La gastronomía es una dama peligrosamente encantadora. Armada de embriagadores aromas y apetecibles presentaciones, nos envuelve y no nos suelta hasta dibujar en nuestros rostros una sonrisa de satisfacción tan grande que nos hace cerrar los ojos y nos impide ver. En sus redes, el que no cae, resbala. Incluidos en esta escena no están solo los comensales, también cocineros, enfocados en diseñar una propuesta vendedora, afinar técnicas culinarias, investigar nuevos productos y hasta en promover su imagen/cocina dentro y fuera del país.
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El riesgo de esta inmersión trae consecuencias peligrosas, si es que en esa cocina existe una ventana a través de la que podríamos ver afuera, pero no lo hacemos. Y con esto no me refiero a salir a investigar un país biodiverso, sino al hecho de tomar atención a las transformaciones que nuestra cocina provoca con cada acción. En ese sentido, las ciencias sociales y toda disciplina enfocada en analizar los fenómenos que afectan a la comunidad representan un gran aliado de nuestra gastronomía.
Pero sucede que pocas veces llegan a manos de los cocineros aquellos estudios e investigaciones que en el plano antropológico, social, económico, laboral y hasta político se realizan sobre nuestra cocina. Y viceversa: que en su trabajo de campo los estudiosos no involucran el día a día entre fogones y servicios de salón, práctica que no es menos compleja ni poco reveladora.
Lo cierto es que hoy más que nunca, para fortalecer nuestra gastronomía, resulta necesario que ambos campos coincidan en la mesa para reflexionar. Tweets by Luces_ECpe