Detrás de la gran mesa en la que se encuentra José Antonio Bravo, está la pared del repertorio bibliográfico de la Facultad de Letras de San Marcos , donde hay una hoz y un martillo. Al costado de la pizarra, una proclama se ha quedado a la mitad y su última palabra deja chorrear un alargado río de sangre. Observo con atención ese fresco mientras el escritor arregla sus papeles y nos mira por encima de sus gruesos lentes con una amigable sonrisa. Es la primera clase del Taller de Narración, abril de 1985.
Sentado con la autoridad del que sabe enseñar, la noble calvicie de José Antonio nos acoge con su sabiduría y comprensión. Se levanta de la silla y, con él, se levantan sus 185 centímetros de altura. Se desplaza con soltura por el aula que, en silencio, espera sus palabras. Su voz invita a la confidencia, pero también al sacrificio. Empieza a preguntarnos quiénes somos y qué es lo que queremos. Luego, como una bienvenida necesaria, nos recuerda que ser escritor en el Perú no es una tarea fácil, que un escritor nunca se disculpa por su trabajo, que no le da explicaciones a los críticos y que, sobre todo, escribir es un oficio digno y solitario. En esos momentos el taller se convierte en una nave comandada por un gran capitán y los pulmones se nos hinchan de emoción. Entonces, entendemos que se ha iniciado el gran viaje, que esas palabras han trazado nuestro destino de escritor y que no hay vuelta atrás.
Las palabras de José Antonio llegan con la experiencia del que sabe lo que es sacar un buen libro adelante. "Barrio de broncas" (1971), su novela cumbre, es la prueba de las virtualidades de la oralidad y lo coloquial y contribuyó, a su manera, con la gran eclosión de la narrativa popular. Libre de ataduras ideológicas, la narrativa de José Antonio lograba constituirse en un concentrado de experiencias, en vida hecha literatura.
El Taller de Narración de San Marcos te recuerda como el maestro, pero sobre todo como el gran amigo.