abatido a tiros para rescatar a un bebé que había entrado a sus dominios, un evento similar estuvo a punto de terminar en tragedia en ese mismo país.
Esta vez fue en un zoológico en Arizona, donde una mujer decidió tomarse un selfie con una hermosa pantera (que es un otorongo con el pelaje totalmente negro). Y, aunque es un animal sin duda fotogénico, las barandas de seguridad que separan la jaula del público, así como el instinto de supervivencia más elemental, deberían ser suficientes motivos para evitar el temerario autorretrato. Sin embargo, la mujer decidió tomarse la foto y el animal se tomó a mal la invasión y la atacó de un zarpazo. Afortunadamente, la rápida intervención del público y del personal del zoo evitaron que el ataque no pasara de un susto y unas cuantas suturas en el brazo.