Thelonious Monk zanjó la revolución del jazz moderno de un modo paradójico. La llevó hasta sus últimas consecuencias, pero no dejó de reírse de ella. Recordemos: a finales de los años cuarenta, junto con Dizzy Gillespie y Charlie Parker, Monk era una de las figuras heroicas del bebop, el estilo musical que inauguró la modernidad en el jazz. Al igual que sus compañeros de armas, el pianista nacido hace cien años en Carolina del Norte le dio la espalda a una audiencia cautivada por las grandes bandas de swing y se liberó en la exploración de melodías disonantes a velocidades mercúricas. También, al igual que los compositores clásicos de la Segunda Escuela de Viena, los jóvenes titanes del jazz moderno obligaron a su audiencia a guardar silencio frente a las visiones personales del músico. La consigna, como dice una canción de Steely Dan, era la siguiente: “Tocaré lo que me provoque tocar/ para quienes son como yo”. A su manera, esta frase resume el credo del jazz moderno.
Vértigo. Velocidad. Virtuosismo. Disonancias que sobrevienen en los solos que salen de los músicos como el monólogo interior de Molly Bloom. Estos rasgos, los más sobresalientes que la revolución del bebop provocó en el jazz, pueden encontrarse en las grabaciones tempranas de Monk. Aquí es importante anotar que hay un tramo en el que su trayectoria corre en paralelo con la de sus pares. Pero, tal como ocurre con Bob Dylan, en la biografía del jazzista hay un episodio que parte su carrera en dos, aunque en su caso no sea un accidente de moto, sino un arresto por posesión de drogas. La sustancia en cuestión no era suya —sino de Bud Powell—, pero, al negarse a entregar a su amigo, Monk fue arrestado y su licencia de músico revocada durante la primera mitad de los años cincuenta. Este hecho, que podría haber sido una tragedia profesional, le permitió un nuevo comienzo en su carrera.
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El impulso individualista de los héroes del jazz moderno los llevó a tocar como si su público no existiera. Al perder su licencia, esta metáfora se convirtió para Monk en una realidad. Durante este segundo periodo de su carrera, el pianista se encerró en el estudio a grabar discos para el sello Prestige. Como suele ocurrir con quienes cambian los escenarios por el estudio de grabación, esta temporada transformó la música de Monk: en 1957 el pianista grabaría su primera obra maestra, Brilliant Corners, un álbum en el que su visión personal del jazz cristalizó en un estilo particular e inimitable, que puede encontrarse en todos los surcos del disco, pero es más notorio en la pieza en la que el maestro está solo frente al teclado:
“I Surrender, Dear”.
En esta, y en casi todas las que grabaría solo frente a su instrumento desde entonces, notamos la distancia que se abrió entre Monk y sus viejos camaradas. En lugar de demostrar velocidad, despliega sus melodías de modo aletargado. Antes que multiplicar las notas en los solos, economiza cada punto en el pentagrama. En vez de ofrecer la visión privilegiada de un genio de complejidades ininteligibles, Monk parece empecinado en recobrar la claridad y simpleza de las canciones de cuna.
Pero esto es solo apariencia. Detrás de las líneas claras y los espacios abiertos que uno encuentra en estas piezas, hay más complejidad de la que resulta evidente a primera vista. “Functional”, por ejemplo, empieza con un fraseo que podría ser tocado sin problemas por un niño, pero Monk lo repite varias veces como si quisiera hacernos ver algo que bulle detrás de estas notas. La repetición se escucha como una invitación a oír con atención para así descubrir profundidades musicales. Lo curioso es que no es evidente que haya algo detrás. Hay una poderosa ambigüedad en estas piezas: uno no tiene claro si estamos frente a una declaración de principios estéticos o si Monk se está riendo de nosotros. Y lo más probable es que sean las dos cosas a la vez.
Aceptémoslo. Monk está bromeando. Su sentido del humor es una de las mayores virtudes de su música. Pero está bromeando en serio. Sus frases pueden parecer simples, pero su mente nunca lo es. Thelonius Monk puede crear una melodía sofisticada e irónica con la mano derecha mientras cita un boogie carnal y mundano con la izquierda. De pronto tenemos frente a nosotros distintos estilos de la historia del jazz conversando sobre el piano. El bebop buscó una modernidad que rompiera con el pasado y empezase desde cero. La modernidad de Monk es abarcar el pasado y el presente con la mirada de un niño y con el cerebro de un genio para así dar con algo que nadie haya visto antes.
Y este es su truco: aunque se distancie irónicamente de la grandilocuencia artística de los músicos de su generación, el impulso individualista, cerebral y heroico del bebop nunca lo abandonó. Solo lo disfrazó de una amabilidad pop. Bajo la superficie, el artista moderno se sigue riendo de nosotros.