El disco homónimo de Perú Negro, lanzado originalmente por El Virrey en 1973, ha sido reeditado en España por el sello Vampisoul medio siglo después de la fundación de esta agrupación, la más importante, popular e influyente en la historia del folclor afroperuano.
Perú Negro fue formado el 26 de febrero de 1969 por cuatro músicos y coreógrafos: Ronaldo Campos, Víctor Padilla, Rodolfo Arteaga y Lalo Izquierdo, quienes dejaron la compañía Teatro y Danzas Negras del Perú, de Victoria Santa Cruz, por una mayor oferta monetaria. El salto a la fama del conjunto vendría pocos meses después, de la mano de César Calvo y Chabuca Granda, quienes los animaron a concursar en el Festival Iberoamericano de la Danza y la Canción, en Buenos Aires, el 13 de octubre de 1969, donde los peruanos se llevaron el primer premio.
El programa con el que Perú Negro acompañó su presentación, titulado “La tierra se hizo nuestra”, fue escrito por el propio César Calvo y estableció la narrativa del grupo: “‘La tierra se hizo nuestra’ cuenta a través de la danza, la música y la palabra, la historia del pueblo negro peruano desde la esclavitud hasta nuestros días…Perú Negro no ha venido solamente a danzar y a cantar, sino a contarnos el momento acaso más conmovedor y luminoso de nuestra historia [...] que no ha de acabar nunca, porque la libertad —como el arte— tiene que modelarse a cada instante, tiene que conquistarse cada día”.
La poderosa combinación de discurso libertario y el aparente rescate de un folclor ancestral hicieron eco en el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, el cual buscaba formas artísticas locales que sustentaran su avanzada revolucionaria y una identidad nacional que se opusiera al “imperialismo norteamericano”. De este modo, como bien señala la investigadora estadounidense Heidi Feldman, Perú Negro consiguió el apoyo del Estado peruano “a través de presentaciones de música y bailes folclóricos dirigidos a los visitantes extranjeros, lo que significó que sus miembros tuvieran cargos asalariados para dictar clases de música y baile afroperuano”.
—El festejo y el landó—
La institucionalización de Perú Negro hizo que sus canciones y coreografías se convirtieran en la versión oficial del folclor afroperuano, en especial en lo concerniente a dos géneros que se convertirían en emblemas nacionales: el festejo y el landó. Si bien se trataba de formas musicales cuya estabilidad rítmica e instrumental no databa de más de dos décadas atrás, y que fueron modeladas primero por la compañía Pancho Fierro de José Durand, luego por Victoria y Nicomedes Santa Cruz, y finalmente por el propio Ronaldo Campos y su grupo, se les asumió como formas ancestrales que habían llegado del África y se habían establecido en el Perú. De hecho, el uso intensivo de percusión afrocubana —que se insertó en Perú Negro por influencia del cubano Guillermo Macario Nicasio— fue asumido como una herencia directa africana y no como lo que era: un intento contemporáneo por forjar un africanismo en América Latina.
—World music—
La nota que acompaña la reciente reedición española de Perú Negro muestra una repetición de este discurso, enfatiza la raíz ancestral africana, y escamotea, a su vez, el carácter de invención contemporánea llevada a cabo por un puñado de músicos locales y algunos intelectuales criollos, como Durand y el propio César Calvo, así como su fuerte relación con el discurso nacionalista del gobierno militar. Este hecho no solo pone sobre la mesa la persistencia de la estética e ideología con la que se forjó la propuesta de Perú Negro, sino su adecuación a las reglas de un mercado discográfico interesado en presentarlo como el resultado de la diáspora africana, un concepto que se acomoda a los parámetros con los que diversas prácticas musicales pueden empaquetarse para el consumo del público europeo interesado en la llamada “world music”.
Con todo, más allá de los discursos comerciales que puedan estar detrás de la reedición del primer álbum del conjunto, el lanzamiento de Perú Negro es una excelente oportunidad para acercarse a una agrupación cuyas canciones y coreografías, ancestrales o no, ya constituyen una parte insoslayable de lo que hoy llamamos folclor nacional.