Por: Dulce María Ramos
Ana Blandiana es la poeta más importante de la literatura rumana, tanto que muchos lectores y críticos están casi seguros de que pronto le será concedido el Premio Nobel. Con una vida signada por la dictadura y el comunismo, la escritura le dio a Ana Blandiana la fortaleza para enfrentar a un régimen opresor convirtiendo su pluma en símbolo de lucha, memoria y resistencia moral.
Su obra, tanto en poesía como en prosa, se puede conseguir en español gracias a la editoriales Pre-Textos y Periférica. Recientemente, recibió el Premio Golden Wreath Award 2019 en Struga, Macedonia del Norte, y la homenajearon en el Festival Internacional de Literatura Las Líneas de su Mano en Bogotá, Colombia.
Alguna vez usted dijo: “El escritor no es un creador, sino testigo del mundo en que vive”. ¿Le ha gustado el mundo que le ha tocado ver?
Mi primer impulso sería decir no, si pienso no solo en el universo humano, sino también en el mundo como historia, e incluso en los seis días de la creación divina, en el mundo como obra maestra de Dios. Una vez, en África, me impresionaron los rebaños de ciervos gráciles y mansos que solo fueron creados, claro está, para que los leones y otros animales carnívoros tengan algo que comer, y pensé en la relación entre belleza y crueldad sobre la que se apoya la perfección del mundo. Del mismo modo, si pienso en la historia, no puedo dejar de observar que no solo el sufrimiento nace del mal, sino que igualmente el bien nace del sufrimiento.
¿En qué radica el éxito de la escritura: en vender muchos libros, en los premios o en que una obra transcienda a su autor?
No creo que entre poesía y los premios exista una relación muy estrecha. En cuanto a la posteridad, es cada vez más arriesgado referirnos a ella cuando la Tierra, cuyos polos se derriten, empieza a medir su futuro no en años luz, sino en años. Escribo versos porque siento la necesidad de expresar que existo, sin preguntarme si alguien va a leerlos. Soy como una rueca que existe solo en la medida en que se hila en ella.
A partir de la historia de su vida, víctima de la dictadura, el comunismo y la censura, la poesía ha sido para usted un acto de fe.
La poesía ha sido un acto de fe ante mi propia definición. Por muy difícil que haya sido mi vida, ha resultado más fácil estar en contra de la dictadura que estar de su parte.
Leyendo a Marguerite Duras vi estas palabras: “Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe”. ¿Hasta qué punto su escritura tiene esa fuerza de Ana y esa fuerza de Otilia?
Empecé a componer versos antes de saber escribir. A los 17 años, inventé este seudónimo [su nombre verdadero es Otilia Valeria Coman] porque mi padre estaba preso. Desde entonces, este llegó a ser mi único nombre. La vida que he vivido y que recuerdo es la de Ana Blandiana.
Si tuviera que quedarse con uno de sus versos, ¿cuál sería?
Eso solo lo puedo decidir al azar. Mire, abro el libro, cierro los ojos y pongo el dedo sobre un verso sin ver el texto: “Alguien sueña con nosotros, soñado a su vez por otro…”.
Si llega a ganar el Nobel…
Creo que desesperaría. No sabría cómo comportarme, qué hacer con tanto dinero y con tantos colegas que me envidiarían. Pero no hay ningún peligro. Un crítico literario rumano escribió hace algunos años: “La única de entre nosotros que habría podido ganar el Premio Nobel es Ana Blandiana si no hubiera tenido la idea de hacer el Memorial de las Víctimas del Comunismo y de la Resistencia”.
¿Qué le dio y qué le quitó la dictadura?
Durante casi la mitad de mi vida, el comunismo me ha quitado la libertad de publicar, de viajar por el mundo, de tener fe en la gente de mi alrededor y me ha dado —más allá del terror, las privaciones y persecuciones— la obligación de protestar, de intentar decir la verdad, así como el extraordinario descubrimiento de que el sufrimiento funciona en la historia como una revelación: hace peores a los malos y mejores a los buenos.