Dice Montaigne, en su Ensayos, que “la costumbre es una maestra violenta y traidora. Establece en nosotros poco a poco, a hurtadillas, el pie de su autoridad, pero, por medio de este suave y humilde inicio, una vez asentada e implantada con la ayuda del tiempo, nos descubre luego un rostro furioso y tiránico, contra el cual no nos resta siquiera la libertad de alzar los ojos”. En efecto, la costumbre restringe nuestra visión del mundo, y nos induce a pensar y actuar de acuerdo a un estrecho punto de vista, declarando como incivilizado todo aquello que es diferente. De este modo, sesga nuestros juicios y valoraciones, y nos impide entender al otro. Montaigne sabe que es difícil oponerse a la inercia de la costumbre. Sin embargo, sostiene que la frecuencia con la que repetimos ciertos comportamientos, costumbres y creencias no nos autoriza a extraer de ello principios morales de carácter universal, ni a establecer una correlación necesaria entre costumbre y naturaleza.
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