[Foto: archivo]
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Alessandra Miyagi



Julio Ortega (Casma, 1942) tiene una memoria envidiable y una abrumadora habilidad para conectar ideas dispersas entre sí, lo cual le confiere una visión panorámica y lo convierte no solo en un uno de los críticos literarios más importantes, sino en un lúcido observador de la realidad.

Hace más de 40 años emigró a los Estados Unidos, donde llegó como profesor visitante de las universidades de Pittsburgh y Yale. Actualmente, es profesor de Estudios Hispánicos en la Universidad Brown. Acaba de presentar su antología Nuevo relato mexicano, editada por Peisa.

¿Qué lo motivó a hacer una antología de relato mexicano?
He practicado la antología como la celebración de la fugacidad de la literatura. Las malas antologías pretenden levantar un Olimpo, hacer justicia, proponer un canon. Yo creo que las mejores se deben a su tiempo, testimonian su momento, el gusto de la lectura. Por eso tienen la vivacidad de lo temporal y nos permiten participar en la creatividad de la ficción.

Esta antología nace de la inquietud por la novedad. Algo nuevo está pasando en el relato mexicano reciente, que excede el agonismo que ha dado cuenta del país y sus dramas. Lo que hacen ahora estos jóvenes autores es exorcizar la tragedia para construir otras redes de lenguaje solidario. Sus cuentos son el breve testimonio de su fe en las palabras. El ámbito emotivo, los lazos afectivos y la intimidad del habla reinician en estos relatos, con brío, ironía y agudeza, un horizonte compartible.

¿Podemos ver el mismo fenómeno en el Perú y en otros países latinoamericanos, o es algo exclusivo de la narrativa mexicana?
Ocurre otro tanto, con distintas entonaciones. En Argentina, por ejemplo, hay una búsqueda errática del lugar del sujeto en la ciudad; la identidad de los personajes se define por su control del espacio. En Chile predomina una revisión generacional, que cuestiona los linajes, el mito de la familia chilena. Hay una indeterminación del espacio a ocupar. Un poema dice: "Mi padre se fue de casa y me dejó el desierto de Atacama". Toda una declaración de pérdida, un cuestionamiento del orden patriarcal, y el desierto de opciones que los jóvenes heredan.

Lo que veo en nuestra literatura reciente es la pérdida del sentido de comunidad. Hay un quiebre en la idea de nación, de ciudad, de familia... el Perú es una casa en ruinas, poblada de fantasmas, de violencia y corrupción. Se dice que América Latina nunca ha estado mejor que ahora, pero yo respondo que nunca ha sido más infeliz. El lenguaje está herido, y los escritores negocian con ese rédito de violencia un espacio de respiración. A través de la escritura se están cicatrizando algunas de estas heridas sociales. De allí los retratos del patriarcado que dan cuenta del extraordinario derroche de mala fe que define al Perú contemporáneo. Los padres comparecen con sus versiones en las novelas y relatos de Ampuero, Cueto, Pacheco, Cisneros, Roncagliolo...

¿Qué autores pertenecerían a esta corriente?
Quienes estén buscando restituir los lazos comunitarios a través de su obra. Creo que las escritoras lo están haciendo como un proceso de re-conocimiento. Pienso en los textos de Katya Adaui y Karina Pacheco. Entre los escritores, Iván Thays. Carlos Yushimito, que es sin duda el mejor de su generación. También Santiago Roncagliolo, Leonardo Aguirre, Jeremías Gamboa, Renato Cisneros...

En el prólogo de la antología dice que el cuento es un género de transición. ¿A qué se refiere?
El cuento se basa en la ruptura de un código, en su cuestionamiento. Nos dice que otro orden es posible y que el mundo, en el lenguaje, puede postular una opción creativa.

[Foto: Leslie Searles]
[Foto: Leslie Searles]

¿Pero eso mismo no ocurre en otros formatos, como la novela, por ejemplo?
Sí, pero la novela abunda en incidencias, prodiga sucesos. Su desarrollo es expansivo. En el cuento hay una focalización más intensa dada la brevedad del formato.

En ese sentido, ¿el microrrelato sería más subversivo?
El microrelato es una hipérbole de concentración. Al mismo tiempo tiene un contenido latente y una brevedad que desafía la formulación del mismo. Hoy, lamentablemente, está de moda la crónica liviana, sentimental y casual.

¿A qué cree que se deba que las editoriales grandes no apuesten por las formas breves y sí por las novelas? ¿Cómo ve la salud del cuento actualmente?
El cuento actual, me atrevo a creer, es hoy día más audaz, creativo, independiente, global y empático que la novela. En estos años de empobrecimiento masivo de la novela (los best sellers contribuyen al calentamiento global), el cuento ha renovado todos sus protocolos y convocaciones. Daniel Alarcón es uno de los mejores cuentistas nuestros, aunque es intraducible la vivacidad anímica de su prosa.

Cambiando de tema, hace diez años, cuando se realizó la primera edición de Bogotá 39, usted fue muy crítico de este evento...
Lo que pasa es que algunos eventos como aquel postulan una voluntad canonizante. Se convierten en iglesias que entronizan a escritores obispales, desde jerarquías arbitrarias que se basan en la mera consagración de la actualidad. Las selecciones que hace Granta, por ejemplo, son interesantes porque muestran escritores buenos, pero tienen el defecto de presentar una selección de “lo mejor”, con lo cual establecen una norma, y todas las normas se basan en la exclusión. De allí la obsolescencia de esa literatura ferial. La mejor narrativa va por otras vías.

Para mí uno de los textos más importantes del Perú del siglo XX es Montacerdos de Cronwell Jara, que muy pocos lo han leído.
Es una representación del Perú moderno como un infierno. O sea, como lugar ilegible cuya violencia autodestructiva nos ha degradado. Solo Arguedas, en Los ríos profundos nos propuso una nación como infierno. Y Vargas Llosa lo ha hecho en su Cinco esquinas, que es una metáfora infernal porque es antiurbana, donde la comunicación humana ha sido corrompida por la prensa amarilla. ¿Y por qué Montacerdos no está en el primer lugar en el canon peruano? Porque Jara es un escritor ajeno a los ajetreos feriales. No está en una gran editorial, es un escritor antiprofesional, pero de otro tipo: él mismo publica sus libros y los vende. Es completamente distinto a lo establecido.

¿Qué opina de la nueva selección de Bogotá 39? Se ha incluido a tres peruanos: María José Caro, Juan Manuel Robles y Claudia Ulloa.
Me parece muy interesante que Ulloa esté incluida. Estimo mucho su prosa, tiene un lenguaje muy sensible que trata de establecer puentes entre géneros. Aún no he podido leer a Caro ni a Robles, pero debo hacerlo. Para eso sirven las ferias, para no perder la esperanza en la próxima página.


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