Hace unos días el presidente Ollanta Humala inauguró el centro materno-infantil El Progreso –que atenderá a más de 250 mil personas de Carabayllo y de Lima norte–, con el fin de reforzar la salud de primer nivel (nivel I).
No obstante esta buena noticia, la falta de una política coherente y articulada de atención primaria de salud en el Perú es alarmante, porque este tipo de servicio es fundamental para los peruanos por dos razones.
En primer lugar, el nivel I está orientado a cubrir las afecciones y condiciones más comunes de la población. Por otro lado, es en estos centros de salud donde se debe poner hincapié en la prevención. Esto es vital, pues al enfocarse en la prevención, las probabilidades de contraer una enfermedad como, por citar un ejemplo, el cáncer de mama, disminuyen significativamente, las personas y el Estado gastan menos en salud y la calidad de vida así como la productividad mejoran de manera sustancial.
Es importante no solo entender por qué no existe una política articulada de atención primaria, sino también hacer una radiografía de la infraestructura en el sector salud, las prioridades del Estado, la desconfianza de los pacientes y las capacidades de los médicos.
Asimismo, es necesario analizar cuáles son las consecuencias de no contar con un sistema de atención primaria idóneo. Los preocupantes resultados de las altas tasas de anemia y bajos índices de vacunación durante los últimos años nos pueden alumbrar el camino hacia donde debemos dirigir nuestra política de salud.
CEGUERA EN EL ESTADO
La atención de primer nivel es fundamental porque en el 70% de los casos puede solucionar los problemas de salud de una persona. Además, si las diversas enfermedades son detectadas a tiempo, no solo son más fáciles sino también menos costosas de tratar. Por ejemplo, si desde temprano se detectan problemas de colesterol, la prescripción de un tratamiento adecuado, una dieta determinada y chequeos continuos hacen mucho para prevenir ataques al corazón. Si la diabetes es detectada y tratada oportunamente, se pueden evitar amputaciones.
Sin embargo, a pesar de los evidentes beneficios de la prevención, en el Perú no ha existido una política consistente que apueste por ella. Una de las razones por las que esto sucede es que los resultados se perciben en el largo plazo y los gobiernos de turno han preferido inaugurar hospitales de mayor complejidad (nivel III), visibles a la población, pero que muchas veces ni siquiera funcionan plenamente. Un claro ejemplo es el Instituto Nacional de Salud del Niño.
Fuentes del Ministerio de Salud, que solicitaron no ser identificadas, sostienen que la inversión en ese sector está orientada a hospitales de mayor complejidad porque es ahí donde se compran los equipos más costosos, se recetan los medicamentos más caros y se abren espacios para actos de corrupción. Essalud invierte aproximadamente 80% de su presupuesto en estos hospitales de nivel III.
SOLO HAY DESENFRIOLITO
Como resultado de lo anterior, los peruanos preferimos ir a los hospitales de alta complejidad antes que a las postas. Una de las razones es que la calidad de los servicios en el nivel I, especialmente en la selva y la sierra, no es buena.
A pesar de que en los últimos años se han implementado cámaras frías para vacunas en las postas, en general, la ausencia de equipamiento y tecnología avanzada es tan evidente que genera desconfianza en los pacientes. Una desconfianza muchas veces justificada que los fuerza a acudir a otros centros de salud.
Como explica el consultor en salud pública, Alfredo Guzmán, muchas postas médicas no tienen un equipo básico y su infraestructura es generalmente precaria. Basta con hacer una parada en una de las postas de Cotahuasi en Arequipa o en otros puntos del país para encontrar una desoladora realidad: solo tienen una camilla, un balón de oxígeno, un portasueros o una silla. Pocas veces hay un desfibrilador o un coche de paro cardíaco para atender situaciones más complejas.
ARTERIAS OBSTRUIDAS
El que las personas prefieran ir a hospitales antes que a postas trae un problema adicional: los hospitales, principalmente los de Essalud, tienen más gente de la que deberían [ver cuadro]. Esto genera congestión y demoras en la atención.
El hospital Arzobispo Loayza recibe un promedio de 250 emergencias al día, de las cuales aproximadamente el 70% podrían ser tratadas en un centro médico primario. En ese mismo hospital, en el área de cardiología, el 80% de sus consultas son por hipertensión, que podrían ser atendidas en una posta y no en un hospital altamente especializado. Esta situación pone en riesgo a los pacientes que realmente necesitan una atención compleja.
Es decir, ir a un hospital por males menores causa una congestión innecesaria en este tipo de centros médicos, que ya tienen, por lo demás, otros motivos para estar desbordados.
A pesar de que en los últimos años el gobierno ha ampliado los seguros gratuitos y no gratuitos (solo en Essalud, entre el 2011 y el 2014, han aumentado 1’515.636 los afiliados), la infraestructura no ha crecido al mismo ritmo. Y todo esto pese a que el gasto en salud pública se ha incrementado significativamente. Sin embargo, aún estamos por debajo del promedio de la región [ver mapa].
El problema queda retratado en el número de camas hospitalarias que tiene el Perú: 1,5 por cada 1.000 habitantes, cifra por debajo del promedio de América Latina (2 camas por cada 1.000 habitantes). En Chile hay 2,2 camas por la misma cantidad de habitantes, mientras que en Argentina 4,9.
Esta brecha se traduce también en un problema en la calidad de atención. Recordemos el caso de Essalud. A pesar de que se ha implementado un servicio de atención en línea, la obtención del riesgo quirúrgico puede demorar hasta 65 días, lo que implica que cuando el paciente tiene todos sus exámenes listos, algunos de ellos ya dejaron de ser válidos para el día que se ha programado la operación y se tiene que empezar de foja cero.
PARTOS PREMATUROS
A todo lo anterior hay que sumarle que en nuestro país existe una falta evidente de médicos. Y principalmente de especialistas en atención primaria, lo que en España se conoce como el médico de familia y en el Reino Unido ‘general practitioner’ o GP.
En efecto, en el Perú solo hay 10 médicos por cada 100.000 habitantes y el 48% de estos se encuentra en Lima. En nuestros países vecinos como Chile, Colombia y Ecuador, en cambio, encontramos entre 16 y 18 médicos por el mismo número de habitantes.
El país también carece de especialistas. Y no solo en atención primaria, sino también, por ejemplo, de anestesiólogos y radiólogos. De hecho se requerirían alrededor de 6.000 de estos para hacer frente a la demanda.
Esta cifra, sin embargo, es solo un estimado. Otra parte del problema es la inexistencia de un mapa detallado de las verdaderas necesidades de cada especialidad en el Perú.
Al mismo tiempo un gran número de médicos no están capacitados debidamente. Los médicos que están en las postas –sobre todo en el interior del país– por lo general han terminado sus estudios recientemente y carecen de experiencia.
Por otro lado, estos egresan de facultades de medicina de todo el país, y las diferencias de nivel educativo son evidentes.
Para Eduardo Pretell, ex ministro de Salud y profesor emérito de la Universidad Cayetano Heredia, “en el Perú existen 35 facultades de medicina, la mayoría de las cuales no están acreditadas”. A los médicos que se gradúan de estas facultades se les conoce coloquialmente como ‘partos prematuros’ por no haber cumplido con un ciclo de desarrollo completo.
Y a los pocos médicos de buen nivel, el Estado no les da un trato adecuado. Este problema se agrava en provincias, donde muchos médicos consideran que trabajar implica no tener volumen de atenciones, ganar experiencia o capacitarse continuamente.
*Con la colaboración de Ariana Lira y Elody Malpartida