El escritor español Eloy Tizón [Foto: Alessandro Currarino/ Archivo]
El escritor español Eloy Tizón [Foto: Alessandro Currarino/ Archivo]


Por Johann Page

Concebidos desde una vehemente juventud literaria, Eloy Tizón propone en los relatos de Velocidad de los jardines inquietantes epifanías. La trama indecisa de cada pieza cede el lugar a una cadena de motivos y melodías subterráneas que conforman una densa sinfonía; un coro de voces que acompañan al lector y que, como en un paseo walseriano —autor admirado por Tizón—, van descubriendo sus paisajes imaginados. Hay melancolía y desamparo en el lenguaje efervescente del libro. Pero también iluminación y sentido, duelos personales que de manera cómplice han conectado con nuevos lectores en el transcurso de estos años.
Tizón estuvo en Lima, medio confundido en la vorágine de invitados de la FIL Lima.

¿Te imaginaste el grado de influencia que alcanzaría Velocidad de los jardines?
Para mí fue totalmente impensable. Recuerdo que ese primer libro nació en un estado de total aislamiento, alejado del mundo literario. Al escribirlo ni siquiera sabía si llegaría a publicarse, debido a los relatos peculiares que contenía. Cuando lo acogió Anagrama su resonancia fue discreta. Sin embargo, con los años esta se ha ido amplificando gracias a la complicidad de los lectores. Creo que aquello que tiene de vivo el libro continúa comunicándole algo a los lectores de esta nueva generación, incluso de otras latitudes.

¿Cuál crees que es la razón por la cual sigue ganando adeptos, más allá de sus méritos intrínsecos?
Tengo la sensación de que es un libro que invita a responder de manera literaria. De algún modo, interpela y motiva a los lectores y escritores a brindar una respuesta, en este caso, a modo de un diálogo literario o en forma de otro libro. Esto es muy gratificante. Los libros que uno más agradece son aquellos que te llevan al escritorio a imaginar esas respuestas, quizá hasta formar una cadena infinita.

¿Puede ser que las nuevas lecturas se deban a la exigencia con que está planteado? Porque desde el primer relato, “Carta a Nabokov”, define sus propias reglas de lectura, purga a los lectores pasivos. ¿Este parteaguas fue deliberado?
El planteamiento del libro no fue tan racional, sino más bien intuitivo. Un amigo escritor me dijo algo que me pareció interesante: “tus cuentos nacen ya incendiados”. Creo que se refería al estado mental inicial que demanda el libro, que es casi de vértigo. Yo tenía claro que requería un lector no convencional, que no se dejara adormilar por la trama, sino que participara activamente en cada página. Supongo que en ese pedido había una mezcla de arrogancia, pero también de juventud, ingenuidad y ardor. Era —es— una apuesta por la Literatura.

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relatos

Velocidad de los jardines
Eloy Tizón
Editorial: Páginas de Espuma
Páginas: 152


¿Sientes algún tipo de responsabilidad por este culto que ha creado tu libro?

Siento si acaso la misma responsabilidad con la que alguna vez me senté a escribir estos cuentos —y que aún conservo—. Cuando los escribía quería ser ‘digno’ con respecto a la Literatura. Digno en el sentido de respetar una ambición. Pero una que nada tiene que ver con el mercado o la idea de éxito, sino con atender a mi deseo de dejar una huella en el paisaje literario que más admiro.

¿Tenías algún temor al reeditarlo?
Me preocupaba que el lenguaje se hubiera fosilizado. Que no comunicara más. Sin embargo, cuando lo releí me tranquilizó que el grado de imperfección que alguna vez le encontrara permaneciera intacto. Todavía tenía huecos, honduras, lugares por donde el lector pudiera intervenirlo. Me encuentro con lectores que han hecho marcas en sus páginas: subrayados, doblados, lo han anotado. Me gusta que le falten el respeto. Lo peor que puede sucederle a un libro es convertirse en un objeto de museo.

Henry James decía que “el cuento se sitúa en el punto exquisito donde termina la poesía y empieza la realidad”. En tu caso, la poesía está ligada a tu propia mirada narrativa. ¿Sigues en busca de la epifanía que se esconde debajo del lirismo de tus cuentos?
Creo que en narrativa el lenguaje debe estar orientado a tocar una fibra sensible en el lector. El elemento poético no debería ser un fin en sí mismo. Debe conducir a algo que evoque algún tipo de profundidad humana. En mis textos procuro que el potencial del lenguaje no se convierta en meros fuegos de artificio. Todo el mecanismo del cuento debe estar en función de ese momento de iluminación, de esa “epifanía” de la que hablaba John Cheever, donde el personaje descubre que es capaz de ser otro, malvado, miserable, o que quizá halle redención. Creo en la Literatura como la capacidad de alcanzar una revelación.

En esa pugna entre lenguaje y hechos, ¿logras escoger los hechos narrados, en tus historias? ¿O aparecen en el fluir de cada oración?
Es una buena pregunta. Y quiero ser justo en mi respuesta. No hay trance de por medio, debo confesarlo, pero tampoco es algo muy racional. Cuando escribo no sé a dónde voy. Escribir es aceptar el riesgo a perderte. Si hay una verdad en el fondo, tienes que escribirla para alcanzarla.

Con el camino recorrido, ¿ha cambiado tu idea de lo que es un escritor?
Creo que es alguien que busca con desesperación al otro. Intenta hacerlo con el lenguaje, pero solo puede hacerlo dando un rodeo. Solo en la periferia ocurre esa comunicación. Suena desolador, pero creo que la literatura, efectivamente, nace de una falta, de una profunda carencia.

¿Seguirás siendo un provocador con respecto al cuento y su estructura tradicional?
No me considero un incendiario tampoco. Sucede que admiro a los escritores que expanden el género, que se enfrentan a las reglas. No seamos tan dóciles. Hay que permitirse el error. Una novela magnífica —recién descubierta en esta visita— como La casa de cartón de Martín Adán solo es posible si es escrita desde la subjetividad y subversión, dejando las reglas de lado.

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