Este edificio, ubicado en la avenida Abancay, tiene siete pisos y  un ancho de apenas 1,20 metros. La Municipalidad de Lima ya solicitó su demolición. (Foto: Anthony Niño de Guzmán / El Comercio)
Este edificio, ubicado en la avenida Abancay, tiene siete pisos y un ancho de apenas 1,20 metros. La Municipalidad de Lima ya solicitó su demolición. (Foto: Anthony Niño de Guzmán / El Comercio)
Pedro Ortiz Bisso

Creció en nuestras narices, malparado y delgaducho, en plena avenida , una de las más concurridas de Lima. Sin embargo, recién al verlo expuesto en la prensa [en la edición dominical de este Diario], abrimos los ojos como platos, soltamos incendios y mostramos los índices indignados, exigiendo explicaciones.

¿Explicaciones? ¿A quién podemos pedirlas? ¿Al mejor alcalde de todos los tiempos? ¿Al hombre que ha endiosado el ladrillo como ningún otro burgomaestre de la ciudad?

O, mejor dicho, ¿con qué cuajo podemos exigirlas si vivimos en una Lima donde de diez viviendas, siete son informales? No, no todas son como este émulo achichado del Flatiron neoyorquino, levantado a diez minutos a pie de Palacio de Gobierno, el candidato favorito a venirse abajo a la primera zamaqueada a la que nos someta nuestra madre naturaleza.

Tampoco mire solamente a las casas que se desbarrancan en las laderas de los cerros o a las que se levantan sobre basurales, quebradas y pantanos porque sus habitantes no tienen otro lugar donde vivir.

No, no mire por encima del hombro, acuérdese del cuartito que construyó en su patio, de cómo convirtió su jardín en un garaje o hizo de ese coqueto balcón la ampliación del dormitorio de sus hijos.

Haga memoria: ¿ya no se acuerda cuando decidió cercar el jardincito frente a su casa y apropiarse “sin querer queriendo” del poste de alumbrado público y la vereda? ¿O cuando juntó su platita para levantar ese segundo piso que tanto añoraba y, como no tuvo ningún profesional que lo asesorara, decidió que el mejor lugar para la escalera era la calle, la que luego cercó para que nadie le fuera a robar?

Lima ha crecido así: al son de los humores de quienes la habitamos, sin preocuparnos de nuestros vecinos, la ciudad ni de nosotros mismos.

De los dos millones de viviendas que existen, el 70% son informales, recuerda el Centro Peruano Japonés de Investigaciones Sísmicas y Mitigación de Desastres (Cismid-UNI). Medio millón de ellas son altamente vulnerables. No necesitan un gran sismo para venirse abajo. La humedad y las condiciones en que se han levantado (malos materiales utilizados, deficiente dirección técnica, calidad de los suelos) son suficientes razones para un repentino desmoronamiento.

¿Hacen faltan más leyes, incrementar multas y sanciones? Más que una norma extra, lo que se requiere es acabar con la impunidad.

Las leyes se desafían porque no hay quién garantice su cumplimiento. El infractor sabe que a las autoridades se las puede adormecer con alguna prebenda, que solo reaccionan ante el escándalo. O que, ante los hechos consumados, prefieren “regularizar” las cosas y sus sanciones equivalen a leves tastás en el trasero.

¿Demolerán el edificio de Abancay? Permítanme dudar.

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