Después de más de tres décadas en el ejercicio literario, Jorge Valenzuela Garcés ha publicado una antología personal de 14 cuentos que giran alrededor del desarraigo, la soledad y la imposibilidad de encontrar el amor en una época de incertidumbre y crisis. Con estos relatos, el autor busca reflexionar sobre esas motivaciones que lo llevaron a escribir, sobre esa extraña fuerza que lo impulsó a crear una serie personajes e historias que, con el paso del tiempo, se han convertido en una especie de memoria personal, relatos, como él mismo dice, cercanos a su sensibilidad de creador, pero también de crítico y de gran
¿Cuáles han sido los criterios para reunir estos y no otros relatos de tu ya larga producción literaria? ¿Quizás hay un impulso sentimental detrás de ello?
El criterio puede ser el que mencionas, son relatos en los que quizás he proyectado más mi subjetividad, como si en esos cuentos hubiera plasmado sentimientos muy vinculados, evidentemente, con el universo representado y con los personajes, pero también muy vinculados a mí. Son, digamos, cercanos a mi sensibilidad, por esta razón han sido elegidos dentro de los casi cincuenta cuentos que he escrito hasta ahora. Hay como una fuerza en ellos que, como digo en el prólogo, me sorprende haber tenido en el momento en que los escribí y que ahora, creo, es imposible repetir.
Empezaste a escribir en los años ochenta, en una época de crisis y violencia, y muchos de tus personajes aluden a esta época, pero desde lejos, desde el desarraigo, ¿cuánto marcó este tiempo en tu narrativa?
Mira, esa es una cuestión, la del horizonte político y la conflictividad social, que se encuentra digamos aludida normalmente en mis cuentos. Uno que otro desarrolla, explícitamente, la anécdota alrededor de un hecho violento que tiene incluso lugar en los mismos años ochenta. Pero lo político es un elemento que siempre se encuentra entre bambalinas y que puede emerger o no de una manera sorpresiva en el relato. Desde luego, el clima de violencia generalizado de los años 80 incluyó en mis cuentos, y esa atmosfera de muerte o decadencia afecta a ese fondo en el que transcurren las historias, esa sensación de destrucción generalizada, de que el mundo que nos rodeaba estaba descomponiéndose.
En varios de estos relatos los personajes experimentan la soledad como una especie de maldición, como un destino, ¿esto fue algo sobre lo que te planteaste escribir o se fue dando naturalmente a lo largo de tu obra?
Yo creo que esa relación que has descrito de mis personajes con la soledad, básicamente, se debe a una cuestión central de la época: la imposibilidad de amar, de poder establecer lazos confiables y estables con el otro. Mis personajes tienen con la soledad una relación conflictiva, pues buscan la integración, el acercamiento con los demás, pero siempre algo los frena, les impide hacerlo.
Eso se ve, por ejemplo, en el personaje de “Una noche con María Pía” o en “El secreto de Marion”, donde el personaje no puede escapar a lo pecaminoso…
A lo perverso, claro. En el caso de “El secreto de Marion” hay ahí una metáfora social respecto a la manera en que los sectores de la clase media limeña de los años ochenta vivían la amenaza del mundo exterior, eso los arrinconaba y los llevaba a moverse de manera endogámica hacia el núcleo familiar, para hallar una especie de orden perdido. Eso provoca un dolor profundo, una soledad, como dices, que en el caso de este cuento se resuelve a través del incesto, algo que no está planteado explícitamente, pero se deduce.
En tus cuentos se perciben influencias de Ribeyro, Vargas Llosa, Hemingway, Borges, ¿son tus autores favoritos o sientes que hay una línea mayor con ese realismo que se genera en el siglo XIX?
Yo como todos los narradores de mi generación pasamos primero por los maestros del cuento moderno como Poe, Chejov, Maupassant, desde luego, y de ahí pasamos a la primera generación de narradores peruanos del siglo XX, Ventura Calderón, Valdelomar… Luego las lecciones del neorrealismo de Ribeyro nos sirvieron un poco para conformar nuestro propio mundo. Borges fue también muy importante, a mí me interesa la manera cómo él plantea el policial en un cuento como “La muerte y la brújula”, ahí hace una revisión absoluta del cuento de enigma para plantear una nueva estructura a partir de estas dos historias que se van planteando una de manera encubierta y otra superficial. A mí me interesa plantear un enigma al margen incluso de que la historia sea investigación o no; a mi me interesa que haya algo oscuro, perturbador que se manifiesta de manera progresiva.
En este cuento “No juegues con fuego” hay una burocracia policial y judicial que puede remitir a Kafka, ahí el enigma se mantiene hasta el final…
Ese el caso del narrador que es el criminal. Hasta el final no suelto prenda. Eso, creo, es bien borgiano. Borges empodera a los actores criminales, los agencia, les da una voz, a mí me interesa esa dimensión, observar como el mal se manifiesta en el universo cotidiano, en lo familiar, en la esfera de lo afectivo incluso. El criminal no tiene que ser un monstruo sino puede vivir en el entorno normal, en la cotidianidad de cualquier persona.
El criminal puede ser cualquiera.
Esa es la hipótesis que está detrás del relato. Cuando empecé a escribirlo dije eso. Y en el mundo contemporáneo eso es lo más temible, que solo falta una pequeña motivación para que explote en este contexto generalizado de violencia esa parte malvada e inclemente de los seres humanos. Nunca el mal ha estado tan cerca de nosotros como en estos tiempos.
En “Viejos perros”, rindes homenaje a Vargas Llosa.
Es un hipertexto. Mi cuento es un texto seguido de La ciudad y los perros, es una especie de retoño de esa rama. A mí lo que me interesaba, por eso apelo al final fantástico, era establecer la continuidad que existe entre la ficción y la realidad. Para mí no hay una separación, sino un continuum. Hay momentos en que proyectamos algo, en que deseamos algo… Eso es ficcional.
¿En este cuento Vargas Llosa es un personaje etéreo, fantasmal, casi como fue ingreso a la política peruana?
Un fantasma que trató revolucionar la política peruana, pero que, en un contexto de violencia, de intereses y componendas, que es el universo de la política, termino siendo arrojado de ahí. Qué interesante esto, no lo había pensado. Él fue un pretexto para que vastos sectores de la sociedad activaran sus propios intereses, sus fantasías.
El otro homenaje que haces es a Ribeyro con “Gente guapa”, donde citas el epígrafe de “Color modesto”. Es un relato en el que este médico japonés se casa con una mujer afrodescendiente.
A mí lo que me interesaba era ver cómo este personaje, un japonés, desafía a su propia cultura y a la sociedad casándose con esta mujer. Prospera con ella, pero cuando su vida se toca con la política, empieza a ver todo lo que no veía antes. Y todo por lo que había luchado se desvanece, todo pierde sentido. Yo creo que lo contrario del amor no es el odio. Lo que sí puede destruir al amor es el poder. Este personaje había vencido todos los prejuicios, pero frente al poder se doblega. El poder tiene la capacidad de destruirlo todo.
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