Muchos retablos de iglesias en Lima y en el interior están construidos con madera de cedro de Nicaragua, una madera noble y resistente, mas no tanto como los nicaraguas y otros naturales centroamericanos que participaron forzadamente en la conquista y en el sostenimiento del esquema económico del mismo y que al comienzo morían por miles.
Era esta madera la única pista que me decía algo sobre el influjo de la cultura centroamericana en el patrimonio cultural del Perú hasta que un buen amigo nicaragüense, muy prominente, me regaló un pequeño libro: “Los Nicaraguas en la conquista del Perú” de Mario Urtecho (ed. del autor, Managua, 2012) y al que aún no he agradecido el gesto (este reconocimiento público de mi “olvido” no me exime de hacerlo en privado).
Los nicaraguas de la época de la conquista son en realidad varios pueblos desplazados después de la caída de las grandes culturas mesoamericanas anteriores, como los toltecas, y poseían identidades y cultura propias.
Ya asimilados forzosamente bajo el sistema español fueron claves en la conquista del Perú como esclavos que pasaban de la Provincia de Nicaragua a venderse en Panamá. Son estos mismos quienes, junto a los traídos del África y los perros de caza, dan feroz lucha a los partidarios de Atahualpa, sobre todo al curaca Chirimasa en Tumbes y, de seguro, en la masacre que significó la captura de Atahualpa en Cajamarca. Nunca se cuenta ese aspecto de la conquista que elimina la heroicidad de esos pocos españoles de la versión oficial.
Ya figuran en aquellos años registros de bautismos de nicaragüenses en Lima y cuyos nombres han quedado para la posteridad (Aupi, Masa, Maya), pero sus apellidos serán los de sus amos. Lo interesante son los otros vestigios, que así como la madera de Nicaragua, podrían haber permanecido hasta nuestros días como símbolo y homenaje a aquellos hombres y mujeres.
Uno de esos es el lenguaje: palta, tamal, camote, jequetepeque son algunas posibles herencias del náhuatl que delatan también comidas como el ya mencionado tamal y las tortillas de maíz que en Piura se comen en festividades al interior.
Hasta el fenotipo piurano es una evidencia para el autor, quien asume que es consecuencia del establecimiento del primer asentamiento español en Piura. No hay certeza de que hayan sido específicamente nicaragüenses sino, más bien, por extensión, centroamericanos en general.
Lo que sí podemos asumir es que su rol entre la espada y la pared, el de matar o ser matado, haya quizás sido solo un acto reflejo de supervivencia. Muchas iglesias en nuestra Lima muestran retablos de cedro traído de Nicaragua (porque la selva del Perú era aún ignota e incomunicada) en su mayoría donados por benefactores importantes para una capilla privada, pero cuando hablamos de cedro nicaragüense nos olvidamos del azaroso y trágico legado de un pueblo mesoamericano y de su participación en la conquista de estas tierras.