Avenidas anchas, mentes estrechas, por Gonzalo Torres
Avenidas anchas, mentes estrechas, por Gonzalo Torres
Gonzalo Torres

El cuadrado de la Lima Cuadrada se definió con mayor claridad cuando se ensancharon los jirones de Tacna (años sesenta) y Abancay (años cuarenta) y posteriormente , teniendo como lado norte el río Rímac. También se definieron claramente los límites espaciales: a la izquierda de Tacna, Monserrate y a la derecha de Abancay, Barrios Altos. Ambos, barrios tradicionales de gente pobre. Límites de segregación que no fueron casuales. En vez de seguir un anillo de descompresión propuesto por la avenida Grau y Alfonso Ugarte para descongestionar el ya caótico tráfico de Lima en esa época, se optó por lo fácil, el ensanche (que, dicho sea de paso, no corrigió nada del tráfico sino que le dio carta libre para que apareciese más).

Pero lo que más sufrió fue el carácter de una Lima histórica cohesionada y no segregada, un tejido de cuadras y manzanas que fluía y tenía encantadores espacios que hoy hubiesen sido estimables.  

El primer desastre ocurrió con la , cuyo extremo norte se hallaba “interrumpido” por el convento de San Francisco. Se demolió uno de los claustros históricos, el de San Buenaventura, y se partió en dos el conjunto monumental, dejando al otro lado de la avenida a la capilla y los claustros de la tercera orden franciscana. Más abajo, se abrió un frente hacia la Plaza Bolívar, que siempre fue oblonga y enmarcada por balcones corridos. Sufrieron también el jesuita Colegio de San Pablo y la iglesia de las monjas Concepcionistas, que a duras penas hoy sobrevive. Quizás el mayor lamento haya sido la total demolición de la iglesia y plazuela de Santa Teresa, que colindaba con lo que hoy es El Hueco, una pequeña iglesia de bonita factura barroca y un rincón que hubiese sido un atractivo mayúsculo. Las áreas libres no se adjudicaron para espacios públicos que hubiesen sido tan útiles, sino para áreas comerciales que hoy son un nido de “mercachiflería”.

Por el otro lado, en Tacna, se demolió la antigua iglesia de Santa Rosa cuya fachada miraba hacia Tacna (construyéndose una nueva) y se rebajaron los contornos de Las Nazarenas. Entre ambas avenidas también se cayeron casonas virreinales y balcones de inestimable valor. No fueron las únicas ampliaciones y desastres en el tiempo, también hicieron lo suyo la avenida Nicolás de Piérola y La Colmena, Emancipación y Cusco en varias etapas. No todo dejó desastres, hay frutos meritorios como la plaza San Martín o el Parque Universitario, pero en general, Lima perdió una homogeneidad urbana que hoy hubiese sido bienvenida. Además, dio pie para que apareciesen varias construcciones en estos terrenos libres que desafinaron con su contexto. Hoy, hasta los actos más simples le quitan identidad a la ciudad: por postes sin gracia. Más luz, menos cerebro.

Alguna vez Porras Barrenechea escribió: “De los alcaldes, de los terremotos y de los urbanistas, líbranos, Señor”. Amén.

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